Los besos del lobo

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Heri lamentó su mala fortuna.

Hace un año, cuando conoció a Ross creyó que era el hombre más guapo que la naturaleza había creado.

Y en realidad Ross era un hombre muy guapo, su forma de ser es lo que dejaba mucho que desear.

Poco más de cinco años atrás, casi seis, la madre de Heri lo había abandonado junto a sus pequeños hermanos y su para nada competente padre. Los abandonó sin mirar atrás una sola vez.

Para la madre de Heri el abandonar a su familia era una costumbre a la cual le encantaba recurrir. Cuando Heri tenía 4 años ella salió por la puerta de la casa con una gran maleta gritándole a su padre que nunca conseguiría nada bueno al lado de él, que su vida estaba destinada al fracaso si se quedaba en esa pequeña casa donde sus talentos nunca podrían florecer. Entonces Heri observó cómo su madre subía a un coche negro —que por aquel entonces era la sensación del momento—, y se largaba con un hombre al que Heri recordaba como el mejor amigo de su padre. A aquella mujer ni siquiera le importó que su hijo derramara lágrimas por toda la cara y corriera detrás del auto rogándole que no los abandonara. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo para él.

Su padre recurrió a la bebida, grave error. Pasó de ser la mano derecha del jefe a un hombre al que le cerraban la puerta en la cara cada vez que iba a solicitar trabajo y, si lo conseguía, era despedido poco después de que lo contrataran.

Heri no odiaba a su padre, pero el hombre era realmente un imbécil. Cuando el amigo de su padre pareció cansarse de su madre la muy ingrata regresó a casa como si nada hubiese pasado. Dijo que no sabía lo que estaba haciendo, que en ese momento no pensaba con claridad, que estaba muy arrepentida y rogó que la perdonasen. Juró que nunca más los traicionaría y entonces su padre fascinado, la aceptó de vuelta. Todas las personas cometen errores y como Heri era muy chico también la perdonó.

Nueve meses después Heri obtuvo un hermanito. Ahora que él lo pensaba probablemente ninguno de sus hermanos era realmente hijo de su padre porque, qué casualidad que cada vez que su madre regresaba nueve meses después naciera un niño. A veces incluso el tiempo era menor.

En este punto es demasiado obvio que su madre no cumplió con su juramento. Después de ser tratada como una reina por el tonto de su padre, no bastó un año para que ella nuevamente desapareciera dejándole al niño. Es así como Heri obtuvo 3 hermanitos. ¡Dios, cómo detestaba a su madre! A él no le gustaban las mujeres y eso se lo atribuía al puro asco y rencor que tenía hacia aquella mujer. Nunca comprendería como alguien puede ser tan caradura y rogaba porque ella no volviese. Estando lejos se llevaban mejor.

Lo bueno de tener una familia numerosa es que nunca se está aburrido, casi no hay silencio. Lo malo es que nunca alcanza el dinero y peor aún si se tiene a un padre alcohólico sin dignidad al que se le dificulta conseguir trabajo. Que la mayoría de personas en la familia fuese un montón de criters en edad escolar tampoco ayudaba. Heri quería a sus hermanitos, en verdad los apreciaba pero él era perfectamente consciente de que nunca podría brindarles todo lo que ellos merecían.

Por eso dejó la universidad y se fue directamente a trabajar, sin experiencia y con gran miedo rogaba porque al menos en ese sentido la vida le sonriese y lo ayudase. Así terminó trabajando en restaurantes, lavando platos, cocinando, siendo mesero, también ayudó a jefes carpinteros. Heri era un mil oficios. Pronto supo que se quedaría como un aprendiz de todo y un maestro de nada.

Eso estaba bien, podía tolerarlo. Pero no dejaría que sus hermanos pasaran por lo mismo que él.

Lástima que el sueldo en cualquiera de esos empleos fuese insuficiente. Si solo estuviese trabajando para él no tendría quejas. Es solo que se hacía cargo de las facturas, de los útiles escolares de sus hermanos, de poner un pan en la mesa y un largo etcétera.

Cuando le ofrecieron desempeñarse como el chofer de una familia de la alta sociedad casi sufre un infarto al enterarse cuál era el sueldo que recibiría. Sin duda estaba muy por encima de cualquiera de sus trabajos y solo tenía que conducir. Aceptó encantado.

Ojalá alguien le hubiese advertido que se iba a enamorar del engreído y posesivo hijo de esa familia y entonces tal vez no hubiese aceptado.

La primera vez que conoció a Ross fue cuando tuvo que conducir al aeropuerto para recogerlo ya que él regresaba del extranjero. Apenas lo vio se dio cuenta que la diferencia entre ellos era más que abismal.

Ross era como el ángel más sexy que escapó del cielo.

Con apenas diecinueve años el jovencito tenía un cuerpo de infarto. Teniendo una altura que bordeaba el metro ochenta y un cuerpo perfectamente trabajado era obvio que los y las pretendientes le sobraban. Sus bellos ojos marrones dejaron a Heri sin aire con tan solo establecer un efímero contacto visual, y éste supo que no le pasaba desapercibido al bribón ese.




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