Desde la caída de las luces, aquella sensación cálida que caló en Wilson no se había desvanecido. Cada día de esa semana pensaba que algo brillante iba a ocurrir, pero la realidad fue muy decepcionante: solo presenció la monotonía escolar.
Llegado el sábado por la mañana, Wilson se fue hacia el club de fútbol, tal como hacía todos los sábados. El campo que se ubicaba relativamente lejos de casa. Por culpa del tapón que sucedía siempre, llegó tarde.
Al entrar, se encontró con que cabo un partido amistoso se llevaba junto a otra selección del país. La camiseta que Wilson vestía era negra con líneas blancas, además de un pantalón corto negro deportivo y tenis listos para ser usados en el campo de césped bien recortado y delimitado. El número de Wilson era el cinco, con su apellido por encima de este.
Los números no estaban a favor del equipo de Wilson, llamado Las Ciguas —un nombre provisional que, por supuesto, no decidieron ellos—, pues llevaban tres a cero. Veía como Juan, el miembro más reciente del equipo, de cabello corto negro y crespo y de tez canela clara, corría evitando con dificultad a los del equipo contrario.
—Solo piensa en correr y anotar por su cuenta —opinó Wilson con desilusión, prediciendo en su mente el resultado de este partido.
—Llega tarde, Wil —advirtió el entrenador, frustrado por la vergüenza que demostraba Juan en el campo—. Si tú hubieras estado a tiempo de seguro no nos fuera tan terrible.
—Lo lamento, entrenador, el tapón hizo de las suyas. Y respecto a Juan, en algún momento aprenderá a no tratar de hacerlo solo —expresó Wilson sintiéndose un poco halagado por las palabras de aquel señor de bigote un poco canoso.
La respiración de Juan se hallaba agitada. Un salto por aquí y una finta por allá; se encontraba muy concentrado, con la mente puesta en alterar el penoso marcador de su equipo.
—Permítame cuestionar su método al dejarme en la banca, entrenador —habló aburrido Yadiel, compañero de Wilson, de complexión más delgada que este, tez blanca y con lentes.
—Si tú sabe que sin mí no sirves, ¿para qué te queja? —bromeó Wilson tomando asiento en la banca junto a su amigo.
—Claro, porque no poder participar por tu tardanza o ausencia e maravilloso; buenas tardes, Wilson. —Ambos muchachos se saludaron con un pequeño apretón.
—Realmente le iría mejor si prestara atención a los otros —recalcó el chico negro al ver al dichoso goleador ser marcado por dos jugadores del equipo contrario; a unos pocos metros había otros dos compañeros sin marca que, a las ansias de participar propiamente, esperaban algún pase o plan—. El jugar por su cuenta hace de la experiencia muy insípida, es exasperante —opinó con los brazos cruzados, observando cómo Juan se las arregló para escapar de la marca anterior.
—En efecto, se nota la alegría de lo demás —apoyó Yadiel acomodándose y viendo justo cuando Juan se había librado de la marca y estaba acercándose a la portería, hasta que volteó su mirada al molesto Wilson—. ¿Qué sucede? —preguntó extrañado al ver la mirada molesta del chico.
—¿Eh? Nada, es que esa falta de compañerismo e irritante —explicó—, ni siquiera cuando jugaba con mis hermanos se presentaban esas situaciones, y eso que ellos ni sabían jugar. —Ambos observaron como Juan se hallaba cerca de la portería, pero no podía patear libremente por la marca y el portero.
Cerca de él se encontraba Manuel, otro jugador, quien podría ayudarlo a salir de ese aprieto. Desde el punto de vista de Wilson, se podía solucionar de forma muy sencilla: nada más debía pasársela a Manuel, este se la regresaba y así podía anotar; era exasperante, sin duda. No podía contener esa sensación, la cual alimentaba la que ya sentía en el pecho desde que vio la luz roja caer la semana pasada.
—¡Pásala a Manuel! —gritó Wilson levantándose repentinamente.
Juan, al recibir esa orden, por puro reflejo, pasó el balón a Manuel, quien se lo regresó de inmediato para despistar al portero, de manera que, con una patada rápida, logró dar el ansiado gol.
—¡Gol! —vociferó aliviado Wilson, justo cuando sonó el silbato que marcaba el fin del primer tiempo—. Vaya, sí que me había tardado —comentó al darse cuenta del tiempo perdido.
—Ni que lo digas —dijo Yadiel, levantándose para dirigirse junto con los de su equipo al salón de descanso de los jugadores, seguido de Wilson.
Si bien los ánimos generales del equipo no eran los mejores (y algunos observaban con molestia a Juan), nadie expresó su pensamiento. Estaba Wilson entrando al salón de su equipo cuando atisbó a Juan cabizbajo pasar de largo. Wilson se dispuso a seguirlo cuando una mano blanca en su hombro lo detiene.
—¿Para dónde va? Debemos entrar a menos que tú quieras aguantar las quejas del entrenador —cuestionó Yadiel al suponer las intenciones de su compañero.
—No te preocupes... solo buscaré a Juan por un momento —contestó con cierta desesperación, ya que le causaba malestar el estado de Juan.
—Si tú quieres ayudarlo, bueno no me hago responsable de nada. —Dicho esto, Wilson se separó de él despacio para ir hacia donde aquel chico se hallaba.
Imaginaba el porqué. Desde que Juan se había integrado al equipo, no le iba tan bien como quisiera, por lo que se esforzaba; sin embargo, no daba frutos, incluso alguien más tuvo que indicarle la mejor idea para poder marcar el primer y mísero gol a favor.