La Flaca miro a la mesa, dos cartas más por descubrirse y los ochocientos pesos que habían juntado serian todos suyos. El Colorado sudaba de ansiedad cuando saco de su montoncito de fichas, cada vez más menguante, la cantidad necesaria para igualar la apuesta de Cacho que se reía con suficiencia y se burlaba de la Flaca.
El Cacho era quien le había dicho esa noche que las mujeres no jugaban al poquer y que más le valía irse a servir unas cervezas y preparar la picada que para eso la habían invitado. Ella se rio sin vacilar y saco del bolsillo los doscientos pesos que eran la apuesta de aquella noche.
-¿Qué tenes miedo de perder?- le había dicho mientras agitaba el billete en la cara del hombre que lo seguía con ojos codiciosos hasta que finalmente se resignó a protestar y le dejo unirse a la partida.
-Más vale que sepas jugar, eh- dijo mientras iba armando los montoncitos – no me gusta ganar fácil.
Eso había dicho pero una hora después no se le veía tan confiado. Marcos había perdido en primer lugar y su montón se había dividido en tres partes totalmente desiguales, una gran cantidad de fichas para ella y otra parte grande pero no igual de generosa para Cacho, por otra parte el Colorado había ligado un par de fichitas que le ayudaban a seguir en partida. La tarea de repartir cerveza había recaído en el perdedor quien, aprovechando que los otros se concentraban en el juego, no paraba de atacar la picada y darle grandes tragos a la birra que aparecía y desaparecía de su vaso mientras que en los otros se mantenía allí, calentándose al punto de ser intomable.
Un par de ases en la mano y dos seis en la mesa si tenía suerte la próxima carta le daría full house, tenía que disimular su entusiasmo pero la cerveza de a poco hacia efecto sin embargo se contuvo. Cacho estudiaba su jugada y el Colorado ya harto del juego lanzaba miradas exhaustas a sus cartas a la vez que envidiaba con los ojos a Marcos que para ese punto hipaba de la ebriedad.
-Voy todo- dijo el Colorado y coloco su último montón de fichas que sumaban fácilmente cuatrocientos puntos. Cacho vacilo antes de colocar el también sus cuatro fichas negras, la Flaca no lo dejo pasar.
-Igualo y subo otros doscientos – dijo y vio que el miedo se asomaba en los ojos del pobre hombre y bajaba lentamente hacia su mano, será que tendría algún otro par pero tal vez se preguntaba si ella tenía en mano un seis que le haría ganar la partida.
-Me estas mintiendo, vos no tenes nada – respondió sin nada de seguridad- veamos que tal – termino de decir y coloco su respectiva apuesta sobre la mesa.
El Colorado que ya estaba degustando la picada casi se olvida por un momento que él era el Dealer de aquella partida, tras limpiarse la grasa del fiambre en el pantalón, dio vuelta la última carta. Un seis. La sonrisa no tardó en aparecer en su cara y demasiado tarde se dio cuenta que había sido un error. Le tocaba apostar, tomo casi sin ganas dos fichas negras y las puso en el montón, era demasiado obvio. La cara de bronca de Cacho al pasar su mano le produjo algo de satisfacción pero no era comparable a ganar la partida.
-Par de dos- dijo el Colorado desinteresado sin siquiera notar el cruce de miradas de sus rivales.
-Full house- respondió ella mostrando su mano y sin ningún entusiasmo acerco el montoncito de fichas que había ganado hacia su lado.
Tomo las cartas y empezó a barajar mientras Cacho no despegaba sus ojos de los suyos, tal vez creía que podría leerlos y en ellos encontrar la forma de ganar aquella partida. Siempre había sido bueno en eso, sabía cómo mirarla, como endulzarle el oído con mentiras y así la había sometido durante casi un año.
Dos cartas para cada uno, cinco sobre la mesa. Un dos y un tres, podría formar escalera. Miro a su contrincante quien no se veía muy contento, al menos era una buena señal. Ambas apuestas colocadas sobre la mesa y dos “paso” consecutivos, hora de voltear las primeras tres. El corazón casi se le detiene a cada momento que torpemente giraba las cartas. Dos, seis y siete; no podía arriesgarse con un par de dos.
Cacho seguía con los ojos puestos sobre la mesa, ya casi ni la miraba. De repente se le vino a la mente la imagen de aquella última vez que habían estado juntos y recordó como tampoco la había mirado cuando ella le recriminaba su infidelidad. “Si no me crees no hay sentido de que estemos juntos” le había dicho él y en ese momento a ella el mundo se le había caído a pedazos, pero era demasiado orgullosa para perdonarle otra vez. “El orgullo a veces salva” pensó, después de todo no mucho después se había dado cuenta que lo mejor era estar alejada de Cacho. O eso fue hasta que el Colorado la invito a aquella noche de poquer, seguramente planeado por su ex novio para que con un poco de alcohol y alguna de sus maniobras pudiese tenerla de vuelta a su lado.
-Subo quinientos- le dijo el hombre – ¿te las jugas Flaca?
No la miraba, estaba mintiendo. Pero sus cartas eran las menos y la chance de armar aunque sea una escalera se le estaba yendo de las manos ¿Qué hacía? Si dejaba ahora el juego todavía podía estirar unas cuantas manos más aquella partida. ¡Que pelotuda! Se decía a sí misma, si no hubiera sido tan obvio en la mano anterior ahora mismo estaría fuera de aquella casa y con ochocientos pesos en mano. No, no podía estirar más. Quería ganar y para colmo la cara del Cacho le decía todo, esa sonrisa que detestaba, cuando sabía que había caído en su trampa. No la habrá visto otras veces, como cuando le reclamo que se había cogido a la del negocio y el todo confiado le había jurado que no, y ella para el colmo le había creído.
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Editado: 17.09.2020