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Había un lobo solitario que vivía en un denso bosque.  Su pelaje oscuro y sus ojos penetrantes provocaban miedo en otros animales, quienes lo evitaban, dejándolo con una constante sensación de soledad.  Cansado de su existencia aislada, el lobo decidió buscar compañía atacando un pueblo cercano.



Sin embargo, su plan de aproximación resultó ser un terrible error.  Tan pronto como entró en el pueblo, los vecinos, alarmados y asustados, se unieron para cazarlo.  El lobo, ahora acorralado, intentó escapar, pero acabó perdiendo una de sus extremidades en la persecución.  Para su sorpresa, sin embargo, se produjo una transformación sorprendente.  En lugar de la extremidad perdida, el lobo vio poderosas alas negras que brotaban del lugar donde una vez existió su brazo.



Con sus nuevas alas de murciélago, pudo volar por el cielo.  La sensación de libertad que le daban esas alas era indescriptible.  La brisa de la noche tocó su pelaje y se sintió volar, libre de todas las cadenas que lo ataban a la soledad y al sufrimiento.  Volando lejos del pueblo que lo perseguía, el lobo finalmente encontró la paz que anhelaba.



Mientras atravesaba los vastos paisajes, una nueva sensación se apoderó del lobo.  Un sentimiento de pasión por la vida, un deseo ardiente de explorar nuevos horizontes en formas que nunca antes había experimentado.  Y en el firmamento experimentó la deslumbrante sensación de libertad que le proporcionaban las alas al volar.  La historia del lobo solitario que se transformó en un ser alado se difundió, inspirando a todos los animales del bosque a creer que hay esperanza incluso en los tiempos más oscuros.