EVANGELINE
Después de la llamada de mi madrina no me dio tiempo para cambiarme de ropa. Ella había dicho que debía estar en aquella casa a las dos de la tarde y cuando llamó eran la una con quince minutos. En un impulso quise tomar un taxi para llegar a tiempo, más no me iba dar ese lujo cuando podía guardar el dinero que tenía para alguna emergencia.
Llegué con retraso y me retrasé aún más porque el dichoso portero no me dejaba pasar. Yo ya había estado años atrás aquí, pero, el señor no me reconoció. Así que, tuve que llamar a mi madrina para que autorizara mi entrada. Ya dentro de la gran casa perdí otros minutos para llegar a la puerta principal.
¡Santo Dios! Está casa sí que es enorme. Al entrar una muchacha del servicio me derivó a un salón en donde se encontraban, como mucho, cinco chicas con su respectiva vestimenta de enfermera.
Y yo con estas fachas.
Estoy mudando una simple blusa de seda que no cubre mi sujetador rosa chillón. Ni hablar de mis pantalones color caqui —con más de diez usos— que no combina para nada con mis sandalias de tacón blancas. Todas las demás me ven como bicho raro —Yo me siento un bicho raro—. Me lo confirma la mirada penetrante de una mujer de edad que acababa de ingresar al salón.
―Buenas tardes. Mi nombre es Mercedes y yo seré quién las entreviste. Currículum a la mano por favor. —Se acercó a una de las chicas y la invitó a ponerse de pie, luego juntas desaparecieron tras la puerta por donde había hecho su ingreso la Sra. Mercedes.
De los nervios intenté entablar conversación con la chica que se encontraba a mi lado izquierdo, más ella me ignoró olímpicamente.
―Hola... eh... ¿Estás nerviosa? Porque yo sí. —Blanqueó los ojos y luego se giró.
Fueron pasando una a una, mientras yo me quedaba sin uñas en los dedos de mis manos gracias a mis nervios. Ninguna de las tres chicas que fueron entrevistadas regresó al salón. Eso es bueno ¿No? Tal vez les fue mal en su entrevista, tal vez yo tenga oportunidad y pueda conseguir el trabajo.
Siendo la última de las entrevistadas y sin ninguna compañía ya, me puse de pie y empecé a observar el salón. Había un sofá de tres cuerpos, otro de dos y un par de sillones. La mesa de café era de madera pura y bajo ella todo el piso estaba tapizado de un color gris. Marcos de fotos ubicadas sobre la gran chimenea y un bonito cuadro de algún ángel adornaba la el salón. No me dio tiempo para ver quienes se mostraban en los portarretratos ya que Mercedes apareció.
―Siento la demora. —Dijo, con falsa modestia.
Me acerco a ella y le entrego mi currículum. Le da una simple ojeada y luego cierra el folio. Le doy la mejor de mis sonrisas.
―Me vuelvo a disculpar por haber hecho que pierdas casi toda la tarde aquí. Pero tú no podrás pasar la entrevista.
¿Qué? El rubor me sube hasta las mejillas.
—No la entiendo —me escuché decirle.
—Me refiero a que usted no cumple con las expectativas que estamos solicitando para el trabajo.
—Usted no puede saber eso, ni siquiera se ha tomado el tiempo de leer mis datos personales.
— ¿Es enfermera? —Negué—. ¿Estudia enfermería? ¿Tiene experiencia con pacientes mayores de edad?
Negué dos veces más. —Lo imaginaba. No me hace falta ver donde estudió, ni su experiencia laboral. Con esas fachas claramente me dice que no estás capacitada. ¿Quién se presenta a una entrevista de trabajo mostrando el color de su sujetador? —Preguntó más para sí que para mí—. Disculpe, pero he terminado. Hasta luego.
Dejó el folio en la mesa de café y elegantemente me abrió la puerta del salón.
Con mi orgullo pisoteado tomé el documento y caminé hacia la salida. Bajé la mirada mientras le seguí el paso a la Sra. Allí me fijé que en efecto había errado en presentarme así en la entrevista. Había olvidado por completo que mis pequeñas uñas de mis pies estaban pintadas de diferentes colores. Cortesía de mi pequeña hija.
Bufé tan fuerte como me fue posible. He fallado otra vez en conseguir trabajo.
Cuando salgo de la gran casa vislumbro a mi madrina, está esperándome en el patio principal. Con una sonrisa que me dice: lo siento. Me acerqué a ella con la cabeza gacha. Me sentía frustrada no sólo por como me había presentado aquí, si no por haber perdido mi valioso tiempo sentada a la espera de nada.