Los cuentos del mundo fantástico

Los dos colmillos del veneno

En muchas ciudades, tiempos y épocas han existido seres peculiares, que quizás al dejar de ser humanos reciben dones sobrehumanos o maldiciones tormentosas, aunque esto cada cual podrá juzgarlo al final, pero para conocer la historia de la criatura de la noche que se volvió leyenda, es necesario transportarnos a un lugar oculto en las profundidades de un país poco o muy conocido por su biodiversidad y riqueza cultural así como por la contaminación de una sociedad que de generación en generación ha sido dirigida por el veneno de la corrupción y las tanto buenas como graciosas mentiras.

Fue hace un siglo que todo comenzó, con la boda del aviador Camilo Suárez, quien para ese entonces ya estaba más que casado con Manuela Cristancho, era de cabello castaño, ojos marrones, mirada dulce y la futura heredera de los terrenos de los Silva. Durante estos tiempos fue más lo que duró La guerra que las pocas festividades que se podían preparar, por esta razón, ese día tuvieron que esperar a que el coronel Hernesto Silva saliera de viaje para que los enamorados se casaron a escondidas en la capilla más cercana, puesto que a Camilo lo habían solicitado varias veces para regresar al campo de batalla. Tuvieron solamente una pequeña reunión en la casona con amigos cercanos y lo mejor que lograron preparar los cocineros, también hubo música, pero con el afán fue imposible poder disfrutar del momento.

Pasaron pocos días de luna de miel en una casa de campo cerca a la estación, de donde tuvieron que partir. Para cuando el ferrocarril llegó fue inevitable que a Manuela no se le salieran las lágrimas, Camilo la abrazó y le dio un gran beso, despues en la frente a modo de bendición.

—Regresa, por favor, podremos volver a ser felices.—le confesó al oído mientras que la abrazaba con toda su fuerza.

—El abismo de la guerra nos separa, pero yo desearía cada día regresar solo para verte mi Manuela.—fueron aquellos gestos los que la hicieron despedirse del hombre amado mientras que sacaba un pañuelo y lo agitaba en el aire negro que dejaba esparcido por aquella vía férrea.

Al regresar a casa, tuvo que confrontar a su padre y decirle toda la verdad, don Hernesto era un señor que no admitía semejante desobediencia, por eso la golpeo tan fuerte y encerró en su habitación para que nadie se enterara de la deshonra que había ocurrido en su casa. El tiempo pasó tan rápido que los días se volvieron semanas, Manuela cada vez se veía mas pálida, solamente llevaba siempre pijamas largas blancas y una ruana encima de color azul con rayas negras. Un día se sintió tan mal que vomito a cántaros, luego de que sus criadas la ayudaran se dio cuenta de su estado de embarazo. Su padre ni se preocupó, solamente la obligó más a estar oculta y le prohibió la salida en público. Al pasar un año, nació el bebe Rómulo Suárez, lo mejor para Manuela fue la carta de días anteriores en la que su amado le decía que llegaría a tiempo, y así fue.

—Necesito que te quedes al mando de los negocios, de mi hija y nietos Camilo.—le ordenó su suegro, don Hernesto, quien estaba propuesto a irse a la guerra por su ciudad.

—Señor, debo regresar, es por mi honor, además solamente vine para ver a mi esposa e hijo. —contestó con demasiada decisión.

—Si vamos los dos, Manuela puede perdernos y quedará sola con el niño en este mundo de hombre necio.—le refutó el señor.

—Ella estará bien y le juro señor Hernesto, que por mi vida defenderé a mi patria y regresaré con ella para cuidarlos.

Lo que ocurre despues no fue nada de lo que la gente esperaba. Esos últimos días de los años 1901 y 1902 estuvieron llenos de tragedia y dolor, las mujeres con sus enaguas y chalés iban a la estación del ferrocarril para despedirse de sus amados padres, hermanos y esposos. Los ancianos y algunos niños con sus trajes y sombreros despedían a los uniformados. Don Hernesto y Camilo partieron a la guerra, mientras que Manuela se queda inmóvil y con un dolor demasiado fuerte en su corazón. Al finalizar la guerra, a los pocos carros que pasaban se les escuchaba el pito demasiado alto, la gente celebraba, bailaba y salía a caminar, algunas mujeres con sus abanicos hablaban casi entre ellas, luego iban a misa para agradecer, mientras que los hombres hacían bulla con los trotes de sus caballos, gritaban y luego se dirigen a las tabernas a pasar un buen rato.

Lamentablemente, Manuela Cristancho recibió en su pleno segundo embarazo la noticia de que su padre había muerto. Esto la destrozó tanto que ni siquiera el regreso de Camilo pudo ayudarla. Al dar a luz a su segunda hija llamada Roxana Suárez, dio su último aliento de amor y felicidad de ver a sus hijos vivos, de haber amado y dado su vida por los hijos de la patria. Muchos dicen que su muerte destrozó al destrozado Camilo, quien se refugió en los aviones de día y despues en las tabernas de noche. Sus dos hijos, Rómulo y Roxana fueron criados por nodrizas y educados por criadas, a quienes el señor les permitió vivir con sus siete o nueve hijos en la casona.

Pasaron diez años y los niños se volvieron mayores, fue entonces cuando su padre decidió volverse a casar con una mujer del extranjero, era francesa, de Gran Bretaña o Irlanda, alguno de esos lugares, pero los dejo a todos boquiabiertos, era demasiado blanca, alta, de cabellos rubios, ojos oscuros que tiraban casi a rojo, muy bella, con dientes demasiado brillantes y filosos. Se llamaba Elisa, pero la convivencia con esta nueva señora no fue tan buena, así que los niños decidieron mantenerse alejados de los lugares por los que paseaba. Sin embargo, comenzaron a ocurrir cosas muy extrañas, su padre comenzó a pasar mucho más tiempo encerrado con ella, se le veía de día pálido, casi perdido en otro mundo, mientras que cada día pierde más ánimo de vivir.

—Tiene embrujado a padre, estoy segura de que es una engatusadora.—decía furiosa Roxana.— No es buena, Rómulo, estoy segura de que debajo de tanta belleza hay un secreto que nos va a destrozar más de lo que ya estamos.




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