Había pasado un año desde que había estado caminado bajo el sol y le habían golpeado con el sobre en la cara, literalmente el amor la había golpeado y Velvet sabía que vivir enamorada de un hombre que no conocía y evidentemente nunca vería era la cosa más estúpida pero no podía evitar suspirar cuando veía su sonrisa en la fotografía.
—Los caminos de Dios son extraños —dijo Velvet para sí misma. ñ-
Ella sabía que en el fondo era una romántica empedernida pero también era consciente de que jamás podría tener un hombre semejante.
Se puso de pie y se miró al espejo con ojo crítico, era demasiado blanca, tan blanca que parecía muerta; de niña fue llamada, Casper, por su tono casi transparente y el exagerado brillo de su cabello rojo la hacía aún más consciente del color pálido de su tez; sus grandes ojos azules y sus terribles pecas eran un verdadero incordio para su vida. Su peso era un ladrillo enorme en su vida; le hubiera gustado ser delgada pero era imposible, su anatomía era de por sí robusta, con las caderas amplias, el trasero enorme y los senos grandes anulaban cualquier posibilidad de tener un cuerpo estilizado dado que al ser de por sí voluptuosa no concordaba con un cuerpo de maniquí, solo habían dos opciones o se caía de frente o se daba un sentón.
Se rio de su propia estupidez, ella no tenía derecho a ser delgada pero le daba gracia imaginarse un cuerpo de ocho luchando por mantener el equilibrio entre una tetas y un trasero enorme.
Cada día veía una peca más y eso solo la hacía desanimarse imaginando que un día su cara sería como el huevo de un pavo.
Recorrió su cuerpo a través del espejo y bufó al ver el enorme trasero que tenía, que aunque su madre aseguraba que era una bendición, ella no podía verlo así cuando siempre había sido lo que más odiaba de su figura.
Era menuda y tenía un trasero grande que la hacía ver muy voluptuosa, nada que ver con las chicas delgadas, de piernas kilométricas y de cuerpo discreto que estaban de moda. Ella era chiquita, rellenita, de tetas y trasero enorme, compitiendo en transparencia con Casper y con el cabello tan rojo capaz de opacar cualquier antorcha.
Suspiró ruidosa cuando a su mente vino la belleza de su hermana mayor. Estaba próxima a casarse con un hombre igual de guapo que ella y que auguraba una progenie perfecta. Velvet solía bromear diciendo que toda la belleza de sus padres había sido dada a Lana, su hermana mayor y que ella no había obtenido nada. Se sentía poco agraciada y los comentarios en la universidad no ayudaban a que ella se aceptara.
Había tenido varios enamoramientos en sus dieciocho años pero jamás había dado un beso, nunca había recibido un piropo y mucho menos tenido un pretendiente y aunque ella y sus amigas solían bromear con que vivirían juntas en la vejez rodeada de cincuenta gatos, lo cierto era que secretamente añoraban tener un amor y una familia algún día.
Le hubiera gustado enamorarse, casarse y tener hijos. Su padre decía que era muy joven pero en realidad ella tenía dieciocho años y jamás había dado un beso, ni siquiera había un hombre interesado en desvirgar sus labios.
Se sentó de nuevo en la cama pensando en lo mucho que le pesaba ser fea. Era la burla silenciosa y constante de muchas en la escuela. Esa burla que se veía a kilómetros y sin necesidad de hablar, bastaba con la miradas para saber que se reían de ella y aunque Velvet lo tomaba con humor y mostraba indiferencia en el fondo, le dolía en el alma.
La puerta se abrió dando paso a su padre. Un hombre que a pesar de la edad seguía siendo atractivo y de quien había heredado lo pelirroja.
—He tocado pero no has respondido —dijo el hombre mirándola con ternura—. ¿Qué pasa cariño?
—No me pasa nada —respondió con una media sonrisa—. Solo pensaba en la escuela y los miles de cosas que aquejan a una chica como yo.
—¿Ya no somos mejores amigos? —preguntó su padre haciendo que suspirara de frustración al saber que no podía engañarlo—. ¿Creí que confiabas en mí?
—Eres un tirano manipulador. —Se defendió la joven—. Solo dime algo, ¿soy bonita? Y si lo soy, ¿por qué nadie me lo dice?
Su padre levantó una ceja y la miró durante unos minutos antes de hablar.
—Eres una chica especial. —Escuchó el bufido de su hija—. Y sí, eres muy bonita. Yo te lo digo todo el tiempo, lo que pasa es que no me tomas en cuenta porque no soy un veninteañero guapo.
—Ya no lo compongas —dijo desanimada—. Dijiste especial.
—No mentí —aclaró—. Lo eres y eres muy inteligente, eso debería contar.
Velvet bufó de nuevo acomodando un mechón de cabello que se había soltado.
—A los chicos no les gustan las chicas especiales —dijo con fastidio—. Les gustan las chicas lindas de grandes tetas y traseros que usen ropa ajustada y lencería sexy.
—Tú eres ese tipo de chica —declaró su padre.
—Pero con kilos de más —refutó.
—¿Entonces es eso? —dijo su papá descubriéndola—. Quieres parecer a esas chicas de allá afuera que se resanan la cara para llamar la atención de un tipo imbécil que busca un cuerpo bello. Te gusta un chico que no puede verte entonces.
#1930 en Novela romántica
#702 en Otros
#241 en Humor
amor amistad drama romance humor, diferencia de edades comedia romantica, jefe empleada plus size chicklit
Editado: 29.03.2021