Miro las frondosas copas de los árboles cubiertas de nueve. Siento la brisa fría en mis brazos.
No tenía ni idea como había llegado al bosque, descalza y en una simple bata de dormir. Mis pies arden por la nieve bajo ellos y los dedos de mis manos empiezan a entumecerse.
—Corre, Eira —miro a mi alrededor en busca del propietario de esa voz —. ¡¡Corre!!
Sin saber quién me ordenaba, comiendo a correr con todas mis fuerzas. Miro hacia atrás asustada, pero solo puedo escuchar como las ramas de los árboles se mueven de forma terrorífica y mis pies dejan huellas sobre la nieve.
Huellas llenas de sangre.
El terror me carcome al darme cuenta de que mis pies están manchados de sangre al igual que mi bata.
—Corre, es divertido verte hacerlo —carcajadas hacen eco en todo él lugar—. Este juego de cazador y presa me encanta.
Sigo corriendo, hasta salir a lo que parece ser una inmensa pradera cubierta de nieve. Su extensión es tan grande que no consigo ver el final.
Mi cabello está húmedo. Siento el peso de algo contra mi pecho. Es mi collar, el que se suponía debía protegerme.
—¡Boo! —suelto un grito al sentir como alguien me toma por de tras y dobla mi cabeza hacia un lado—. Sí te destruyo a ti, lo destruyo a él.
Percibo su respiración en mi cuello y luego su lengua lamer desde mi hombro hasta detrás de mí oreja.
Por instinto levanto mis manos con la intención de alejarlo de mí. Empujó su rostro con todas mis fuerzas, pero es inútil.
Hasta que topo con su boca y puedo sentir sus grande colmillos.
—Es hora de morir —anuncia apartando mis manos—. Salúdame a tu madre, allá arriba.
Despierto y de inmediato me siento en la cama.
Llevo mi mano hacia mi pecho en busca del collar, pero lo único que encuentro es a mi corazón latiendo a toda fuerza. Toco mi cuello en busca de alguna herida, pero toda parece normal.
—Ha sido sólo un sueño —me susurro poniendo de pie.
Me calzo mi botas, tomo mi bolso y salgo del cuarto a toda prisa.
Rebuscó mi celular y miro la hora.
8:27 AM.
—¡Mierda! Es tarde —suelto bajando las escaleras rápidamente.
—¡Buenos Días! —Exclama Milka, pero yo solo le miro con el ceño fruncido—. O tal vez, no tan buenos.
Suelto un resoplido y me acerco a la mesa en la que comparte el desayuno con su madre.
—Lo siento, soy de los que sufre de mal humor mañanero —confieso sentándome en la silla a su lado—. Además voy tarde al taller, necesito cambiar la ruedas de mi auto antes del invierno.
—Al menos desayuna, no quiero que Leila me llame para avísame que te desmayaste por falta de comida —objeta, Milka con tono demandante.
—No tengo hambre.
—O no. No me vas a salir con esas Eira Blest, tú siempre tienes hambre —señala colocando frente a mí, un par de tostadas—. Come o prometo que yo misma las meteré a tu boca y te obligare a tratarlas.
—Me gustaría ver que lo intentes —reto con una ceja arqueada.
—No me retes —advierte, antes de darle un trago a su café.
—Si no tengo mi café, no comeré las tostadas —informo empujado el plato hacia el frente.
—Yo te lo traigo, cariño —avisa Sulay apunto de levantarse de la mesa.
—No gracias, prefiero que lo haga Milka.
—De verdad que eres imposible —musita la pelinegra, mientras se dirige a la cocina—. Solo lo hago porque no quiero que mueras por desnutrición.
Sonrió y le doy una mordida a mi tostada con mantequilla.
—Eira, sé que no te gusta hablar mucho de tu vida, pero ayer por la noche me quede preocupada —dice Sulay.
Le miro unos segundos, antes de bajar la vista hacia mi plato.
—Estoy bien, fue solo un día agotador.
La mujer me examina con la mirada y justo cuando va a decirme algo más, el golpe de una taza contra la mesa la interrumpe.
—Tu café —señala Milka, dejándose caer en su silla—. Ahora bébelo.
—Claro —respondo con una sonrisa burlona.
Le doy un par de tragos a mi café y me levanto de mi lugar.
—Debo irme, Kenneth me esperaba, voy medía hora tarde —aviso.
—¿Vendrás después? —pregunta Milka.
—No lo sé, tengo cosas que hacer en casa —comunico cerrando la puerta del bar.
Abro mi bolso y saco mis llaves. Entro al auto y suelto un suspiro cansado, mientras hato mi cabello con una goma.
Mal despertar, mal día.
Eso me lo decía mamá siempre que no me levantaba sin ánimos. Y también recuerdo las veces en las que me repetía que sí sentía que el día no iba ha ser bueno, solamente debía poner una sonrisa y ser positiva.
—Se positiva, se positivaa —me susurro una y otra vez.
Enciendo el auto y comienzo a conducir hacía el taller. Veinte minutos después ya estoy dentro del local de Kenneth.
—Lo siento, en mi defensa Milka me obligo a desayunar —el mecánico ríe.
—No hay problema, sal del auto y empezaré con el cambio —asiento y hago lo que me pide.
—¿Crees que tengas problemas si vuelvo en media hora? —pregunto colgando mi bolso en mi hombro.
—No, para cuando vuelvas tu auto ya estará listo —responde caminado hacia su caja de herramientas.
—Gracias.
Salgo del taller caminado con destino a la única clínica odontológica de Coulant. Necesitaba ver a Gregory, las cosas no estaban del todo bien entre nosotros y me preocupa perderlo.
Cuento cada paso que doy, tratando de no concentrarme en la pesadilla, ni en mí deseo de volver con Kenneth y observar tan interesante trabajo que implica un cambio de ruedas.