Lo que tú no pudiste cumplir

Capítulo 1

Ellie

—¿Hija, me estás escuchando?

—Sí, papá, te estoy escuchando —respondí de mala gana.

—Entonces, ¿por qué no respondes a mi pregunta? ¿Qué te parece esta ciudad?

—No está nada mal.

La verdad es que estaba pésimo en esta ciudad. Sentía que no encajaba y menos en un mundo con muchos lujos, en el cual mi padre estaba acostumbrado. Pero yo no era él, solo soy una chica sencilla que se pone lo que encuentra en su armario y no se fija si es de marca o no. Pero, lamentablemente, mi padre era así. Y ahora estoy vestida con un vestido negro súper incómodo y con unos tacones mucho más incómodos.

Luego de 10 minutos de silencio, llegamos al restaurante, en el cual, al entrar, se nota que te vas a quedar en bancarrota y con hambre porque en lugares como esos la comida es en miniatura. Mientras observo el interior, escucho a mi padre decir:

—Ellie, compórtate, sé educada, por favor te lo pido.

Hago un sí con la cabeza. La verdad no me interesa en absoluto esta cena; solo vine por obligación. Ni siquiera me preguntó y solo me dijo “arréglate porque vamos a salir”. No tenía ni idea de que iba a conocer al mejor amigo de mi papá.

Mi primera impresión es que se nota la elegancia: las lámparas, la luz tenue, cómo van vestidas todas las personas, que desde lejos se nota la ropa de marca. Mientras sigo observando, se acerca alguien de terno.

—John, ¡qué alegría verte, amigo!

Él es el mejor amigo de mi padre, al cual mi madre nunca le cayó demasiado bien.

—Adrián, te presento a mi hija Elizabeth.

Pongo la mejor sonrisa posible y le saludo.

—Un gusto.

Dios, ya quiero que acabe esta cena, y eso que solo está empezando. Lo único que quiero ahora mismo es estar en mi habitación leyendo un libro con mi soledad, que tanto me gusta.

Luego de eso, entramos a un salón privado más lujoso que lo anterior, y cuando estamos adentro presiento la mirada de todos sobre mí y me quedo paralizada. Noto instantáneamente que me pongo roja. Hasta que mi padre rompe el silencio.

—Susanna y chicos, ella es mi hija Elizabeth.

No me lo puedo creer. Estoy más roja que un tomate. No me esperaba que mi padre me presentara así. Quiero irme de aquí ahora mismo.

—Hola, un placer conocerlos.

La primera que se acerca es una mujer súper elegante; supongo que es la madre de los chicos. Se acerca con mucha amabilidad, dedicándome una sonrisa.

—Siento mucho lo de tu madre, era una mujer increíble. Ellos son mis hijos Logan, Alex y Jack.

Los saludo con una sonrisa y dos de ellos me devuelven la sonrisa y otro solo me ignora. Hubo un silencio un poco incómodo y luego ella dice:

—Venga, pasen a comer.

La verdad, no sé ni qué pedir, de hecho, ni me apetece comer, pero pido carne con patatas fritas y un jugo de melón.

Qué bueno que mi padre y su amigo tienen toda la atención en su charla sobre un caso. Porque ahora lo menos que me apetece es tener la atención en la mesa.

Hasta que de repente escucho mi nombre, pero no es nadie de la mesa.

—¡Ellieee! ¿Qué haces aquí? —lo dice emocionado—. Por cierto, soy Mike.

Ahí reacciono. Era mi mejor amigo hasta que se fue, como todas las personas que me importan.

—Lo siento, no te recordaba, pero estás muy cambiado.

—Bueno, es que ya muchos años sin vernos. Tú sigues igual.

Mike carraspea ya que todos los de la mesa nos están mirando, y luego de unos segundos en silencio me pregunta:

—¿Me das tu número para que un día nos podamos juntar? y te pueda enseñar esta ciudad

—Por supuesto.

—Adiós, Ellie, cuídate.

—Igual —logro responder.

—No sabía que tenías amigos tan cercanos —dice mi padre con un tono un poco extraño.

—Lo conozco desde que tenía 7 años, luego él se mudó y ahora está aquí. ¿Te molesta?

—Para nada, hija, me alegra que tengas amistades —luego mi padre siguió con su conversación con Adrián hasta que terminó la cena.

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Por fin en casa. La verdad, lo único que quiero hacer es dormir. Luego de la cena con los amigos de papá y sus hijos, el camino a casa fue en un silencio total. Al llegar a casa, luego me despedí y subí a mi cuarto a dormir o intentar dormir. Desde que estoy en Chicago me cuesta mucho conciliar el sueño. Normalmente solo duermo entre tres o cuatro horas, y la otra parte del día me la paso leyendo o chateando con mi mejor amiga de Colorado. Aunque me responda a las cinco horas que yo le escribo, algo es algo.

Luego de que me haya bañado y puesto mi pijama, recibo un mensaje de un desconocido que dice: “Hola, soy Mike, que duermas bien”. Le respondo: “Igual tú”.

La más expresiva en los mensajes hablo.

La verdad, chatear nunca se me ha dado muy bien. Soy la persona menos expresiva en los mensajes. Bueno, tampoco digamos que en la vida real soy muy expresiva, pero en los mensajes soy como un robot.

Luego de estar una hora dando vueltas en la cama, por fin logro dormirme.




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