Ayer ni siquiera terminé de borrar la pizarra. Cogí mis cosas y corrí tras un fantasma, porque Marc se esfumó en el segundo que dejé de verlo.
Le facilité el trabajo. Tonta de mí que creí que realmente pretendía ayudarme con lo del borrador. Simplemente pensé que… que podía confiar en que tendría las manos quietas.
Pero claro que no. Él no parece el tipo de hombre que hace las cosas por “caballerosidad”. Me lo dejó bastante claro en solo minutos.
Acaricio la botella sudada de agua helada. Aunque sea un dolor de cabeza, estoy en clase de física nuevamente. La maestra habla sin parar, haciendo sonar el repiqueteo de sus zapatillas de tacón contra el suelo a cada paso que da señalando cosas en el pizarrón.
El mismo pizarrón que cuando entramos a clase estaba sin borrar, misma clase en que la —necesariamente— esposa del director, maestra de física, encontró el cajón de su escritorio sin trabar y un papel faltante. Un papel que tenía que ser lo suficientemente importante para que Marc lo quisiera.
A todo esto, ¿cómo sabía él la existencia de éste? O dónde buscarlo…
Estoy segura de lo que respondería si le preguntase.
Cuando la campana anunciando cambio de clases resuena en el aula, doy un trago rápido de agua y guardo mi cuaderno y lapicero con una rapidez alucinante, esperando largarme cuanto antes, y sin intervenciones.
Aunque claro, una no tiene siempre lo que desea, como yo en este instante.
Cuando levanto la vista de mi cartera y la ubico en mi hombro izquierdo, la maestra ya está parada frente a mi pupitre, tiesa como una roca y con una rectitud irrompible.
Temo por mi vida.
—Creo que tú y yo tenemos una charla pendiente, Andrea —cuando lo dice, automáticamente rectifico mi postura y la miro directamente a los ojos.
Dicen que funciona cuando pretendes mentir sin que te pillen.
—No terminé de borrar la pizarra, ya sé que eso me quita puntos en pulcritud, pero una amiga estaba entrando en trabajo de parto y realmente ella es como una hermana. No podía faltar. Lo siento mucho.
Sus ojos vacíos no despegan la mirada de mí y, a pesar de no poder descubrir nada en éstos, la rectitud en su expresión se rompe cuando es reemplazada por la incredulidad.
Entrelaza los dedos de su mano a la altura de la boca del estómago, recobrando la compostura sin problemas.
—No voy a quitarte puntos, Andrea, sin embargo, me gustaría saber si viste a alguien entrar al aula mientras estabas aquí…
Desde luego, estamos llegando lentamente a lo que realmente quiere saber. Debo admitir que se siente refrescante que alguien en un buen tiempo no termine por echarme la culpa de buenas a primeras.
—No, maestra. ¿Ha ocurrido algo? —mi tono, teñido de preocupación falsa, capta su atención.
Ladea la cabeza analizando mis expresiones, buscando algún indicio que le deje saber que estoy engañándola.
Sí, lo admito, estoy sintiéndome culpable.
—Nada de qué preocuparse. Puedes retirarte.
Asiento a pesar de estar hambrienta por más información y camino en dirección a la cafetería. Bebo el agua que queda en mi botella de un tirón.
Apenas ingreso a la amplia sala capto a Marc recostado despreocupadamente junto a otra puerta de salida a los pasillos. Está trasteando con su teléfono celular sin prestar atención a nada más.
Despego mi mirada de su cuerpo y voy directa a la caja en busca de otra botella de agua, mientras tiro la anterior en el basurero correspondiente.
Bebo un trago de agua acercándome peligrosamente a donde se encuentra y apenas lo tengo enfrente hablo:
—Más te vale decirme porqué ese papel es importante y porqué lo robaste. Y como no me dejes verlo, estarás sentenciando tu muerte.
Sin embargo, vuelve a ignorarme. Es entonces cuando veo los pequeños audífonos en sus oídos.
Aprieto mi mano libre en un puño que provoca que mis uñas se hundan en mi piel. Sujeto la botella de agua con más precisión y, sin más, la volteo sobre su cabeza.
O más bien hago el amago de hacerlo. Porque no está en mis posibilidades ser partícipe de más escándalos en un buen tiempo y, aunque quiera negarlo, no es lo más adecuado por hacer teniendo en cuenta que solo son impulsos míos que decididamente debo aprender a controlar.
Todavía tengo principios y educación, ¿bueno?
—Buena elección —la voz rauca de Marc me despega del mundo de los pensamientos de golpe. Lo miro sorprendida por su interrupción—. Aun si la música hubiese estado en volumen máximo, habría notado tu presencia.
—Patrañas. A lo que vine, imagino que entonces oíste lo que dije. Quiero respuestas, y que empieces a practicar el respeto tampoco estaría mal. Cuando uno te habla, respondes.
—¿Y vas a enseñarme tú? —suelta una risa baja, sin emoción.
Ignoro estoicamente su comentario y respondo:
—Me atrevo a decir que estás haciendo una investigación por cuenta propia. ¿Lo niegas?
—No.
Bufo, posando una mano en la pared junto a su cabeza. Su olor a menta y madera inunda mi olfato. Creo derretirme.