Capítulo 12.
TRISTAN HELLIWELL.
—Gracias, que tengas un buen día —agradeció Tristan sonriéndole a la chica que le entregó su café y la pequeña bolsa que contenía su bollo de canela.
Escogió una mesa cercana a la ventana, le gustaba la iluminación. De su bolso, sacó su tableta y sus respectivos accesorios para dibujar. Hace varias semanas que no tenía tiempo para dibujar lo que él quisiera, así que iba a aprovechar muy bien esos días que había pedido libres.
Tomó un sorbo de su café y soltó una risita cuando se percató de que en el envase estaba escrito un número de teléfono. Elevó su mirada y la chica barista le dio una sonrisa, como afirmándole que era el número de ella. Era guapa, no lo podía negar, pero no era Eleanor.
Volvió a enfocar su atención en la pantalla. Un lienzo en blanco lo esperaba, al fin podía dibujar lo que él quisiera. Comenzó con unos trazos simples, un borrador. De a poco comenzaba a formarse la figura de un muchacho, probablemente universitario. Agregó una viñeta al lado, luego diálogos y cuando menos lo esperó, terminó la primera página de una novela gráfica.
Por supuesto aún le faltaba trabajo, todavía no coloreaba ni añadía detalles, pero vio que algo estaba comenzando a formarse. Un nuevo proyecto, del que él era autor e ilustrador. También se fijó que la historia que estaba contando era la de él… con Eleanor. La noche que se conocieron, en la fiesta de bienvenida.
Miró la ilustración por unos segundos y suspiró. ¿Tan importante había sido ella en su vida?
Guardó sus pertenencias en el bolso y se lo colgó al hombro, listo para irse. Tomó el vaso de café, que aún tenía líquido y lo miró. Pasó su pulgar sobre el número escrito, quizás era una buena idea comenzar de nuevo, quizás hacer una novela sobre su historia con Eleanor era el cierre que necesitaba, quizás verla casarse era el evento para entender que su historia no tenía otro capítulo, sino que ya tenía un final.
Se giró, y vio a la barista. Su cabello pelirrojo estaba atado en una cola, lo que le permitía ver su rostro, estaba enfocada limpiando el mesón con un trapo. Era guapa… no era Eleanor, pero ¿era necesario? ¿Realmente la necesitaba a ella para ser feliz?
Entonces, ella elevó su vista, pillando a Tristan observándola. Sin saber que hacer, Tristan elevó su vaso de cartón un poco y sonrió, dándole a entender que se lo llevaría, y con él, su número. La barista río y lo observó hasta que se fue.
El día estaba nublado y Tristan no sabía qué hacer. La calle estaba transitada, pero se sentía solo, sin propósito. El día anterior, cuando llegó a Londres, había estado tan seguro de su decisión… y ahora se sentía perdido. Tenía ganas de avanzar luego de conocer a la pelirroja del café, pero también tenía miedo de seguir adelante, de dejar a Eleanor en el pasado.
Si bien había tenido relaciones amorosas después de ella, ninguna había durado más de un par de meses, y eso se debía a su miedo de olvidarla. Ella había sido su primer amor, su primera relación estable y temía que ninguna otra pudiera superarla, o al menos igualarla.
Comenzó a caminar, pensando en lo bien que estaría ir a una tienda a comprar un nuevo set de acuarelas profesionales que recién habían salido al mercado. Eran muy populares entre la comunidad de ilustradores de las redes sociales, así que pensó que probarlas sería genial. Tristan tenía una gran cantidad de seguidores en Instagram, donde compartía su trabajo y en ocasiones le pagaban por comisiones. Era como un portafolio, sólo que en línea.
—No, no… hablé con Birdie esta mañana —dijo la mujer que caminaba en frente de él. Hablaba por celular, pero más que hablar, estaba gritando. Tenía un tono de voz alto—. La organizadora, Drew, le dijo que debía recoger los vestidos pero Birdie estaba ocupada, así que… sí, voy en camino.
Por alguna extraña razón, la voz de la mujer se le hacía extrañamente conocida. Su acento era americano, un extraño americano.
—No, Federico, ¡ya estoy a veinte metros! No me devolveré a comprarte donas… no, no iré. Levanta tu trasero y ve tú por ellas —refunfuñó ella.
Tristan frunció el ceño, pensando. Federico… Federico Simone, el prometido de Eleanor. La mujer desconocida no podía estar refiriéndose a él, ¿no? Debían haber más Federicos en Londres. Se adelantó unos pasos para escuchar mejor, la curiosidad ganándole.
—Sí, Eleanor me dijo que eran los amarillos… ¡no soy olvidadiza! ¡No es cierto! —exclamó ella en dirección al celular mientras el corazón de Tristan comenzaba a dejar de latir lentamente. Federico, Eleanor… no era coincidencia—. ¿Qué? Ah, sí, lo recuerdo… no estoy mintiendo, realmente me acuerdo del nombre de la tienda.
El cerebro de Tristan comenzó a trabajar con velocidad. Era obvio que hablaba de Eleanor y Federico, y no estaría tan preocupado de no ser porque sentía que conocía esa voz. Estaba seguro, aún cuando tenía un extraño acento americano. Ese tono de voz era particular, y lo había escuchado de una sola persona en su vida.
—Celestine —susurró Tristan, paralizándose. Se llevó una mano al rostro, frotándoselo sin creerlo aún—. ¿Celestine? —repitió, esta vez su tono de voz era más alto, suficiente para que la mujer frente a él se detuviera y voltease a verlo.
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Editado: 19.08.2021