Los colores del alma|lg(b)tq+

Capítulo 54. La fiesta de graduación.

—¿Sucede algo? —Pregunta al verme perdido en los papeles y niego.

—No, sólo que hace tiempo que no veía el apellido de mi madre. —Le digo, y la mujer que me dio la vida se me viene a la cabeza. —Aunque está en mi registro, nunca lo uso…en realidad nunca lo toman importante. —Le digo. —Y desde que se casó con mi padre sólo he escuchado “Williams” —Solté una risa irónica. —Lauren Williams, dejando su nombre de soltera a un lado. —Era más para mí que para ella.

Sé que no sabe que decir. —Debes extrañarla mucho. —Me dice en un hilo de voz, asentí. —No hay día que papá no la piense. —Me dice. —Le ha construido un pequeño altar en la casa de la abuela. —Me dice. —¿Recuerdas la casa?

Sonreí nostálgico. —Cómo olvidarla, tenía un jardín muy amplio donde jugábamos por tardes enteras. —Reí y ella me acompaña.

—Sí…—Dice, aguarda algunos segundos y luego estalla en risa. —Recuerdo que la última vez que nos visitaron en España, tenías seis, y mi chicle estaba en tu cabello liso.

Recordé ese día, me reí un poco. —El peor día de mi vida, tuvieron que raparme porque el chicle no salía. —Ella se ríe. —Desde ese entonces tengo esta bola incontrolable de rulos.

La habitación se inunda entre risas.

—Lo siento tanto. —Me dice y negué.

—Tranquila, creo que no imagino mi vida siendo lacio. —Le sonreí. —Además que me parezco un poco más a mi madre. —Ella asiente. —Y a mi chica le gustan.

Observé que el reloj de la mesita marcaba las doce con treinta y seis minutos, decidí irme a dormir, mañana tendría que levantarme temprano.

El reloj marcó las seis de la mañana de un dos de junio. Cerré la puerta de la casa, la mañana estaba algo cálida el día de hoy, así que no tenía problema alguno el levantarme a correr, Elena me acompañaba a correr, quería empezar a tener condición para su nuevo trabajo de asistente personal para un empresario importante de la ciudad.

Anoche había acordado con Joanne de vernos en un parque cerca de aquí, iría a acompañarla a que le revisaran su mano, el doctor quería asegurarse de que bajara la inflamación, así que aprovecharía en correr un rato.

Ambos comenzamos a correr. —¡¿Qué pasó, El? ¿Ya tan rápido te rindes? —Mencioné con burla al ver que se detiene para tomar aire.

Ella me muestra su dedo de en medio y eso me da el poder de seguir riéndome de ella.

Media hora pasó y nos contuvimos en un parque a tomar agua. —¡Mierda me tiemblan las piernas! —Elena exclama exhausta, bebía agua mientras la escuchaba quejarse. —¡Y no por las razones que me gustaría! ¡Maldita sea! —Dice y provoca que pase mal el agua al querer reírme de su comentario de doble sentido.

—¿Quieres dejarme tomar agua a gusto? —Le digo y ella sonríe.

—Está bien, lo siento. —Me dice. —Sólo que soy una persona perezosa con ganas de triunfar. —Me dice, cierro el grifo y la observo. —¿A qué hora quedaste con Joanne?

—Hum a las seis con cuarenta. —Le dije.

Me contuve y observo que Alex está cruzando la calle, está discutiendo con un tipo. Fruncí el ceño. —Aguarda aquí. —Le pido y sin esperar su respuesta cruzo la calle.

La discusión comenzaba a escuchar más de acuerdo con mi cercanía. —¡Ya te dije, te lo pagaré la siguiente semana! —Exclama Alex.

— ¡Es la tercera vez que me dices esto! ¡Dame el dinero, Davies o no querrás conocerme! —Exclama el otro chico, sujetándolo de la camisa.

—¡Suéltame! —Dice enojado Alex.

Y entonces el miedo me invade al imaginar lo que estaba pasando.

—Te ha dicho que lo sueltes. —Le digo en un tono alto y entonces ambos están mirándome ahora. El sujeto lo suelta y exhala.

—No te metas blanquito. —Dice y frunzo el ceño. —No querrás pagarla tú también. —Se acerca a mí, está a escasos dos centímetros de mi rostro.

—¿Cuánto te debe? —Suelto sin más y el tipo comienza a reírse.

—No querrás pagar su cuenta. —Me observa con burla. —Amigo no tienes ni en qué caerte muerto.

Levanto una ceja.

—Jackson, no es lo que tú crees. —Comienza Alex.

—Ahora no, Alex. —Suelto sin quitarle la mirada al sujeto. —He dicho cuánto es lo que te debe. —Digo ya enojado.

—50 libras esterlinas. —Me dice.

Me veo impresionado de la cantidad que me dice, es mucho para gastar esa cantidad en porquerías. El chico nota mi sorpresa, y se ríe.

—Sabía que sólo eras un hablador. —Dice y entonces le mantengo la mirada.

Alex me sujeta el brazo. —Por favor déjame arreglar eso. Sólo deja que lo haga por mi mismo. —Insiste.

—Te doy 100 libras esterlinas si dejas al chico en paz. —Le digo y sonríe. —¿Es un trato? —Digo y me asiente.

Mi mano va a mi pantalón y saco ambos billetes de 50.

—Ahora lárgate.

—Seguro. —Dice con victoria en su rostro. El chico retrocede dejándome con Alex, al fin mis ojos lo encaran.




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