El taxi se detuvo en la entrada del bar Black Garden, un lugar que al inicio era una bodega abandonada pero hoy es un lugar sombrío donde toda clase de personas vienen a disfrutar de buena música.
El reloj marcaba recientemente las cinco de la tarde y desde hace una hora Dereck me esperaba, no tengo la culpa, la belleza exige ciertos sacrificios y para mí era la puntualidad, tengo el don de llegar tarde a todas partes. Tomé mi maletín de cuero marca Carolina Herrera y bajé del taxi. Alicé mis shorts negros y reacomodé el top crop campesino color blanco que dejaba a la vista mi piercing ombliguero.
Como amaba las vans, para venir a esta clase de lugares son el par de zapatos más cómodos que hay. Decidí recoger mi cabello en una coleta alta y los bucles de mis puntas me llegaban casi a la cadera. Desde hace mucho no me lo corto, no podría romper la promesa que en su momento le hice a mi madre.
— Hola Simon— saludé al barman del lugar y por extrañas razones también amigo de Dereck.
Mi teléfono volvió a sonar con el nombre del chico malo y entré a la habitación escondida tras la tarima, toqué a la puerta.
— Esa mocosa no…— dijo abriendo la puerta Dereck con el móvil pegado a la oreja, callándose al verme parada allí.
— ¿Por qué te demoraste tanto?
Di una vuelta sobre mi propio eje para que viera la ropa que llevaba puesta, entendió a la perfección a lo que me refería.
— No debí preocuparme— dijo arrepentido.
— Recuerda que mañana iremos de compras— tiró la cabeza hacía atrás, un día de compras jamás se olvida.
— Sky… tienes mucha ropa.
— ¿Disculpa?— de una cayó en cuenta que había metido la pata—, nada pequeño cielo, olvida lo que dije.
— ¿Acaso te digo algo por tener tantos repuestos de moto?— ahí fui al ataque, soy como un loro al que si le dan vuelta no callan.
Dereck estampó sus labios húmedos contra los míos y pasando sus manos por debajo de mis nalgas me condujo hacía su caliente cuerpo. Pasé mis brazos por detrás de su nuca para profundizar el beso, su lengua invadía mi boca de manera juguetona y obviamente yo no me quedaría atrás.
Al separarnos pegó su frente contra la mía.
— ¿No crees que tú ropa está un poco reveladora?— preguntó.
— El uniforme de porrista es más corto y no dices nada— alegué.
— A eso le llamo resignación cariño— Dereck se quitó de la puerta para darme paso a la habitación, por delante de él, allí estaban sus amigos.
Al adentrarme más al lugar un olor encerrado y desagradable como huevo podrido llegó a la punta de mi nariz.
— Huele asqueroso, chicos— me llevé a la nariz la palma de mi mano, para taparla. Sentía como se impregnaba en mi ropa ese puto olor.
— Les dije que se daría cuenta— dijo Jasen.
— De tanto estar encerrados aquí ya no lo sienten, son unos cerdos.
— Fue culpa de Dereck, propuso que jugáramos metraton— giré la cabeza sobre mi hombro para fulminarlo con la mirada.
Que puto asco.
El juego de metraton se resume en una sola palabra, gases. Todo lleva un orden, si una persona se tira uno, la que le sigue se debe tirar dos, el siguiente tres y el que más feo huela, gana.
¿Cómo sé esto?
Cuando era pequeña Ian se encerraba con Elijah y otros primos en mi habitación a jugar ese maldito juego. Estoy condenada a oler los gases de otros.
— Ustedes como son idiotas, hacen lo que Dereck les pide— dije irritada.
— Bueno…poniéndolo de ese modo— Noah el pianista del grupo se puso de pie—. Tiene razón la fresita— analicé su rostro y cuello, un moratón del tamaño de una isla rodeaba su ojo y un pequeño corte casi imperceptible destacaba en su mentón, ¿Otra pelea? Preferí quedarme callada.
— Yo no me quejo, he estado practicando bastante para ganar— dijo Tim el baterista.
— De razón huele a queso podrido— me quejé.
— De hecho pequeña fresa, el que nos aportó aquel delicioso olor fue tú noviecito— respondió Jasen.
Miré nuevamente a Dereck, incrédula.
— Cariño, cuida el alma porque el cuerpo ya lo tienes podrido.