Basil se volvió a meter el dedo en el cuello, tironeando hacia afuera para aflojar el jubón que lo ahorcaba, mientras caminaba con pasos rápidos hacia el puerto. ¿Cómo soportaban los nobles estas incómodas vestimentas? No le desagradaba cómo se veía con esas ropas finas que lo proclamaban como una persona importante: nada más y nada menos que el asistente personal del nuevo gobernador de Merkovia, como se llamaba ahora la ciudad portuaria que había estado bajo el mando de Lord Merkor antes de la masacre. Le gustaba especialmente la capa negra, que lucía con elegancia, y la espada que llevaba colgando en su cadera izquierda, la cual era solo decorativa, pues no tenía idea de cómo usarla. Pero los pantalones eran demasiado ajustados, el jubón le apretaba el cuello y las botas eran demasiado estrechas para sus pies acostumbrados a otro tipo de calzado, o incluso la ausencia de este.
Basil había estado a bordo del Serenidad, en alta mar, cuando ocurrió la matanza que devastó la ciudad. Así había salvado la vida, junto con muchos otros marineros a bordo de su barco y de otros. El regreso a casa había sido una pesadilla. Todos habían perecido en la ciudad, incluso su inocente esposa Silvia, que nunca había levantado un solo dedo para atacar a nadie. Basil lloró su pérdida junto con todos los otros cuyos seres queridos les habían sido arrancados sin piedad en un ataque que nadie podía explicar ni comprender. Algunos de sus compañeros tomaron las cosas de forma mucho más dramática. Hubo suicidios entre los marinos. Otros decidieron partir para siempre, abandonar la ciudad. Un grupo decidió formar una banda con el objetivo de encontrar a los perpetradores de la masacre y vengar a sus familias. Pero no había forma de encontrarlos. Nadie sabía quiénes eran. Nadie sabía el motivo de tan horrendo ataque.
Las reacciones fueron en su mayoría de ira y tristeza, pero a la larga, llegó la resignación, y muchos volvieron a sus vidas de siempre, a la pesca, al arte de sobrevivir. Excepto que ahora no había autoridades en las tierras de Merkor para negociar los acuerdos de comercio con los demás territorios para vender los frutos del mar. Ante ese problema, el regente Vianney nombró a un nuevo gobernador provisorio con la misión de reorganizar, repoblar y velar por los intereses de los marinos en la corte de Colportor. La medida era razonable y lógica, pero el problema fue que Vianney le dio el puesto a un extranjero desconocido en el que nadie en las tierras de Merkor confiaba.
Aparentemente, el nuevo gobernador venía de Tiresias, pero no tenía ningún título nobiliario, y se rumoreaba que era originario del norte, del otro lado de la cordillera. Para empeorar las cosas, llegó a Merkovia con un gran cargamento de libros y era obvio que su conocimiento sobre el mar venía de ellos en vez de de la experiencia real de navegar los mares. Sin embargo, otras cosas jugaron a su favor. El recién llegado gobernador se interesó enseguida por los problemas de los marinos y pasó las primeras semanas viviendo prácticamente en el puerto, observando, preguntando, investigando, estudiando. En dos meses, había aprendido no solo los manejos de las distintas flotas, sino también todos los nombres de los capitanes de los barcos y los de las tripulaciones completas, junto con sus preferencias e idiosincrasias. Era capaz de llamar a cualquier marino por su nombre y de entablar conversaciones con detalles de sus vidas personales que solo había escuchado al pasar una sola vez. Jamás se equivocaba de persona ni confundía la situación de cada uno, y hacía sentir importante a cada marino con el que se cruzaba en la ciudad. Su amistosa actitud y su prodigiosa memoria, le ganaron poco a poco la confianza de los habitantes de la diezmada Merkovia. Eso, más los beneficiosos contratos que negoció con Colportor para la venta de pescado y sus políticas de repoblación de la ciudad por medio de incentivos para la inmigración, lo convirtieron finalmente en una autoridad mucho más respetada que el viejo Lord Merkor, especialmente porque no mostraba la codicia y la terquedad de su antecesor. Su nombre era Cormac. Ya había pasado un año desde su advenimiento, y Merkovia era tan próspera que muchos comenzaron a sugerir que la ciudad debería llamarse: “las tierras de Lord Cormac”, pero él no lo permitió.
Cormac no era un individuo interesado en la fama o el reconocimiento. Por el contrario, parecía siempre esforzarse por pasar desapercibido. Odiaba toda reunión social, incluidas las del Concejo de Colportor, a las siempre trataba de evitar asistir, poniendo excusas que nadie en la corte se creía. Vianney lo trataba con cierta indulgencia, pues consideraba que su tarea no era nada fácil y que debía dejarle cierto margen de libertad, respetando su personalidad poco sociable cuando se trataba de reuniones insulsas con los nobles del sur. Mientras Cormac mantuviera a Merkovia bajo control y procurara su crecimiento pacífico, Vianney no tenía nada que objetar.
A pesar de su gran capacidad organizativa, Cormac no tardó en darse cuenta que necesitaría ayuda en su tarea de restaurar a Merkovia a su antigua gloria. Así fue como Basil consiguió su puesto. El modesto marino no entendía por qué el gobernador lo había elegido precisamente a él, un donnadie sin preparación, para ser su asistente personal. Cuando planteó el asunto, Cormac solo le dijo que él había sido altamente recomendado por Sir Lyan por su honestidad y su valentía. Nunca dijo cómo conocía a Sir Lyan, el oscuro caballero al que una vez Basil había vendido un anillo de oro con una perla engarzada.
#18906 en Fantasía
#7454 en Personajes sobrenaturales
#25907 en Otros
#3482 en Aventura
Editado: 11.12.2019