Cuento inspirado en la novela "Tarzan of the Apes" escrita originalmente por Edgar Rice Burroughs, en 1912 y en la adaptación para cine: "Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes" de Robert Towne y Michael Austin en 1984.
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Parte 1: "Un pequeño príncipe perdido".
Érase una vez en un reino muy próspero, se contaba una historia muy particular y algo extravagante. Esta se refería a un pequeño príncipe perdido en circunstancias muy tristes, pero que mucho tiempo después fue encontrado, aunque este –que ya era un hombre- había cambiado..."demasiado".
Bueno, para poder comprenderla mejor se las contaré a partir de un momento que fue crucial para la vida del príncipe: La noche de su cumpleaños número cinco.
Los reyes Maurice y Jeanneth adoraban al pequeño príncipe Troy, este era la luz de sus ojos y el heredero de su legado y reino. Siempre se le veía en el regazo de su madre sonriendo o corriendo de un lado a otro en el palacio jugando o haciendo travesuras. Todos amaban al pequeño príncipe porque era un niño alegre, obediente y de muy hermoso parecer: Era de piel blanca y mejillas rosadas, con un liso cabello castaño oscuro semejante a la madera del nogal que se encrespaba en sus puntas, pero lo que era más llamativo en él eran sus grandes y brillantes ojos grises cuya belleza y rareza eran muy especiales. Algunos decían que este peculiar rasgo había sido heredado de su bisabuelo el rey Wybert, pero en realidad el hermoso color de sus ojos tendría un propósito muy importante en la vida de Troy por designios del Hacedor.
Ese día en el palacio todo era algarabía, música y mucho colorido. Desde la cocina se preparaba deliciosos manjares y un enorme pastel de cinco pisos exquisitamente decorado para agasajar a su pequeña alteza. Los nobles y funcionarios de la corte más destacados hacían presencia en el palacio con sus suntuosos trajes y regalos muy especiales para honrar a la familia real, y todo el ambiente hablaba de alegría y festejo. Inclusive el rey, queriendo que la celebración del cumpleaños de su hijo fuese un evento de alegría para todo su reino, mandó a repartir en las calles de la capital todo tipo de dulces y golosinas para los niños en una muy alegre y vistosa caravana, con artistas circenses y músicos que atraían la atención de todos.
Así transcurría ese importante día en el reino; aunque el príncipe Troy aún era demasiado chico para comprender todo aquel alboroto a su alrededor, este sólo aguardaba con mucho entusiasmo la hora de comer pastel de chocolate, el que amaba con locura.
—¡Alteza! ¡Quédese quieto! Necesita vestirse y peinarse si quiere ir a comer pastel y golosinas. —Se quejaba la nodriza dada la inquietud del pequeño.
El príncipe Troy sólo se sacudía y estiraba fastidiado de aquel complicado y adornado traje que trataban de ponerle. Cuando al fin lograron ponerle su trajecito principesco de gala con sus botitas brillantes parecía todo un muñequito de cerámica oriental. La reina se acercó orgullosa a él y pellizcó sus mejillas.
—¿No es adorable? ¡Me quiero comer este muñequito a besos!
Pero Troy lucía enojado e incómodo. Además que le esperaban algunas horas de aburrimiento al lado de sus padres en el trono, donde debía esperar el saludo y felicitación de todos los nobles invitados a su banquete.
Durante la noche, el banquete sería el evento más importante. Allí en una mesa para más de cincuenta comensales se sentaría el rey, su reina, el pequeño Troy y los nobles más cercanos a la familia monárquica. Sólo estos tenían derecho a compartir tan especial momento. Y entre esos nobles estaba la casa de Milosh Sergeiv, un poderoso y rico terrateniente que llegaba al banquete con su esposa y sus gemelos: Aimée y Armand que contaban con nueve años en aquel momento.
Los Sergeiv, se acercaron al trono para inclinarse respetuosamente ante lo monarcas y felicitar al pequeño príncipe, como lo habían hecho los anteriores nobles apenas ingresaban al salón; pero a diferencia de todos los que habían pasado por allí antes, el príncipe se sintió feliz al ver que había dos niños casi de su edad allí frente a él.
Aimeé y Armand, que tenían la edad suficiente como para comprender la importancia del evento y los modales que debían guardar, se inclinaron de forma muy respetuosa ante el príncipe; pero Troy, con algo de timidez, sólo se cubría con la capa de su madre y se reía. Luego que estos se retiraron para saludar a otras importantes figuras presentes, el príncipe no resistió más y decidió abandonar su puesto.
—¡Troy! ¿A dónde vas? —Le dijo la reina al verlo bajar de su asiento.
—Necesito hacer pis, mamá...
—Busca a Colette para que te ayude, y regresa cuanto antes.
Pero sólo era una excusa del príncipe que ya estaba harto de sólo estar sentado allí viendo como los nobles se inclinaban y saludaban. Decidió dar una vuelta para buscar a los niños que había visto y jugar con ellos.