El grupo retornó en dirección a su destino la mañana del tercer día, luego del desayuno en la taberna. En la posada los jóvenes habían degustado generosas porciones de alimentos que para su alivio no se veían tan mal como el resto del lugar en general. El señor Holerman les brindó algunas recomendaciones interesantes sobre las particularidades climáticas y los peligros que rondaban en cada región.
Los seres expertos que habituaban a merodear las regiones salvajes, podían burlar el peligro blandiendo su espada o acudiendo a sus experiencias con la naturaleza; pero aquellos deshabituados, que sólo estaban de paso, debían alejarse todo lo posible de ciertas zonas en particular. Horace le explicó a los jóvenes que bajo ninguna circunstancia debían acercarse al Valle del Lobo durante la noche, ni tampoco debían aventurarse por las ciénagas que se encontraban al oeste del Bosque de los Misterios. Aquellos sitios podían resultar mortales si no se tenían los cuidados necesarios.
Luego de oír las últimas recomendaciones del sujeto, los chicos montaron los caballos y se dirigieron hacia su próxima parada: Monte Hell, ubicado a una distancia no muy alejada de poblado Nogal. Los caballos galoparon a ritmo uniforme, mientras el terreno describía mesetas pobladas de pastizales. El cielo cubierto de nubarrones se había despejado en el transcurso de la jornada, y mientras avanzaban por las pendientes cada vez más inclinadas y descendían a gran velocidad, el sol comenzó a declinar lentamente, hasta debilitarse y asemejarse a una moneda de bronce que enseguida se perdió en el horizonte.
El grupo detuvo la marcha por la noche, donde acamparon al reparo de las montañas que conformaban el monte. Los jóvenes tendieron el campamento en una especie de cueva que según Horace solía ser utilizada por los exploradores. En aquel sitio había voluminosas piedras que hacían que la entrada del refugio sea imposible de divisar desde la lejanía, puesto que para llegar a él tuvieron que recordar las precisas indicaciones del señor Holerman.
A esa altura del viaje, los jóvenes ya se habían acostumbrado a la oscuridad absoluta, y también sentían que su audición se había agudizado. Todos podían distinguir con facilidad entre el sonido del viento que hacía crujir las ramas de los árboles de los alrededores, o el ruido de algún animal que deambulaba solitario por la noche. Al principio todo era motivo de sospechas y vivían en un estado de paranoia permanente, pero luego todo comenzaba a formar parte de una compleja armonía: desde el propio sonido de su respiración, hasta el fuego que crepitaba y consumía los troncos hasta convertirlos en cenizas.
Por la mañana siguiente el grupo continuó su recorrido hacia el cruce del Río Lye, que se hallaba en los lindes del Bosque Pardo, donde más allá el río se bifurcaba hacia el norte. Una vez que localizaron el caudal de agua, no les fue difícil perderle el rastro. Las aguas fluían rápidas y turbulentas, y arrastraban todo tipo de vegetación y maleza desde las Montañas Blancas.
Horace les había proporcionado a los chicos una cuantiosa cantidad de provisiones, y les había comentado sobre el acceso seguro que utilizaban los mercaderes: un puente que posibilita la comunicación entre los tres poblados. Aquel paso estaba vigilado la mayor parte del tiempo, ya que las autoridades regionales identificaban a los viajeros y registraban las mercancías. El grupo reconoció allí el primer inconveniente serio del viaje, y Pol sabía, mejor que nadie, que un movimiento en falso podía echar por tierra toda la misión.
Pol decidió estudiar los movimientos de los hombres para convenir el momento apropiado de cruzar. Los jóvenes habían dejado Monte Hell al amanecer y habían cabalgado varias horas seguidas hasta el cruce del río. El día permanecía despejado y las temperaturas se tornaban agradables. La primavera estaba pronta a comenzar por aquellas regiones, y eso se percibía en la vegetación de Bosque Pardo, de colores alegres y brillantes, portadores de una vitalidad capaz de cautivar a cualquier criatura. Era poco más del mediodía cuando Pol comenzó a impacientarse, ya que las autoridades regionales no se alejaban ni un momento de sus puestos de vigilancia.
Pol indicó a sus amigos que aguarden allí, ocultos detrás de las gruesas plantaciones cercanas que les servían de mirador, mientras él iniciaba lo que llamaba «su plan de emergencia». El joven le dio las riendas de su caballo a Blake, descendió del animal resuelto, y se propuso bordear un gran tramo del sendero que se alejaba del puente de piedras en dirección al norte.
Luego de hallar un sitio adecuado para montar una trampa, Pol barrió la vegetación del suelo con su pie y dibujó un círculo con piedras de un tamaño considerable que encontró en las cercanías del terreno. El joven hurgó en los bolsillos externos de su bolso, y depositó en el interior de la construcción varias semillas de Mendra que mezcló con ramas y hojas secas. Una vez que se aseguró de tomar todos los recaudos necesarios, el joven encendió la fogata con ayuda de unas piedras especiales que sacó de su bolso. El fuego se avivó rápidamente, y Pol supo que debía correr de inmediato para reunirse con su grupo.
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Editado: 23.11.2019