A veces él pensaba en el millón de secretos que lo rodeaban a diario. Enloquecía por tener el superpoder de leer la mente de aquellos más cercanos para comprender más a fondo sus personalidades y, a su vez, saber cuan hipócritas eran.
Así que, en su trigésimo cumpleaños, deseó con tanto fervor aquel poder, que el universo se lo concedió sin pedir nada a cambio, puesto que el resultado sería catastrófico.
Aquel joven, hambriento por saber, pudo escuchar los más profundos pensamientos de sus amigos y familiares llegando a una conclusión demoledora: era considerado una abominable rareza.
No le caía bien a nadie realmente y eso lo entristeció, más no quiso cambiar. Sería más fácil deshacerse de todos a cambiar su forma de ser y pensar.
Fue entonces cuando la peor de las tragedias comenzó a desarrollarse amargamente en aquel hombre devastado por la mismísima verdad.
Fin.