Érase una vez, un parque ajardinado, con un enorme ficus como guardián, que parecía observarlo todo desde lo alto, desde que lo sembraron hasta la actualidad.
El río se encontraba a su lado, de allí tomaba agua con sus enormes raíces y con ella podía mantenerse en lo alto, siendo el refugio para caminantes y aves por igual.
Los caminos del parque estaban arruinados, todo resquebrajado y enmohecido por las lluvias que alguna vez bañaron regularmente este lugar, marchitas hojas de viejo yerbajo emergen entre las grietas y se queman con el sol matinal.
Los asientos están oxidados, algunos doblados y otros a punto de desaparecer, enormes bordes afilados surgen por acción del calor que los ha arrancado de su sitio y les dan un aspecto tenebroso, como manos huesudas que más que atrapar, claman por misericordia.
Los columpios están quebrados, las grandes barras que sostenían las cadenas se han venido abajo por su propio peso, las cadenas se han roto y los asientos han caído, desapareciendo la parte de madera en unos y en otros aun pudiéndose observar la podredumbre carcomiendo el resto de la estructura.
Yerbajo espinoso y mala hierba cubren el hermoso jardín, remedo esquelético de ramas secas, recuerdo de lo que alguna vez estuvo tan cuidado que transmitían paz con solo verlos y ahora solo son cadáveres de una época gloriosa y llena de felicidad.
Las paredes de una rampa están manchadas, ya no se ve ni las marcas de vandalismo por causa del moho, grandes trozos de roca se han salido de su sitio dejando escombros a su alrededor.
Las puertas, ah, las puertas, fieles guardianes de este lugar, aun parecen tratar de impedir el paso del tiempo, pero poco a poco van cediendo, pulverizándose y oxidándose, corroyéndose y doblándose, lamentándose cuando son mecidas por el viento en triste gemido de desesperanza, en lastimero llanto de olvido, en complicado esfuerzo por detener lo inevitable y en resignación por lo que aun está por venir.
Este es el viejo parque vigilado por el enorme ficus.
El magnífico lugar donde los niños jugaban.
El jardín esplendido que a todos relajaba.
El lienzo de pandilleros
El olvido de la humanidad.
El llanto de un niño que volvió y no lo vio más.