Primero de enero
Cinco, cuatro, tres, dos... ¡feliz cumpleaños!
De esa forma comenzaba el año nuevo la familia Torres. Dieciocho años atrás Elisa recibía en brazos a una pequeña y hermosa recién nacida: su hija, su hija mayor fue su regalo de año nuevo.
Ya en casa desde muy temprano se escuchaba la canción tradicional de las mañanitas en el celular de su hermano Josué; quien aún somnoliento, estaba al lado de sus padres y hermana para tocar la puerta de la habitación de Susana.
Un golpe, dos golpes y abrieron la puerta anunciando su entrada.
Como era de esperarse continuaba dormida, envuelta en una colcha tinta hasta el rostro, profundamente dormida a pesar de la canción siendo reproducida. Su madre sonrió con ternura, habrá cumplido ese día la mayoría de edad, pero para ella continuaría siendo su bebé; la pequeña niña de cuatro años, curiosa, que aquella tarde se atoró en la cubeta y tuvo que ayudarla a salir, riñéndole por lo que en aquel entonces creyó era una travesura.
La descubrió lentamente.
—Como ha pasado el tiempo —expresó el esposo de Elisa, feliz.
Su hija comenzó a restregarse los ojos, a tientas busco su colcha para volverse a cubrir. Pudo entonces escuchar la música con claridad cerca de su oído derecho; Josué le había acercado su celular. Elizabeth, su hermana, no tardó en saltársele en brazos, quitándole casi todo el aire de los pulmones.
— ¡Feliz cumple, Naida! —la felicitó.
—G-Gracias, pero me... asfixias —su hermana se disculpó y se apartó lentamente—. Así está mejor.
Se aclaró la garganta, sonaba demasiado ronca después de las horas dormidas.
Fue su madre quien se acercó después, la envolvió entre sus brazos, besó ambas mejillas y no paró de decirle lo mucho que había crecido, la señorita en la que sea convertido y la nueva etapa de su vida que le aguarda.
— ¿Es aquí cuando me dices que debo sacar mi INE? —bromeó, haciendo reír a su madre.
—Eso lo digo yo —intervino en la conversación su padre—. Anda, déjame ahora darle un abrazo a mi hija —pidió, poniendo sus anchas manos en los hombros de su esposa.
El abrazo de su padre fue mucho más largo, no se separó de ella hasta comentarle el gran día que le esperaba y la fiesta que organizó en su honor.
— ¿Y Cómo te sienta la mayoría de edad?—Josué apagó la canción al repetirse por tercera vez.
—Que gracioso. —le sonrió su hermana.
—Lo sé. No falta quien quiera hacer burla por tu edad —le giñó el ojo derecho divertido.
La aludida, entrevió la boca, soltando una risilla y negando.
—Deja a tu hermana, Josué —le riñó su padre.
—Bien. Lo siento. Oh, feliz cumpleaños, hermanita. —al agradecerle la felicitación salió de la habitación seguido de su hermana Elizabeth.
—Tu fiesta da inicio ahora —le informa su padre—. Acá tu mamá ha preparado unos ricos buñuelos y un atole, ¿No es un buen inicio? —preguntó sonriente.
—Lo es papá, muchas gracias a los dos.
Después de levantarse, se unió al desayuno con su familia. Conversaron animadamente, una que otra broma de parte de sus hermanos nunca faltó, pidió una segunda ronda de buñuelos y le comunicaron sus padres de la llegada de tres de sus tíos de parte de su padre. Al parecer su llegada sería al medio día, dándole así el tiempo suficiente para estar presentable en la fiesta en presencia de sus tíos.
Como sus padres le aseguraron, horas más tarde aparecieron entre la puerta sus tíos David, Santiago y Carmela, sonrientes, con regalos y una camioneta con una rokola arriba esperando ser desembarcada.
Estaba maravillada, se habían tomado demasiadas molestias y no dejaba de agradecer.
— ¡No debe faltar la música! —Le expresó su carismático tío Santiago—. Me aseguré que tuviera un buen de banda; como te gusta.
El olor del pozole que preparó su madre les abrió el apetito, ingresaron gustosos a la casa, tomando asiento en la pequeña sala a excepción de Santiago, quien salió a bajar la rokola con ayuda del conductor de la camioneta, su hijo.
En poco tiempo las canciones de la Banda MS se escucharon a todo volumen por toda la calle, alegrándoles la tarde.
Se apartó del gentío solo para tomar unos minutos su celular, tenía felicitaciones en WhatsApp y Facebook; discursos en su muro de Facebook de parte de sus amigas e inclusive Delia a pesar de estar de vacaciones en el estado de Hidalgo donde no había internet se las ideó para mandarle una felicitación. Juan la felicitó por un gracioso mensaje de voz de poco más de cuatro minutos, deseándole que se divirtiera a pesar de no formar parte de ese momento.
Contestó los mensajes que pudo, reaccionó a las felicitaciones de amigos desconocidos y comentó a los conocidos, feliz.
—Hija, ya he puesto tu plato en la mesa —la dulce voz de su madre le sobresaltó.
—Ay, Ma. Me asustaste —bloqueó la pantalla del celular guardándolo en el bolsillo trasero de su jeans—. Ahora voy.
—Se enfriará sino vienes ahora. —le recordó conociendo muy bien que el "ahora" se convertía en minutos, antes de volver a la sala.
—Bien, voy detrás de ti. —sonrió, siguiéndola.
[...]
Casi a media noche cuando su cumpleaños finalizaba, su celular le anunció una notificación. Extrañada por no recordar haber dejado encendido los datos de su dispositivo, lo tomó de la mesita de noche, desbloqueó la pantalla desplegando el menú de notificaciones. Las notificaciones correspondían a Messenger.
Abrió la aplicación.
Seis solicitudes de mensajes nuevos.
Estaba segura ya haber revisado al menos tres, todos mandando un breve "Hola", personas que no conocía y decidía ignorar. Se acostó en la cama dejando que carguen las solicitudes cuando encontró una solicitud que le dejó pasmada. Releyó el nombre de perfil dos veces más, deleitándose con su nombre mientras lo susurraba en voz baja aún sin creerlo.
Elijah Olivares, la persona que nunca pasó por su mente la contactaría por voluntad propia. ¿Cómo consiguió su cuenta de Facebook real y mandó un mensaje? Le invadió una inexplicable preocupación, ¿Será que la ha investigado también?