*Adaptación libre inspirada en el cuento francés de "La Bella y La Bestia", (La Belle et la Bête ) cuya versión original es atribuida a la escritora Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, en 1740; y que fue posteriormente adaptada a la versión popular por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont en 1756. Cuentos atribuidos a la historia real de Petrus Gonsalvus, protegido por el rey Enrique II de Francia, durante el siglo XVI.
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1°Parte: "El Príncipe Soberbio"
Tenemos el gran defecto de ser prestos para juzgar y muy "poco sabios" para señalar los defectos de los demás. Es fácil tomar una sola manzana del barril y considerar al resto igual de deliciosas, o podridas sólo por haber probado una. Pero igual que las manzanas, cada persona debe juzgarse como única, y tratar de ver "más allá" de la simple apariencia. Bueno, eso sería lo correcto y lo justo; pero muy pocas veces sucede así.
Muy pocas historias demuestran tan claramente como criticamos y juzgamos a los demás a la ligera, como esta... Y todo comenzó como suele suceder en la vida: Con un acto injusto motivado por el más vil rencor.
El príncipe Léandre era el orgullo del reino del Este. Próximo a tomar la corona de su anciano padre, no había ningún joven más valiente, hábil y apuesto que despertara la admiración de todos.
Léandré debía buscar pronto una joven digna para ser su consorte y así cumplir el último requisito exigido por la corte para ser coronado. Pero soberbio como un león e hinchado de vanidad; parecía que no había nadie que le agradase: Ninguna honorable princesa o dulce doncella, por más hermosa o noble que fueran, ninguna podían satisfacerle. Siempre había una crítica, un defecto, algo que le desagradaba; aun detalles muy mínimos y tontos eran excusas muy válidas para que el caprichoso príncipe rechazara cualquier compromiso.
—Pero... ¡Alteza! La princesa Dorine, la más bella entre muchas, comparada con un hermoso ángel por su rostro tan fino y delicado. ¿En qué no puede gustarle? —Casi desesperado, su maestro y consejero Cyril le preguntaba, aunque ya temía su respuesta.
—¡"Sosa" y "aburrida" diría yo! Cyril... Cada joven es peor que la anterior, ya me tienen harto con sus candidatas, ninguna me inspira la más leve emoción. ¿Cómo creen que me voy a casar con alguna de ellas? Mi reino es uno de los más ricos y poderosos, no necesito hacer alianzas ni me debo a nadie que no sea mi corte. Si desean casarme por conveniencia política al menos no debieron enviarme a una mula para que pretendiera ser mi reina.
—¿Una "mula"? ¡Oh! ¡Por Dios! ¿Qué hizo esa joven para merecer tal insulto de su parte?
—¡Estoy harto, Cyril! No voy a desposar a ninguna joven que no sea digna de mí. No me sentaré al lado de una reina insulsa, ni tendré hijos con alguien que no despierte en mí la llama del deseo. Merezco a una reina que represente todo lo que soy y todo lo que alcanzaré, ya que una vez que tome el poder, no habrá otro gobernante que se me compare.
Y así el ego del príncipe Léandre crecía, y en vez de ser un joven sabio y noble, cada día parecía ser más déspota y soberbio. No faltaba en la corte quien alimentara su prepotencia, sus súbditos aplaudían cada una sus decisiones y trataban de complacerlo en todos sus caprichos, de modo que estuviese contento y así ganarse su aprecio o alcanzar algún favor. Pero su anciano maestro y consejero era el único que se preocupaba realmente por él, y como si fuese su "consciencia" siempre estaba allí intentando hacerle entrar en razón.
—Cyril, ¿Cuándo piensa Léandre desposar a una joven y ocuparse de sus responsabilidades en el reino? Es hora que asuma con seriedad sus deberes, ya mis huesos cansados no pueden sostenerme y quiero ver a mi hijo tomar mi lugar como le corresponde. —exclamó el rey ante su fiel servidor.
—Majestad, si me permitiese opinar, yo no creo que Léandre esté preparado para reinar; si bien ya cumplió la mayoría de edad para hacerlo, aún es muy inmaduro para tal responsabilidad. Es impulsivo y testarudo, no oye consejos y de un tiempo para acá su soberbia lo domina; está cegado por la ambición de poder y la vanagloria.
—Pero tú has sido su maestro y consejero desde que era un niño, ¡debías prepararlo para ser rey! —Le respondió la reina.
—He hecho todo lo que he podido para encaminarlo, majestad; pero el príncipe prefiere escuchar a sus jóvenes amigos, que son tan inmaduros e insensatos como él, o a los aduladores hipócritas que lo complacen en todos sus caprichos y tonterías.
—¡Exageras, Cyril! Léandre es sólo un muchacho y como tal muestra esa fuerza y esa rebeldía propia de su edad. Veo en él un líder poderoso, es astuto y ambicioso; quiere dejar su propia huella en el reino.
—También es obstinado, imprudente y su egocentrismo es insoportable. ¡Necesita límites! Debe ser corregido y debe entender que un regente debe ser compasivo y pensar en el bienestar de su pueblo, no en engrandecerse a sí mismo.