Lo que queda de nosotros

3. Esperanza para los que no la tienen

En ese momento desperté, con un grito de pánico, vi a mí al rededor y noté que mi madre ya no estaba, solo ese niño que me mira fijamente, igual que la muerte en mis sueños.

-¿Que quieres?.-Le pregunte de mala gana, deseando que no me haya oído gritar, pero lo hizo, obviamente.

-¿Estas bien?.- Susurró.

No contesté, no quería hablar con él.

Fueron largos minutos de incomodo silencio, hasta que no aguante más y decidí entablar conversación con ese idiota.

-¿Has visto adonde se fue mi madre?.- Le susurre.

-Si, se fue con mi papá a comprar un café.-Susurró el también de manera exagerada.

-¿Un café? Mi madre no toma café.- En ese momento pensé en las veces que había visto a mi madre durmiendo, las cuales eran muy escasas, tal vez el café no le vendría mal.

-Pero el mío sí.-Hizo una pausa y aún susurrando y haciendo gestos graciosos de asco, dijo.-¿Como te llamas, por cierto?.

-Lucas.- Y yo, intentando imitarlo también hice mi propia pausa dramática, y mis propios gestos de retrasado gracioso.- ¿Por que susurras, por cierto?

-Por qué... ¡No lo sé!.- lo dijo susurrando, y luego lanzó la carcajada más fuerte y sonora que había oído en mi vida.

Su risa era el tipo de risa que uno esperaría de un hombre adulto con un único pulmón y no de un niño de catorce años.

Se oía como el ruido que hace una foca cuando la asesinas.

Fue tan inesperado, que yo también me reí con él.

Ese era de esos momentos en donde te sientes tranquilo y feliz, donde todos tus problemas desaparecen por un segundo, ya no sientes el dolor que antes no te permitía respirar, y te olvidas de las arañas, de la sangre y de la ausencia la madre que te dio la vida y ahora tu se la quitas a ella de a poco.

Solo estas ahí, riendo y eso ya es más de lo que puedo pedir.

La posibilidad de reír de las cosas más sencillas y estúpidas, es la razón por la que aún lo sigo intentando, por la que tu también deberías seguir intentando. Intentar vivir o, en mi caso, intentar no morir.

Lastima que esos momentos nunca duran, y que cuando llega la noche y piensas en tu vida, te deprimes hasta el punto en el que si tuvieras un arma al alcance de tu mano, la tomarías y jalarías el gatillo, volándote los putos sesos sin pensarlo ni dos segundos.

Pero, por ahora, me sentía en paz hablando con ese idiota, cuyo nombre resulto ser Dylan, tenía catorce años, odiaba a la enfermera Sara y amaba los muñecos macabros, me mostró a la muñeca de turno que trajo hoy para que la acompañe a su quimio, le colgaba un ojo y lloraba sangre. Me encantó, e incluso me dieron ganas de tener mi propia coleccion de muñecos tetricos.

Hablamos por horas, hasta que se hizo de noche y nuestros padres volvieron.

Me sorprendí al ver a mi madre sonreír, bromeando con aquel hombre, y ella se sorprendió al ver que yo también sonreía hablando con aquel mocoso.

-¿Hiciste un nuevo amigo, hijo?-.Me pregunto mi madre, y no sabia qué contestar a eso. Me puse colorado, no quería decir que si por que quizás a Dylan no le caí bien, quizás solo me estuvo soportando por que no le quedó de otra, tampoco quería decir que no por que tal vez el niño se enojaría y no volvería a compartir quimio conmigo.

Él es el primer niño de mi edad con el que hablo en mucho tiempo, suelen ponerme con ancianos, adultos, niñas, o niños incluso más callados y llorones que yo.

-Si, soy su amigo-.Contesto Dylan en mi lugar, al ver que yo no contestaba.

Por desgracia, Dylan y su padre se tuvieron que ir, la sesión de quimio había terminado, y mi madre y yo nos quedaríamos aquí otra noche, ya que mi cáncer estaba mucho más avanzado que el de Dylan, de todas formas ya estaba acostumbrado a este lugar y no me importó demasiado.

Esa noche trate de no dormir, pero como siempre, tarde o temprano, caí en un sueño profundo.

 



#14453 en Otros

En el texto hay: amor, amistad, terror

Editado: 23.08.2021

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