Los Errabundos

Luvlais

El día era funesto, de un manto gris plomo cubriendo el techo del mundo, con pequeños huecos donde el sol penetraba con columnas anaranjadas que caían hasta las calles de adoquines de Lovtrein.

El pie izquierdo de Ariel se posó sobre un rayo de sol, antes de que el derecho se adelantara y le hiciera avanzar. Tenía los talones compungidos, y si se detenía para estirar las piernas, sus tobillos le respondían con un agudo crujido. La suela de la zapatilla derecha ya amenazaba con comenzar a lengüetear el aire, y el zoquete de algodón hacía un día que se había deshilachado sobre el talón, y le comenzaban a nacer ampollas en la piel. El dolor nacía en las plantas de los pies con cada paso, y escalaba por las piernas hasta los muslos, luego a la cadera y, por último, punzaba en la cicatriz cauterizada, más blanca de lo que ya era su piel, marcando perfectamente la forma de la espátula con su tono, rodeada de piel rugosa. Una herida que ya se había secado gracias a la improvisada solución salina, pero cuyo interior seguía doliendo como los mil infiernos. Si acaso le servía de consuelo, solo le faltaban unas dos horas para llegar a Luvlais.

Hacía unos días Araceli se había suicidado. Aún recordaba el cadáver desnudo en el suelo. Le lloró aquella vez, pero, por alguna razón que no comprendía, ahora la recordaba con cierta indiferencia. Igual con Amata o José. Reflexionó al respecto mientras sus pies le hacían avanzar, sintiéndose una basura por no lamentarles. Aunque, luego de dejar a quinientos metros el cartel de bienvenida de la ciudad, llegó a la conclusión de que estaba demasiado agotado como para siquiera sentirse triste. Riza le había platicado sobre ese sentimiento, los militares gilianos le llaman «delay sentimental»; mientras estás combatiendo, no sientes nada más que la adrenalina del momento. Pero al terminar la batalla, comienzas a temblar y a llorar, pues el cuerpo estuvo tan ocupado encargándose de sobrevivir que no se tomó el tiempo de sentir el miedo ni llorar por los compañeros caídos. Ariel ya lo había experimentado en aquel shopping. Al momento de matar al primer hombre, de clavarle la navaja en su garganta, no sintió miedo alguno hasta que oyó el disparo de Daiya. Y en aquel momento, marchando hacia Luvlais, estaba tan agotado que simplemente no podía sentirse triste por nadie. Si acaso Dante cayera allí mismo por el disparo de un francotirador, solo se preocuparía por tomar refugio... Tal y como se preocupó por huir en moto cuando Amata cayó abatida. Finalmente llegó a la conclusión de que esa noche, al llegar –si es que llegaba– a Luvlais y conseguir una cama para dormir, al momento de poner la cara sobre la almohada, se rompería como un jarrón de cristal lanzado a 700 pies del suelo.

No se había percatado, y ya habían caminado diez cuadras desde aquel enorme cartel en arco que les daba la bienvenida a Lovtrein. Miró a los lados y al frente, pues sin percatarse se había puesto a la cola del grupo. Riza caminaba a paso firme. No parecía cansada, pero si acaso se hubiese tomado la molestia de avanzar y verle el rostro, la notaría con los ojos hundidos y maquillados con grasosas ojeras. Dante parecía arrastrar los pies, soltando un bufido casi equino. Freud era el único que parecía fresco como espagueti en su salsa; aunque claro, todos se ven fresco tras un pasamontañas blanco, gris, mejor dicho, pues el sudor ya lo había oscurecido. Benjamín se tronaba el cuello por quinta vez en esa hora. Pazos y Micaela caminaban casi abrazados. Él la tomaba de la cintura, acariciando sutilmente su vientre. Eduardo y Alfonso apretaban los labios, tragándose las ganas de insultar. Y Miguel caminaba alzando a la niña en brazos, con los cristales de los lentes abrigados por una fina capa de polvo, y con los rizos –que parecían más de cabello ondulado– se le pegaban al rostro por el sudor. Miguel se percató de su mirada, y le devolvió una débil sonrisa antes de volver a mirar al frente. El rostro de Ariel se había deshinchado en su totalidad, pero estaba seguro de que el cansancio lo había deformado hasta dejarlo hecho una calavera con piel.

El paisaje era más de lo mismo, aunque con estructuras más antiguas y que emanaban una mayor elegancia. A media calle, abandonado, se hallaba un Audi R8 rojo con capó en negro mate, que supo reconocer que ni con treinta sueldos podría comprárselo, y allí estaba, dejado como basura, igual que una Ferrari F40 negra que se vislumbraba a la esquina, o el Chevrolet Coupe 1938 en perfecto estado por el que, en dos segundos, pasaría a su par. Estiró la mano, y acarició la pintura roja del clásico vehículo. Los dedos le tronaron al presionar. «Enciende —se decía en su agotada cabeza—. Enciende y llévame a Luvlais». Por supuesto, no le hacía falta ser un genio para darse cuenta que en aquella ciudad caminaban personas cuyos zapatos le triplicaban su sueldo bruto.

—Mi hermano trabajaba en un parque industrial privado —dijo Miguel, resquebrajando en silencio. Tenía la garganta seca, y eso le roncaba la voz. Ariel le estiró una botella con agua. Bebió y siguió hablando—. Una vez estuve allí una mañana. Bah, pasé la noche ahí. A la mañana llegó un tipo con, no les miento, un auto igual que ese —dijo, señalando un Roll-Royce Phantom estrellado en la esquina—. ¿Y saben con qué problema lidiaba ese hijo de puta? Bueno, los jefes necesitan presentar una tarjeta para entrar sin dictar sus datos. Y el problema del hijo de puta era que siempre se olvidaba la tarjeta porque tenía tantos autos que no se acordaba de pasar la tarjeta de un auto a otro. No, yo llego a tener un auto así, lo vendo y me compro una casa.

—Y mírenlos, tanto que se hacían los otros, los superiores y miren como quedó su ciudad —dijo Alfonso con una sonrisa ácida—. Los hijos de puta se la pasan basureando a los empleados, se hacen los civilizados, los documentados y la mayoría terminó convertida en un zombi de mierda, igual que los pobres.

—Sí. Igual no te creas —acotó Eduardo—. ¿Sabés cuántos hijos de esos giles estarán liderando un grupo, esperando el momento para cagarlos? Esos no cambian más. Les das la mano y te agarran la pija.



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En el texto hay: zombies, accion, gore

Editado: 13.09.2023

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