"Los Cuentos de Príncipes sin Princesas 2"

"Un Pequeño Héroe y un Príncipe Cobarde" -5° Parte-

5ta Parte: "Dos grandes motivos para temer"

—Entrégame mis armas, Aidan. ¡Iremos por tu hijo!

Aidan devolvió al valiente guerrero sus armas. Este se alistó y aunque aún se sentía debilitado por su enfermedad, no vaciló en ponerse en marcha para intentar detener a Tom antes de que llegara a la zona donde estaban los peligrosos gigantes.

—¿Tienes al menos un caballo para movilizarnos?

—No...sólo un burrito. —respondió Aidan con un poco de pena.

Cuando Ode observó al animal suspiró resignado. Montaron en él y trataron de seguir la ruta que posiblemente Tom usaría para dirigirse al pueblo.

Entretanto, el pequeño Tom iba camino al reino de una forma muy rápida y cómoda: Logró colarse en uno de los carruajes de los funcionarios del rey. El niño iba de lo más relajado bajo el asiento mientras escuchaba los relatos que estos comentaban.

—El rey depende de la boda del príncipe Ellis para tener autoridad sobre los ejércitos del reino del Norte. Los gigantes han diezmado el valor de sus hombres y ninguno de los caballeros desea enfrentarse a ellos.

—¿Qué no escuchaste que uno de esos gigantes tiene un garrote tan enorme que de un solo golpe dispersó más de una veintena de hombres a caballo?

—¡El Hacedor tenga piedad de nosotros! Si un ejército no puede contra ellos, ¿entonces quién nos protegerá?

—Sólo sé que quien logre librarnos de ese gran mal ganará el favor del rey y sin duda cualquier cosa que pida, se le otorgará.

Al oír esto Tom se emocionó muchísimo. En su corazón deseaba ganarse la simpatía del rey para que su padre fuese aceptado en la corte y pudiese casarse con su gran amor el príncipe Ellis. Tom amaba muchísimo a su papi y haría cualquier cosa con tal de verlo feliz, como todo buen hijo.

Al atardecer el carruaje llegó a su destino: La Capital de Reino. Cuando los funcionarios bajaron de la cabina, Tom salió de debajo del asiento y se asomó por la ventanilla, se quedó boquiabierto al ver la ciudad y toda la multitud de gente en sus calles. Había muchísimos guardias dispersos por el lugar y se sentía la angustia y el temor en el ambiente.

El niño abrió con cuidado la puertezuela de la cabina y se bajó del carruaje. Tenía que tener mucho cuidado al transitar por las calles empedradas ya que había muchísima gente a su alrededor,  y debía esquivar constantemente las pisadas de los distraídos ciudadanos. Nadie parecía notar su presencia ya que todos corrían de un lado a otro en ese momento y se apresuraban a entrar a sus casas o a los edificios. Tom logró refugiarse bajo el puesto de un vendedor de frutas y fue que comprendió el porqué del azoro de la multitud.

—¡Los gigantes! ¡Los gigantes! ¡Se acercan los monstruos!

Los hombres de armas del rey corrieron hacía la muralla, allí había una enorme entrada que de inmediato ordenaron cerrar. Unas pesadas cadenas levantaban el puente de acceso y entre muchos hombres cerraban las puertas de la ciudad sellando la entrada con un fuerte cerrojo de metal. Muchos arqueros y gente del ejército subieron a la muralla y desde allí se preparaban para hacer frente a los monstruos.

Tom observo a varios funcionarios del rey y al general de su ejército que se dirigían a una especie de elevador para alcanzar la parte más alta de una de las torres de la muralla. Tom corrió hasta ellos y antes de que accionaran el intrincado mecanismo para elevar la plataforma, logró subir a este sin que nadie se percatara de su presencia allí. Quería ver a los gigantes que asolaban la ciudad y pudo lograrlo.

Cuentan las leyendas que los gigantes surgen desde los primeros orígenes del mundo. Una raza de hombres tan altos como los árboles y cuya fuerza es similar a la de cien hombres. Debido a su despiadado carácter y su crueldad contra las criaturas más pequeñas, el Hacedor les maldijo con una plaga que extinguió a la gran mayoría de ellos, empezando por sus mujeres. Pero algunos de ellos sobrevivieron y se ocultaron en cuevas y lugares rocosos. Estos últimos poco a poco han ido envejeciendo y desapareciendo, pero algunos de estos regresan a las aldeas y ciudades con una gran furia destructora para vengarse de todo el resto de la creación de Dios.

Y dos, de los más grandes que hayan sido registrados en la era de los humanos, aparecían antes de ponerse el sol frente a las murallas de La Ciudad Real. Armados y muy enojados, estos vociferaban amenazas y presentaban una serie de exigencias a los funcionarios del rey, que estos debían cumplir cada día sin falta. Pero ese día tenían un mensaje muy directo para el rey Henry:

—¡Nos sentimos muy decepcionados! Luego de haberles mostrado nuestra clemencia y haber sido benévolos con ustedes, nos pagan de esta forma, ¿No es esto acaso un acto de vil desprecio hacía nosotros? —Gritaba uno de los gigantes delante de la puerta.

El general y los funcionarios del rey se miraban las caras los unos a los otros. Las palabras del gigante no eran esperadas por estos. Uno de estos caballeros se acercó lo más que pudo al filo de la muralla y trató de dialogar con este terrible enemigo.



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En el texto hay: lgbt, gay, cuentos de hadas

Editado: 19.02.2018

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