Los gritos eufóricos de victoriosos soldados se escuchaban a millas de distancias. Cuerpos de imperiales sin vidas yacían sobre el suelo, y sus cabezas encajadas en los picos frente al campamento. Los rebeldes golpeaban sus escudos con emoción, gritaban y reían tras destruir un campamento imperial.
Entre los hombres risueños, uno vestía con pieles de oso negro, sobre su espalda había una espada lo suficientemente grande para ser agarrada con las dos manos, encima de ella un escudo de cuero azul y sobre la tela, el diseño de la cabeza de un oso negro. El era Hviseck, uno de los comandantes del ejército rebelde y su armadura negra representa su título.
A diferencia de sus soldados que reian a carcajadas, Hviseck sonreía de brazos cruzados, satisfaciéndose con lo que sus ojos observaban. Su espada yacía ensangrentada de tanta sangre imperial y a sus pies, la cabeza que lideraba el campamento recién destruido.
—Jarl Ulfric se sentirá agusto una vez sepa que el sur de Windhelm ya no tiene el campamento estratégico del imperio.
Un nórdico se acercó a él cargando en sus manos varios objetos dentro de un pequeño cofre y entre ellos un pergamino blanco, Hviseck tomó un anillo con un rubí y varias monedas de oro, las cuales las dejó caer dentro del cofre una a una, sonriendo en el proceso. El rebelde dejó el cofre sobre el suelo y sacó el pergamino blanco. Y se lo entregó a Hviseck.
—¿Que es esto?— el comandante lo tomó y lo abrió, comenzando a leer el contenido. —Él imperio planea atacar Markarth.— lanzó el pergamino al interior del cofre nuevamente y caminó, alejándose del soldado. —Quieren recuperar Markarth a como dé lugar. Ustedes limpien este lugar, yo le avisaré a jarl Ulfric.— El soldado asintió viendo a su comandante alejarse del lugar.
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Por parte de Throrald, el nórdico ya había llegado a Kynesgrove, un pequeño pueblo ubicado al suroeste de Windhelm. Las fuertes nevadas eran constantes en esta región de Skyrim, y para Thorald, un nórdico acostumbrado a las cálidas regiones del oeste, sobrevivir por dos semanas a este clima le resultó muy difícil.
Acababa de salir de la posada donde había pasado la noche, gracias a que vendió pieles de animales que cazó el día anterior, ganó una suma de septims suficiente para alimentarlo y situarlo en una caliente y cómoda cama. Miró algo intrigado a los tres niños que jugaban tranquilamente en la nieve, no sabía cómo ellos podrían aparentar estar normales, con el terrible frío que hacía.
La señora que lo observaba sonrió entendiendo sus pensamientos. Ella se levantó del banco y caminó hacia Thorald, quien ignoraba su presencia, hasta que ella habló.
—Es normal para ellos estar bajo estas temperatura.— Thorald se giró hacia ella y la miro algo confundido por sus palabras. —Una de las ventajas que tenemos en la guerra es nuestra localización, los imperiales no soportan el frío, por lo tanto no se acercan tanto al este. Y los que lo hacen, no duran más de una semana y se marchan. Es una de las razones por las que Jarl Ulfric valora tanto a Windhelm.
Thorald curvó sus labios hacia abajo de manera imperceptible para la señora, molesto por la mención del nombre del asesino de su padre. Pero ahora que pensaba unirse a la rebelión, debería aprender a tolerarlo. Con una serie de respiraciones evitó alterarse, miró a la mujer a su lado y comentó.
—La guerra como va actualmente.— la señora sonrió por unos breves instantes.
—Es una guerra, hay muerte y desgracias, nadie gana, todos pierden en un momento. Pero si te refieres a quien lleva la ventaja, sin duda es el jarl Ulfric, con Markarth a su control, básicamente están en su patio trasero, algo que tiene al imperio de los nervios.
—Parece que sabes bastante de esto.— ella se carcajeó por lo bajo.
—¿Quien sabe?
La señora se marchó como mismo vino, con pasos lentos sobre la pesada nieve que llenaba los caminos de Kynesgrove. Una mujer de cabellos pálidos y ojos perlados, estaba cerca de sus cincuenta y tantos, tal vez era una guerrera retirada. Thorald despejó sus pensamientos sobre la mujer, solo levantó su equipaje del suelo de la posada y se lo colocó sobre la espalda, dándose la vuelta para dirigirse al noreste, en dirección a Windhelm, la ciudad donde regía el asesino de su padre.
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—Debemos tomar una decisión rápido jarl Ulfric?, Balgruuf no piensa unirse a ningún bando.
Ulfric-Stormcloak miró a su comandante jefe con ojos pesados, la opinión de Galmar-Ironfist sobre el jarl Balgruuf y la neutra ciudad de Whiterun era incómoda para Ulfric, le costaba tomar la decisión de poner a Balgruuf como aliado o enemigo. Era un nórdico como él, era un compatriota que compartía su amor por Skyrim, era un conocido de la infancia, pero no parecía compartir su causa, tampoco la del imperio.
—Calma Galmar, confió en Balgruuf y estoy seguro que con el debido tiempo, tomará su decisión y eligiera el bando correcto. El nuestro.— sentenció con una sonrisa confiada.
—Sigue pensando en eso mi jarl, Balgruuf tiene sus propios planes sobre Skyrim y estoy seguro que usted, ni el imperio, están en ellos.— Galmar era un hombre inteligente, Ulfric lo sabía y confiaba en él, pero como podría él, atentar contra un hermano de escudo, le resultaba imposible pensarlo siquiera.
Cortando los pensamientos opuestos de ambos hombres, Hviseck entró al palacio abruptamente, tirando las puertas y llamando la atención de ambos hombres. Ulfric levantó su mirada y miró al stormcloak, Hviseck se detuvo a varios pasos del trono y de la mano derecha del jarl.
—Jarl Ulfric tenemos noticias.— el rubio posó su mirada desinteresada en él, tenía otras cosas en las que pensar. el campamento imperial del sur fue destruido.— ya esperaba dicha respuesta, solo asintió sin mostrar felicidad alguna. —Y tenemos un documento firmado por el general Tulio, solicita refuerzos para atacar a Markarth de una vez por todas.
Editado: 19.07.2022