Los cuatro soles

La niña de las trenzas

Yiogk era un reino pequeño, no muy importante económicamente. Pero su cultura era una de las mejores. Era uno de los pocos reinos que tenía sólo un gobernante, y en este caso era una Agare. Además, una muy poderosa. Era, también, uno de los pocos reinos que sólo tenían una ciudad, pueblo o aldea. Y era su capital: Eiriní.

No era una ciudad muy grande, de hecho, no superaría los quince mil habitantes, pero era hermosa. Estaba rodeada de inmensos bosques, un lago que era el hogar de muchas criaturas mágicas, como los Vises, unos seres que eran aproximadamente del tamaño de la palma de la mano de un hombre adulto promedio, y tenían unos colores que les permitían camuflarse entre los Koralles. También había Zelrajs, o incluso monstruos que acechaban a que algún ser despistado se perdiese y poder zampárselo, como los Ariles.

Cuando bajamos, había todo un grupo de caballeros Agares esperando a nuestra llegada. No estaban acostumbrados a visitas de grupos de soldados, desde luego, estarían más acostumbrados a ver inmensos ejércitos o poca gente herida – si es que no habían muerto-.

Nos indicaron que los siguiésemos a unos carruajes que iban siendo tirados por nada. Seguro que era algún hechizo o algo similar. Según tenía entendido, a este reino no le gustaba mucho las máquinas. Decían que, como seres mágicos que éramos, debíamos ser fieles a esa magia y a ese tipo de cosas. Yo sabía que no todos nacían con la suerte de poseer ese don, incluso viniendo de una familia de hechiceros.

Y en una guerra por poder lo mejor era que no hubiese demostración de magia. Si había era porque alguien estaba seguro de que ganaría la guerra y se quedaría con los nueve reinos, aunque fuesen sólo dos bandos. Los nueve reinos más poderosos del continente de Kalih. Blomst, Hage, Steku, Nlwe, Storhet, Naxef, Siw, Sylyk y Lpok. Los reinos con los mejores ejércitos y con los mejores Agares. Al menos los mejores estrategas, luchadores y todo lo que se pudiese aplicar a la guerra. También con los tres Libros. El objeto más poderoso de la historia.

En esos reinos eran Generales, eran Señores. Pero no eran líderes. De momento, en los veinte soles de guerra, no se le había podido llamar a nadie Líder. Era como un título superior a todo. Superior a los Generales, a los Señores, a los Agares, incluso un título más superior que los Unnatas. Mucho más.

De momento, el reino de Yiogk estaba en medio, ya que estaba en la costa del océano Hupenyu y estaba en dirección al continente de Misato. Así que sus opciones eran: participar en la guerra como uno más y agregar más tensión y destrucción, aliarse con algún reino, o mantenerse completamente fuera del conflicto.

Y habían decidido la última, como era de esperar de la Agare de este precioso reino. Los carruajes se detuvieron en las puertas de un gran edificio. Un palacio. Era blanco y altísimo. Detrás de él se alzaban unas montañas de color carbón que me dejaron sin aire. Todo parecía un sueño. No podía ser tan perfecto. Y eso me hizo removerme incómoda. Seguro que escondían algo. Algo oscuro y aterrador detrás de esas enormes puertas blancas, quizás debajo de ese lago, dentro de los bosques o en el pico de la montaña más alta.

Era demasiado extraño. Pero si lo decía en voz alta era probable que me cortasen la cabeza por dudar de un reino entero de esa manera. Suspiré hondo y me centré en deleitarme con su belleza exterior, en breves instantes íbamos a ver cuán podrido estaba por dentro.

Salimos en orden y yo me quedé al final de la fila, al lado de Craig. Miré a mi alto compañero y vi mucha determinación en su mirada. Al fin y al cabo, él era de este reino, y no creía que le gustase mucho que pisásemos su tierra con el fin de tener una reunión con todos los Agares ,excepto los que estaban en guerra, y el Unnata de Kalih. Era una reunión peligrosa la cual estaría en manos de cinco soldados que no sabían de nada, estábamos a cargo de millones de vidas. Quizás incluso las nuestras.

Oí al General hablar con una mujer, y por la manera pausada y calmada con la que hablaba esa voz femenina, supe que era la Agare Miloslava Brozova. Se paseó por delante de nosotros y nos miró a todos a los ojos. Cuando se detuvo delante de mí note el gran poder que emanaba de ella. Sus ojos azul eléctrico eran dignos de un ser como ella. Su pelo de color plata tenía destellos de magia que hacían que se viese como un mar agitado por el viento. Era imponente y, por mucho que quería bajar la mirada, me obligué a mirar a los ojos a la Agare del único reino del sur del continete que no había entrado en guerra. El único reino que no debe soldados y les daba la espalda a todos.

Se dio la vuelta para guiar al General al palacio y sentí que el aire llegaba a mis pulmones de nuevo.

Fuimos en orden hasta dentro del edificio. Y si lo de fuera era hermoso lo de dentro no había cómo describirlo. Había escaleras a los lados de un blanco impoluto. Una alfombra se extendía por el pasillo central, y estaba rodeada de plantas. Al final de ese pasillo había una puerta a cada lado y una gran cristalera por la cual se veía una explanada gigante con las montañas detrás. Digno de ser pintado.

Entramos a la puerta de la derecha, la cual era una sala con una mesa enorme. El resto de Agares ya estaban sentados, y a la cabeza de la mesa estaba el Unnata. Todos se miraban con odio y la tensión era obvia pese a no estar implicados en el conflicto armado.

El General dio un paso al frente y analizó a todos y a cada uno de los seres que estaban en esta habitación. Como si no fuesen nada más que basura. Y lo eran.

Cuando nos dijeron en el barco que teníamos que asistir a esta reunión me disgusté bastante, algunos se emocionaron y a otros les dio igual. Pero estar aquí era Horrible. Estaba rodeada de monstruos en ese momento, monstruos que en cualquier momento iban a aprovechar para matar al que tenían al lado o en frente, y nosotros, unos novatos, éramos los responsables de que eso no ocurriese.



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En el texto hay: fantasia romance

Editado: 06.02.2024

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