*Inspirado en el cuento original de tradición oral "La Caperucita Roja" ( En francés "Le Petit Chaperon rouge" y en Alemán "Rotkäppchen"). Adaptado también por Perrault en 1697 y por los hermanos Grimm en 1812.
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Érase una vez, en uno de los reinos del norte al que pertenecían gran parte de los bosques del olmo y el almez; existía la leyenda de terribles y feroces criaturas que los habitaban. Los campesinos y leñadores decían que estas "bestias" eran semejantes a los lobos, pero mucho mayores en tamaño y fuerza. De hecho, un leñador que logró escapar tras el trágico ataque a una aldea, mencionó que escuchó a una de estas criaturas hablar como hombre.
Muchos desestimaron estas historias por años, pero cuando una tranquila comunidad que habitaba a las orillas del rio Prim, comarca de leñadores, fue sorprendida una noche por una enorme bestia asesina...aquellos que se burlaban o menospreciaban esta leyenda, ahora les embargaba el terror.
Los ataques continuaron y las victimas, en su mayoría aldeanos indefensos, comenzaron a contarse por docenas. Algunos leñadores eran sorprendidos por el gigantesco lobo y eran despedazados o mutilados por este. Muchos cadáveres no fueron encontrados ya que la bestia los arrastraba a su guarida y allí, decían, los devoraba. Tan terrible se tornó esta situación, que los líderes de diferentes comarcas se dirigieron a la capital del reino a solicitar a su majestad que enviara al ejército a protegerles.
El rey Lyuben escuchaba aquellos relatos con mucho escepticismo. No podía dar crédito a esa tonta fábula de "Lobos gigantes parlanchines", tenía que existir alguna otra explicación más razonable para tan cruentos crímenes. Su hijo, el príncipe Elric, muy al contrario de su padre, se entusiasmó con aquella historia terrorífica. Él era un joven curioso y aventurero, su gallardía era conocida en muchas tierras y gustaba de embarcarse en complicadas empresas. Apenas en sus veinte, tenia un rostro hermoso y sus ojos eran verdes como dos grandes esmeraldas. Era conocido por todos bajo el apodo de "El Príncipe Rojo", esto debido a su hermoso cabello rojizo y a una capa color escarlata con la que solía ataviarse al emprender sus gestas heroicas.
—Padre, quiero ir personalmente hasta ese lugar. Deseo investigar esa misteriosa leyenda.
—¿Crees acaso todos estos cuentos de criaturas gigantes?
—No podemos descartar ningún hecho hasta no comprobarlo. Pero si hay un enorme lobo asesino, yo lo cazaré y te traeré su cabeza como un trofeo más para nuestra colección.
Aunque con algo de reticencia por parte del rey, "El Príncipe Rojo" tomó un puñado de sus más selectos hombres de armas para que le acompañaran, cargó su ballesta y aljaba y usando su reconocido atuendo escarlata, se dirigió ese mismo día rumbo a las tierras del norte.
Luego de un largo y afanoso trayecto, Elric llegó a su destino. Fue vitoreado al cruzar los valles y poblados por todas los habitantes de esas lejanas tierras. Su alteza en persona, con sus hombres más valientes, darían caza y exterminarían a la feroz criatura asesina. Los niños y las mujeres salían a su encuentro lanzándoles flores silvestres como muestra de afecto y gratitud por su valor. Aun así, el joven príncipe mantenía su frente en alto mientras cabalgaba, le embargaban diferentes pensamientos y preocupaciones sobre esta extraña leyenda. Al cruzar el caudaloso río con sus hombres, se encontraron en la última aldea donde se había producido la sangrienta masacre.
—¿Fue en este lugar? —preguntó el príncipe.
—Sí, su alteza. La criatura ataca casi siempre de noche. Asesinó a más de una docena de hombres y dejó muy malheridos a la mayoría que intentaron detenerle. —comentó uno de los líderes de la aldea que le acompañaban.
—Llévame ante los heridos, quiero conversar con ellos. Necesito conocer de esos testigos contra qué realmente nos estamos enfrentando.
Entonces, descendió de su caballo y junto a su más fiel compañero de armas, Ode "El astuto", se dirigieron con el líder de la aldea hasta una especie de choza improvisada. Allí atendían las heridas de los sobrevivientes del ataque.
Se impresionó de ver las horribles laceraciones en sus cuerpos: Eran como grandes surcos abiertos, que intentaban cerrar a punto de aguja e hilo para evitar que se desangraran. Esos eran los zarpazos de la criatura, la magnitud de estos demostraba que si se trataba de una especie de bestia, al menos tres veces más grande que un lobo común del bosque.
—¿Vio lo mismo que yo, alteza? —comentó Ode.
—¿Qué clase de animal puede causar semejante herida? ¿Será acaso una especie de león?
—Nos hemos enfrentado ya a leones y les hemos dado caza cuando se ha requerido. Puedo creer que de alguna manera misteriosa haya alguno en este bosque y los aldeanos ignorantes no sepan de qué animal se trata. Pero estoy casi seguro que debe ser un león.