A la mañana siguiente, llegué al trabajo en estado de alerta máxima. Le eché un buen sermón al chico somnoliento que llevaba el uniforme de la empresa de seguridad y, luego de que él me dijera que acababa de comenzar su turno, le prometí poner una queja con mi tía. Al subir al quinto piso, donde reinaban mis primos y el caos absoluto en igualdad de potestades, vi que había mudanza de oficinas.
Lancé un insulto, por lo bajo. Alguien se me había adelantado.
—¿Quién se cambia a la oficina del viejo Tomás?
El viejo Tomás era el dibujante de la revista y el empleado más antiguo de todo el edificio. Había ingresado en su más tierna juventud, bajo el mando de Erika, había trabajado en diversas publicaciones y, al final de sus días laborales, se había quedado con nosotros. La fiesta de despedida por su jubilación nos había dejado a todos llorando y rogándole que se quedara un poco más con nosotros. Él sonrió y nos mostró los pasajes a la Polinesia para él y su esposa. No había contestación para eso. Así fue que, de pronto, comenzamos la competencia por quién heredaría su oficina.
Los únicos con espacio propio en la redacción de La libreta lila eran Santiago, como editor, Sergio, como encargado del diseño, y el viejo Tomás. Y con espacio me refiero a algo más que ese metro cuadrado en el que el resto de los mortales luchábamos por sentirnos cómodos; una oficina de verdad, con puerta y cortinas que permitieran un aislamiento visual del circo que formábamos cada día. Ahora el tercero quedaba libre y, como una de los Ledesma, pensé que el premio podía tocarme a mí.
Esa mañana me di con la cruda realidad.
La música de reggaetón ya estaba encendida y llegaba, algo lejana, a mis oídos. Un tic nervioso se apoderó de mi ojo izquierdo.
—Al final, ser las novias de los hermanos Ledesma tiene beneficios extra —comentó, a mi lado, Luis Medina. El tipo era de Marketing, o de Contaduría. Nunca lo recordaba exactamente.
Elisa y Delfina, mis antiguas compañeras de cubículo, terminaron de llevarse sus montañas de cartas de fans y pedidos de lectores, su música y su charla ruidosa, a aquel espacio cerrado. No supe si sentirme celosa o alzar las manos al cielo y dar las gracias.
—En realidad, son las encargadas de las dos secciones más populares de la revista —admití, encogiéndome de hombros—. Reciben tantos regalos y hablan con tanta gente, que es preferible que estén por su cuenta.
—Claro. Finge resignación. Ser la prima pobre tampoco es la gran cosa, ¿no? —rió Luis.
Le eché una mirada de esas que traspasan paredes, como para darle a entender que la charla se había terminado. Él se volvió a su puesto, riéndose como el tarado que era. Y pensar que tuve algo con él en una de las fiestas que se hacen por el cierre de edición mensual.
No volvería a acostarme con nadie del trabajo. Esa sería mi nueva ley. Y, por lo pronto, la estaba cumpliendo demasiado bien. Tanto, que no me estaba acostando con nadie del planeta Tierra o sus alrededores.
Si alguien me hubiera dicho que ser la encargada del consultorio amoroso o la que escribe los horóscopos a pedido del público daban grandes beneficios, me hubiera reído con ganas. Pero esto es el mundo del entretenimiento. Nunca se sabe qué tendrá éxito en cierto momento. La misma fórmula puede repetirse y no dar resultado, lo mejor es aprovechar la ola del éxito cuando llega. O supongo que eso pensarán mis primos. Siempre los veo muy tranquilos con los malabares que tienen que hacer para llevar todo esto adelante.
No sé si son conscientes de lo que ocurre cada día en este lugar.
Lo bueno era que, con el cambio, iban a quedar libres los dos lugares junto al mío. Suspiré, feliz por las horas de salud auditiva ganadas, y me trasladé al puesto del medio, que tenía mejor estado que el mío. Ya me había sentado y enchufado el ordenador, cuando vi al idiota de Luis trayendo su laptop al cubículo de mi izquierda. Genial. Bueno, al menos él prefería utilizar los auriculares mientras trabajaba. Todavía tendría la silla de mi derecha para dejar algunas de mis cosas y, tal vez, apoyar los pies cuando no hubiese jefes a la vista.
De nuevo, me equivoqué.
—Atención a todos —dijo Santiago, con el vozarrón que pone cuando nos va a echar una bronca o a dar un discurso interminable—. Después de que nos dejara el querido Tomás, he estado probando a diferentes reemplazos, pero ninguno me terminaba de convencer.
—¡Viva el viejo Tomás! —gritó alguno, todavía emocionado, o afectado con la resaca de la fiesta de la semana pasada, que bien podía significar lo mismo aquí.
—Sí, él estará siempre en nuestros corazones —contestó, y yo quise reír de puros nervios. Era raro ver a mi primo así de cursi. Algo estaba pasando—. Sin embargo, nuestros lectores esperan que sigamos con las secciones de siempre. A lo mejor, le damos un nuevo nombre, con personajes diferentes, pero la historieta de La libreta lila es una de las mejor recibidas por el público.
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amor en el trabajo, nadie es lo que parece, chismes jugosos de oficina
Editado: 11.07.2022