Cuando a Phillip le dijeron que su esposa estaba fuera de sus oficinas y quería hablar con él, se extrañó. Le pidió a su secretaria que la hiciera pasar inmediatamente; Georgina nunca iba a su lugar de trabajo, y si estaba aquí, era porque sucedía algo grave o tan importante que no podía ser tratado por teléfono.
Sus sospechas se acentuaron cuando la vio entrar pálida y con mirada nerviosa. Casi corrió a ella para preguntarle qué pasaba. Georgina lo abrazó llorando.
— ¿Qué tienes, mujer? ¡Qué pasa! –preguntó él—. Dime algo, que me tienes con el corazón en un puño.
— ¡Lo siento tanto!
— ¿Qué sientes?
— ¡Es mi culpa!
— ¡¿Qué cosa?! –la separó de sí, e intentó secarle las lágrimas, pero éstas volvían a salir.
—Fui al médico… —Phillip se quedó totalmente quieto, sintiendo cómo toda la sangre se le iba a los pies—. Venía sintiéndome mal desde hacía algunos días… —no la dejó terminar, caminó con ella hacia los muebles y la sentó, para luego situarse a su lado.
— ¿Qué pasa, Georgina? –ella se tomó su tiempo, le esquivaba la mirada, y él le dio un par de segundos para que se tranquilizara, al cabo de los cuales ella habló:
—Estoy embarazada.
Phillip quedó de piedra.
Luego de soltar la noticia, Georgina se recostó en el mueble y volvió a llorar.
— ¡Lo siento! Pensé que a mi edad… ¡pensé que era imposible! Y tú y yo… Oh, Dios, tú y yo… quiero decir… —Al ver que él se ponía en pie, ella lo siguió—. Phillip, por favor, perdóname—. Él se volvió a mirarla con el rostro contraído por mil emociones que pasaban todas al mismo tiempo.
— ¿Perdonarte?
—Se supone que a nuestra edad ni siquiera… Se va a ver muy raro, yo, a mi edad, y en estas… —Phillip se echó a reír, al fin. Georgina se lo quedó mirando como si de repente su marido se hubiese vuelto loco—. ¿Cariño, estás bien? –acto seguido, Phillip se aproximó a ella, le tomó el rostro entre las manos y la besó en la boca, largo y profundo. Cuando el beso terminó, Georgina bizqueaba un poco, y él tuvo que sostenerla para que no perdiera el equilibrio—. ¿No estás molesto?
— ¿Y por qué iba a estarlo?
—No lo sé… todos nos van a mirar raro…
— ¿Y eso qué? ¡Es nuestro hijo! Quieres tenerlo, ¿verdad? –le preguntó en tono serio.
— ¡Claro que quiero! ¡Siempre quise tener más hijos!
— ¡Pues perfecto! ¡Me has hecho muy feliz! –Georgina no dijo nada más, sólo lo escuchó hablar y hablar acerca de que deseaba que esta vez fuera un niño. En lo incómodo que sería volver a empezar a cambiar pañales y levantarse a media noche, pero que entonces contrataría ayuda profesional—. Tienes que estar al día con todo eso de los controles pre-no-sé-qué-cosa.
—Prenatales –le ayudó Georgina.
—Y una habitación, debes disponer una de las habitaciones… No creo que a Heather le guste la idea de que la saquemos de la suya…
— ¡Heather! –Exclamó Georgina—. Todavía tengo que decírselo a ella. ¡Santo cielo! Ni ella ha quedado embarazada luego de casarse con Raphael, porque decidió esperar un poco, te imaginas yo, su madre, ¿con una panza que debería corresponderle a su hija?
—No te angusties por eso –le pidió Phillip, besando levemente sus labios—. Heather estará más que feliz con la noticia.
—Phillip, pero tengo más de cuarenta, tenemos más de cuarenta… no se supone que seamos padres a estas alturas.
—El cielo ha decidido bendecirnos con otro hijo, yo lo acepto gustoso. ¿Tú no? –ella lo miró fijamente. Ciertamente ésta no era la manera como esperaba que él reaccionase. Esperaba un poco de frialdad, o un sermón por haber sido tan descuidada con su salud y ponerse en riesgo con un parto. Pero este Phillip era diferente, recordó. Este Phillip era tierno, y cuidaba de ella. Incluso la amaba.
Se dejó abrazar y decidió descansar en él. Todo saldría bien, hoy en día la ciencia y la medicina habían avanzado muchísimo. No tenía por qué haber más complicaciones de las normales.