—CAPÍTULO 5—
EVANGELINE
Mi mirada se encontraba fija en el moratón que había en mi cadera. No sabía por qué me detuve en ese específicamente pero cuando lo asocié a los moratones que me dejaba Stephen lo supe. El hermano de Cassia me había devuelto al pasado que no quería recordar. A ese pasado que me estremecía con tan solo evocarlo en mi mente. Él había traído devuelta aquella oscura realidad que viví, donde yo era la víctima y Stephen mi agresor. Muchos me cuestionaron el hecho de haber callado la agresión. Pero cuando el agresor luego de darte una paliza viene a ti arrepentido, pide perdón, luego jura y jura que te ama y promete no volver a hacerlo, tú que te encuentras tan vulnerable, caes en la trampa y le crees —al menos eso fue al principio—. Luego ya no le importa tu perdón sabe que te tiene en sus manos; te denigran y te amenazan con hacerte cosas peores y uno se amedrenta aún más.
Pero llegó el día en el que puse punto final.
Stephen era cuidadoso a la hora de lastimarme. No golpeaba mi rostro, ni mis brazos. Sus puntos eran mis muslos, mi espalda baja y todas las partes de mi cuerpo que no serían expuestas a la hora de vestirme. —Ahí del porqué me había quedado anonadada viendo mi cadera—.
Y como todo maltratador esperaba a que estuviésemos solos para actuar. Más ese día olvidó que no lo estábamos, nuestra pequeña hija yacía dormida en la cama y definitivamente despertó al oír mi llanto desgarrador.
A Stephen poco le importó oír su llanto, él debía terminar con lo que había empezado. Esa vez me golpeaba por haber descubierto su mentira. Él dormía con otra mujer. Quisiera decir que me rompió el corazón haberlo sabido. Pero, la verdad es que estaba esperanzada. Finalizar esa tóxica relación era lo debido, pero lo que hizo que esa idea despegara fue el hecho de ver el rostro aterrorizado de mi pequeña. Oír su llanto y no poder consolarle. Stephen estaba endemoniado, la razón desapareció de su ser. Golpeó sin importarle dejarme al borde de la inconsciencia. Por ello no tenía la fuerza requerida para ponerme en pie e ir a por mi hija.
—MAMÁ. Puedes abrir por favor. Me hago pis.
Mi pequeña está aporreando la puerta. Gracias a sus grititos he podido salir de mi ensimismamiento. Tomo mi bata de baño y la mudo antes de abrir la puerta.
—Pasa, pequeña. No quiero que te hagas pis en los pantalones.
Nina ríe y con su manita me invita a salir del cuarto. — ¿Podrás sola? ―La molesto. Ella me muestra su lengua.
Nina va hacia el lavado y saca su pequeño banco que usa para llegar al váter.
—Mamá, sal ya.
Dejo un beso en lo alto de su cabeza y salgo del cuarto. Aprieto más el nudo de mi bata para asegurarme de que no se abra. Camino hacia la cocina en busca de mi abuela. Ayer por la noche cuando llegué estaba muy concentrada en su novela turca y la única que se percató de mi apariencia fue Grecia, a quien evité toda la noche y con la que acabo de encontrarme. Ayer literalmente le cerré la puerta de mi habitación en la cara. Y le di gracias en silencio por no indagar nada sobre mi estado.
—Buen día, hermana. Ya estás lista para hablar.
Se detuvo bajo el umbral de la cocina, puso los brazos en jarra y prácticamente me está obligando a hablar con ella. Dónde está esa persona entrometida que aporrea a la puerta por una taza de azúcar. Dónde está el timbre del teléfono que te salva de estos incómodos momentos. ¿Dónde?
— ¿Qué quieres saber?
—Todo. Pero sé que contigo se va de a pasos. Así que, ¿Por qué llegaste con la cara hecha un tomate ayer? —le sonrío tímidamente. Grecia tiene razón yo no soy de contar lo que me pasa de porrazo.
—Necesito tiempo.
— ¿Stephen? —Rápidamente niego con la cabeza—. Entonces. Por favor Eva, ¿Qué te pasó anoche?
Me doy por vencida. Grecia es mi hermana y fuera de ser una rebelde, me quiere.
—El señor que cree que le robé es cuñado de Pietro De Gregorio. Trabajo bajo el mismo techo donde él vive.
—Hala… la habrás pasado muy mal. No es una pregunta es una afirmación. Así que para qué contestar. Grecia sabe la respuesta.
—Te echaron ―afirma.
—No. Cassia me ha dicho que vaya hoy para hablar, pero no quiero ir. No quiero volver a trabajar ahí.
—Lo sé. Pero, es un buen trabajo. Piénsalo antes de decidir cualquier cosa. Te quiero.
Se acerca a mí y me da un cálido abrazo.
Sábado, 4 P.M
Cassia me ha citado para hablar en un parque infantil. Con la excusa de que en ese lugar Gianina se podrá divertir y de paso también podrá conocerla. No sé que tanto interés tiene que vaya con mi hija, de todos modos traje conmigo a Grecia para que cuide de Nina mientras yo converso con ella.
—Mami, puedo ir a ese tobogán.
Volteo a ver de qué tobogán habla.Por Dios. Ni en sus mejores sueños dejaré que baje de ahí. El dichoso tobogán está sobre una colina y finaliza en un campo de arena fina. Niños y niñas de todas las edades hacen cola para subir a la colina y poder deslizarse por el tobogán sin siquiera percatarse del letrero que informa que solo niños entre cinco y diez años pueden jugar.