—¡Vamos, Basil! ¿Crees que no sé que Sandoval viajó contigo y con Bredavant? —lo cuestionó Cormac.
—Para haber estado irremediablemente postrado, veo que estás muy bien enterado —sonrió Basil, que solo se estaba haciendo el difícil para jugar con Cormac.
—¿Entonces? ¿Por qué fue Sandoval a Colportor? —insistió el otro.
—¡Ah! Me retracto, al parecer no lo sabes todo.
—Déjate de juegos, Basil, y dímelo de una vez —le exigió Cormac, que comenzaba a cansarse de la actitud del gobernador.
—Tu estado de salud te ha vuelto muy irritable —le retrucó Basil—. ¿Creíste que iba a ocultarte mi primera idea original como gobernador de Merkovia? Bueno, no solo mía, Sandoval ayudó.
—¿De qué se trata? —preguntó Cormac, tratando de no perder la paciencia.
—Bueno, como sabes, el granero del viejo Grosner es ahora un hospital equipado. Sandoval presentó al Concejo la creación del Hospital General de Merkovia para el Tratamiento de Condiciones Delicadas de Salud. Y junto con eso, el proyecto de una Escuela de Medicina tradicional y no tradicional. Debiste verlo, Cormac, su elocuencia dejó obnubilados a todos los nobles. El proyecto es ambicioso, pero el Concejo lo recibió con gran entusiasmo y proporcionará a Merkovia lo que ha estado necesitando por mucho tiempo.
—¿Más fondos? —inquirió Cormac.
—No. Mujeres, Cormac —respondió Basil.
—¿Mujeres? —repitió Cormac sin comprender.
—Cuando la masacre azotó Merkovia, borró de nuestra ciudad a todas las mujeres y los niños. Los únicos que quedaron vivos fueron los marinos que estaban en alta mar en ese momento. ¿Cuánto tiempo pensaste que esta ciudad podía sobrevivir sin mujeres?
Cormac no contestó.
—Parece que Basil ha estado pensando en esto largamente —opinó Marga, mirando de soslayo a Cormac y arqueando una ceja.
—Restaurar Merkovia no solo tiene que ver con la parte económica —continuó Basil—. Necesitamos volver a formar familias y no podemos atraer mujeres si solo nos dedicamos a la pesca. Según Sandoval, el cuidado de enfermos es una profesión que interesará al sexo femenino, y la creación del hospital y la escuela de medicina nos proveerá de excelentes candidatas: mujeres sensibles e inteligentes, pacientes, valientes y fuertes.
—El problema será que esas mujeres se interesen en marinos toscos y brutos —murmuró Marga para sí.
—En ese caso, los marinos deberán esforzarse por dejar de ser toscos y brutos —replicó Cormac, y luego a Basil: —Felicidades, Basil, la idea es en verdad fantástica.
—Gracias —sonrió Basil, complacido.
—Espero que el hospital sea todo un éxito —le deseó el otro.
—¡Oh! ¡Lo será! —exclamó Basil, poniéndose de pie.
El gobernador fue hasta un armario de madera, lo abrió y sacó una enorme bolsa de tela. La trajo y volcó su contenido sobre la mesa: eran cartas, decenas y decenas de cartas.
—¿Qué es esto? —inquirió Cormac.
—Bueno, Sandoval les dijo que este hospital no admitiría pacientes sin algo que él llamó “turnos”, así que estas cartas son pedidos de admisión. Algunas vinieron acompañadas de joyas y piezas de oro para acelerar el proceso de aceptación, pero Sandoval me aseguró que los casos a atender serán ordenados de acuerdo a otras prioridades que nada tienen que ver con el dinero. Dice que no dejará que la medicina se convierta en un negocio, como lo es en su mundo.
—Ojalá pueda lograrlo —dijo Marga.
————o————-
Marga entró en la sala de estar de la residencia que compartía con Cormac en Merkovia y vio a Cormac cómodamente arrellanado en un sillón, leyendo un libro:
—¿Te convenciste ya? —le preguntó.
—¿De qué? —levantó él la vista de su lectura.
—De que Basil es un buen gobernador para Merkovia. Sé que asististe a ese almuerzo para juzgar sus habilidades.
—Es mucho mejor que yo —admitió él.
—Tuvo un buen maestro —se acercó ella y le dio un beso en la mejilla.
Cormac solo sonrió y pretendió volver a su libro. Marga acercó una silla y se sentó frente a él:
—¿Para cuándo, entonces? —le planteó.
—¿Para cuándo qué?
—¿Para cuándo volveremos a Tiresias? Ya no hay nada más que tengas que hacer aquí.
—Todavía me cuesta mucho caminar, no estoy listo para el viaje —se excusó Cormac.
—Sí, lo del bastón impresiona mucho —dijo ella—, lástima que te vi bajar del carruaje sin problemas y sin ayuda cuando volvíamos de lo de Basil hoy a la tarde. Así que basta de actuar como el convaleciente anciano que no eres.
Cormac clavó la mirada en la página que pretendía leer, sin contestar.
—¿Qué pasa, Cory? ¿Qué te preocupa?
Cormac suspiró y cerró el libro, apoyándolo en su regazo:
—No estoy seguro de querer volver a Tiresias.
—¿Prefieres quedarte aquí?
—No, tampoco.
—¿Entonces?
—No lo sé. He estado pensando… —Cormac hizo una pausa. Marga esperó con paciencia—. Me gustaría empezar de nuevo, contigo, en otro lugar.
—¿Otro lugar? —lo animó ella a continuar.
—Un lugar donde nadie sepa quiénes somos, donde podamos vivir sin los ojos siempre vigilantes de los demás sobre nosotros.
—Ya nadie nos vigila, Cormac, te lo dije: Lug me sacó la custodia.
—No, Mady, mientras estemos en el Círculo, siempre estaremos bajo el escrutinio de las Marismas.
—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —frunció el ceño ella.
—¿Me acompañarías a otro mundo, Mady?
Ella se lo quedó mirando boquiabierta por un momento. Aquellas palabras eran el equivalente a pedirle matrimonio.
—Por supuesto, Cory, te seguiré hasta el fin del universo.
—Bien —sonrió él—, ahora solo falta convencer a la Llave de los Mundos para que nos conceda pasaje.
—No tengo dudas de que podrás persuadir a Lug —lo abrazó ella con cariño.
——FIN DEL LIBRO VII——
#18914 en Fantasía
#7456 en Personajes sobrenaturales
#25907 en Otros
#3482 en Aventura
Editado: 11.12.2019