Los Caballeros de la Causa Pérdida

IV

Alejandro era muy viejo y vigoroso, demasiado vigoroso, tenía ochenta años. Sin embargo, al llanero le pareció que no tenía más de sesenta; los cabellos largos y la barba dorada y le colgaban rizos grises, la piel sin manchas y pocas arrugas, un perfil 
digno de la realeza, poseía suficiente fuerza para correr y cargar, un hombre imperial en la vida mortal. Sentado sobre un trono ancestral de piedra negra despostillada, cubierto de siluetas y símbolos grabados; provenientes de una antigua cultura, casi extinta; miraba al llanero con unos ojos de menosprecio. Junto al virrey, sentados en sillones; había un hombre recio de cabellos entrecanos, una mujer ricamente vestida; a sus pies una niña abrazaba una muñeca de porcelana. Al último estaba el arzobispo inclinado por la vejez, arrugado, retrancándose en un bastón viejo. La sala del trono era de piedra lisa, la losa del piso era verde con pedazos azules; representando una selva verde contrastada en el cielo azul profundo. Los poderosos pilares sostenían el cielo raso, adornado por tapices rojo y naranja, y las alfombras, iluminados por hogueras y candelabros de vela.

—Jäger. Caballero de la Causa Perdida—dijo Alejandro resonando la áspera voz en toda la sala, después de unos instantes de silencio que siguieron a la presentación de Zapata.

—A sus órdenes, virrey—Jäger inclino la cabeza en reverencia.

— ¿Cuánto tiempo llevas en Nueva Astaña, en el nuevo continente para ser más preciso?

—Un años.

—Solo un año—Alejandro medito un rato—. Aquí, caballero, como creo que ya lo sabes, no vas a combatir contra rebeldes ni usurpadores queriendo destronar a los reyes, será contra vampiros y muertos vivientes prehistóricos, y salvajes deformes que al solo verlos te cagarías en los pantalones.

Jäger no respondió, el virrey sonreía maliciosamente.

—Te asuste. No, vale. Supongo que ya tienes cierta experiencia en estos asuntos en poco tiempo que llevas.

—Sí, virrey.

—Quisiera escuchar de tus experiencias.

—Virrey, me gustaría contarle todas mis empresas—dijo Jäger serio—, pero mi orden me impide hablar específicamente de lo que hacemos a hombres ajenos a la iglesia.

— No te lo está pidiendo un campesino ignorante sino un tu virrey, consagrado por tu iglesia para gobernar. Así que cuéntame ¡ahora!

—No, virrey—Jäger captó la hostilidad del Alejandro—. Es un voto que 
debemos cumplir sin importar quien mande

—Muy conveniente tú voto religioso, demasiado para mi gusto. Pero así en general ¿Has tenido algo que ver con Duendes y Chaneques?

—Sí.

— ¿Con Wendigos y Sasquatchs?

—También.

— ¿Y Lloronas y Vandoleras?—dijo más inquieto, enterrando los huesudos dedos en los brazos del sillones— ¿También has tenido algo con ellas?

—Sí, mi señor también con ellas.

—Su majestad—intervino arzobispo volviéndose, temblando—. Disculpe mi interrupción pero Jäger es uno de nuestros mejores sirvientes, desde niño fue entrado para hacerle frente a monstruos y defender a realeza. Es muy certero y pocas veces falla

—Entonces, falla. Gracias por su opinión, santidad. Por desgracia, la experiencia no se mide con las palabras y todavía peor si hay un voto de silencio muy conveniente—dijo Alejandro sin quitar la mirada iracunda de Jäger—. Capitán, denle a nuestro invitado, comida y bebida, se quedara a dormir en las habitaciones de la catedral, no quiero que ande por ahí, buscando posadas.

—Sí, su majestad, inmediatamente

—Bien, los Caballeros de la Causa Perdida hacen muchas preguntas, ya mi se me acabo tiempo para eso. Su santidad, capitán, denle las respuestas que requiera— Alejandro se dirigió al hombre, la mujer y la niña—. Vámonos.

Se levantaron y se volvieron a una abertura del costado de la cámara. Alejandro antes de irse, se volteó.

—No me falles, caballero, porque si lo haces, no querrás verme otra vez.

—Si fallo, moriré y no podré verle. 
Alejandro sonrió discreto, asintió. Cuando el virrey se marchó, el arzobispo se levantó y golpeó a Jäger en la cabeza

—Maldita mosca panteonera.

—Que Dios también lo bendiga, santo señor—el llanero ignoro el insulto.

— ¡Estúpido, basura de…! Que no sabes que él te puede mandar a cortar la cabeza, no piensas acaso. Bah, déjate de tonterías y no me rezongues. Toma asiento.

Jäger se echó en sobre uno de los sillones. Zapata se azoto contra el otro sillón, crujiendo la madera, extendió las piernas y se palmeó el vientre redondo. El arzobispo de las ropas tradicionales tomó una campanita, la hizo sonar. Atendieron al llamado 
dos jóvenes de tez morena oscura, pintada con líneas azules y círculos verdes; de nariz aguileña y ojos de un castaño negro, cabello laceo y negro, vestidos de túnicas sucias y pobres. Eran indígenas, nativos Aztlantecas. Esclavos.

—Cocinen la cena, y preparen una habitación, inmediato—ordenó el arzobispo—. Primeramente, acolito Jäger ¿Requieres de alguna cosa de nosotros? Creo que el capitán Zapata ya te lo habrá dicho todo. Lo conozco y sé que antes habrá contando demasiado que demasiado poco.

—Sí, el capitán me dijo que el otrora sacerdote Víctor, escribía una especie de estudio sobre la Llorona y cuando murió, usted se lo quedo. Quisiera echarle una mirada a ese estudio.

—Claro te hare de enviar en cuanto lo encontremos ¿Tienes preguntas?

—Solo unas pocas.

—Pregunta pues.

— ¿Cada cuando se manifiesta la Llorona?

—Por lo que conocemos sale después de la media noche cuando no hay luna ni estrellas iluminando, más temprano si hay una lluvia. Pero cuando llovizna se puede escuchar sus gemidos y sollozos aunque no se le pueda ver.

— ¿Dónde suele manifestarse?

—Se ve ocasionalmente rondando los canales y cuencas de la ciudad, da un recorrido de esos lugares y pasa constantemente enfrente del palacio y de la catedral, también donde antes era el gran templo Aztlánteca y los antiguos lugares sagrados.



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En el texto hay: mitologia, accion, aventura

Editado: 25.10.2020

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