Frente a mi casillero, la observo, su rostro ya tenía un mejor brillo, sintiéndome completo al verla feliz. Los pasillos comenzaron a llenarse debido a que era la salida, pronto todos se hicieron visibles.
—No había tenido tiempo de invitarte, pero ¿quieres acompañarme al partido de mañana? —La miro y ella sonríe. —Me alegraría mucho que fueras animarme, después de todo eres mi amuleto de la suerte. —Le dije tomando su barbilla.
Ella se sonroja. —No me lo perdería por nada. —Dice y me besa rápidamente. Mis brazos la enredan y me quedo unos minutos así, sintiendo su aroma en mí, sintiendo como ambos latidos se sincronizan al estar juntos.
Me separo y entonces recuerdo que me falta enseñarle algo.
—Por cierto, hace una semana que festejamos nuestro mes y olvidé entregarte mi regalo. —Le mencioné. —En realidad se divide en tres, pero por el momento sólo puedo darte dos. —Le dije y una sonrisa aparece en su rostro.
Saqué la bolsa de esta mañana.
—Debo admitir que no tenía contemplado este regalo, y que cuando Alli me contó, me pareció buena idea. —Le conté y ella se ve algo curiosa. Le entregué la bolsa y ella comenzó a abrirla.
La camiseta roja con el número “15” aparece, y su apellido aparece en ella. Ella me mira confundida. —¿Pusiste mi apellido en tu camiseta? —Sonríe.
—En realidad, son dos camisetas que llevan tu apellido. —Le sonreí. —También les he puesto el quince por nuestro día y mes, espero que no te parezca algo posesivo, esta es la tuya. —Dije algo tímido.
—No, en realidad me encanta. —Me dice, ella se coloca la camiseta encima y se gira. —Me encanta, mi amor. —Dice.
Solté una pequeña risa. —Te ves muy adorable en ella. —Le digo y ella se pone tímida, y besa mis labios.
—En verdad, me gusta. Gracias. —Dice acariciando mi mejilla y asentí. —Prometo que me la pondré en cada partido que tengas.
—Seguro que sí. —Le mostré una sonrisa y uno nuestros labios en otro beso corto. —¿Lista para tu segundo obsequio? —Le pregunto. Y ella asiente, saqué la pequeña caja que había guardado desde la semana pasada en mi casillero.
Ella sonríe y comienza a abrir la caja, observando los casetes que está dentro. Ella se ve sorprendida.
—Espero haber grabado tus canciones favoritas de Michael Jackson. —Le digo y ella no puede creerlo. Le había grabado las canciones de Michael en los casetes, y en los otros dos de Madonna. —Sé que son tus cantantes favoritos por los posters en tu habitación.
Ella me abraza. —¡Gracias, gracias, gracias! —Dice muy feliz. —Esto es tan hermoso, es el mejor regalo que he recibido en mi vida. —Une nuestros labios en varias ocasiones. —Te amo, Williams. Significa el mundo entero esto. —Me dice y sonreí.
Mirar su emoción al ver sus casetes en la caja, me llenaba de vida, ella abraza la caja.
—¡Muero por llegar a casa a escucharlos enteros, mis bebés! —Carcajeé al escucharla y ver besar los casetes como si fueran sus artistas favoritos. Ella borra su sonrisa y me pregunta. —¿Puedes cuidarme un momento mis bebés? —Extrañado asentí y los tomé.
Veo que Jason pasa con los demás chicos del equipo, con esa arrogancia emanada en cada paso que daba. Joanne lo mira, él le guiña el ojo y sigue su camino, sin notar mi presencia.
—¿Jason? —Dice Joanne, y entonces frunzo el ceño.
Jason se detiene y se gira. —Hola, preciosa. —Dice con una voz seductora. Estaba por decirle que retrocediera y que se alejara de ella, pero no pude decir nada antes de que Joanne estampara su puño en su nariz.
Me veo impresionado. —¡Lo único que tu lengua va a atravesar es mi puño, idiota! —Dice Joanne, y él cae al suelo, mientras que su nariz comienza a sangrar, todos nos vemos impresionados por su reacción. Los chicos del equipo se ven anonadados por la reacción de Joanne y comienzan a burlarse de él. —¿Nos vamos, cielo? —Joanne me pregunta y sin pensarlo dos veces cerré mi casillero, caminé junto a ella, los chicos estaban en una esquina y había presenciado todo.
Todo el corredor estaba vuelto loco, silbidos, gritos, burlas hacia Jason, y yo no podía evitar sentirme orgulloso de mi chica.
Una vez afuera en el estacionamiento, Joanne saca aire y comienza a agitar su mano. —¡Mierda, tiene el rostro muy duro! —Exclama, lo que me hace saber que había estado oprimiendo su dolor todo el corredor.
Solté una pequeña risa. —Déjame verla. —Le dije, efectivamente su mano estaba rojiza. Dejo la caja sobre el cofre de un auto y reviso su muñeca. —Dime donde te duela. —Le digo, ella asiente y comienzo a revisar dedo por dedo, ella se queja al levantarle el dedo del medio de su mano derecha. —Mierda, creo que no ha sido lo único que se ha quebrado el día de hoy. —Me río levemente y ella me sigue. —Pasemos al hospital cerca de aquí.
—No, no es necesario. —Me dice.
—Mi amor, no perdemos nada. Alguien tiene que verte la muñeca. —Le digo. —Por favor.
—Bien. —Ella suelta.
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Llegamos a las ocho cuarenta a casa de Joanne. Cargaba su mochila, ella parecía algo contenta de traer su mano enyesada. En realidad, a mi parecer se veía muy adorable, su abuela nos abre y su vista va enseguida al notorio yeso en su mano.