Luego de intercambiar unas pocas palabras más, hicimos de cuenta que nada había ocurrido, era suficiente por un día, por un mes o un año incluso.
Acompañé a Bárbara hasta la puerta, que se abrió con un chirrido típico de casas antiguas, dejando entrar la suave brisa. Para ese entonces ella ya se sentía mejor, al igual que yo, solo que no quería hablar de lo ocurrido.
Nos despedimos como siempre, aunque la atmósfera estaba más tensa de lo usual. Cruzó el jardín y la perdí de vista entre los árboles que poblaban la calle. Cerré la puerta y me dirigí al equipo de música. Cambié el rock alternativo que estaba sonando a un pop rock. Acto seguido, me lancé al sofá y caí rendido.
No mucho después llegaron mis padres y mi hermano menor haciendo ruido y terminé por despertarme. Obviamente no les comenté nada sobre mi inusual expedición, no estoy tan loco.
Ese mismo día por la tarde, mi madre me obligó a ayudar a mi padre a sacar las malezas del jardín... que medía cerca de diez metros cuadrados de pura vegetación silvestre. Tardamos más de tres horas en terminarlo todo, cuando ya comenzaba a caer el sol. La transpiración me escurría por la frente, empapándome el flequillo, tenía las manos rojas y lastimadas, estaba sucio, exhausto y olía mal.
Antes de entrar para tomarme un buen baño con agua fría, me recosté contra las rejas negras que demarcaban el límite del jardín, mirando de frente a la gran casona que ahora era mi hogar.
Al principio miraba a la nada, simplemente quería recuperar el aliento y volver a sentir mis manos y piernas, pero luego de un rato mirando el sol perdiéndose en el horizonte, por detrás de mi casa, comencé a analizar la estructura de la mansión.
Era un edificio antiguo, de varios pisos, bastante espacioso por dentro, en su mayor parte ocupado por antigüedades y cosas no muy útiles, en fin, cosas que no me llamaban para nada la atención. Pero por fuera la cosa era distinta. Su estructura de tres pisos delicadamente diseñados y construidos simétricamente uno sobre otro, tanto fuera como por dentro, demostraban el largo trabajo que había tomado construirla durante la época colonial. Pero eso no era todo, sobre el techo de la casa había una serie de esculturas en las que no había reparado antes, había todo tipo de animales y criaturas mitológicas talladas en piedra.
Hubo una de ellas que me llamó la atención más que cualquier otra. Una escultura de un gato yacía en la parte más alta del tejado empinado. Parecía como si mirara con seriedad, con una expresión regia y confiada a la ciudad, como si todos allí estuvieran alabándolo en su trono (algo un tanto común en los gatos). Aun así, percatarme de aquello me hizo sentir un tanto intranquilo, creí que ya no podría dormir en paz sabiendo que aquella escultura reposaba sobre mi cabeza cada noche.
Pero me equivoqué. Aquella noche dormí ni bien mi cabeza tocó la almohada y me levanté ya bastante avanzada la mañana. El resto de aquel día solo seguí ayudando a mi familia a darle vida a la vieja casa.
Dormí temprano la siguiente noche, ya que el lunes tendría que volver a la escuela (¡¿Por qué tan pronto?!). Digamos que no dediqué mucho tiempo a pensar en la carta que había leído, era mejor no hacerlo. Ya tendría tiempo para otra expedición por la casa, estaba seguro que había más de una cosa fuera de lo común. Aunque también sabía que lo más apropiado sería encarar a mi padre y preguntarle sobre aquello antes de sacar conclusiones precipitadas. Pero él no pasaba mucho tiempo aquí, gracias a su trabajo, eso no era nuevo y tal vez era mejor así.
Aquel fin de semana no había vuelto a hablar con Bárbara, intenté llamarla para preguntarle si se encontraba bien, pero simplemente su teléfono estaba apagado y no sabía exactamente donde vivía.
El lunes por la mañana, llegando a la escuela, iba mirando al piso, con la cabeza en las nubes, cuando tropecé una vez más con Clear (sí, literalmente volví a tropezar con ella) antes de cruzarme con Bárbara. Clear se limitó a denigrarme y a irse enfurruñada, mientras arreglaba su brillante cabello.
Cuando divisé a Bárbara a lo lejos, sin más corrí y le cerré el paso, deteniéndome frente a ella. Me saludó con la calidez de siempre pero parecía un tanto incómoda, avergonzada tal vez, y no iba a juzgarla por nada si ella no lo había hecho conmigo hasta ese entonces.
–¿Y cómo has estado estos días? –inquirí, estaba realmente preocupado luego de todo este embrollo. Ella desvió la mirada al suelo.
–Bastante bien –contestó en un susurro– ¿Qué hay de ti?
–Aparte de que estuve haciendo jardinería, todo normal –comenté mostrando mis manos llenas de marcas, ella se limitó a poner cara de lamento y retomé a palabra– Escucha, sí quieres hablar sobre lo que pasó el sábado... está bien, ambos tenemos dudas y aquella "investigación" creo que a ambos nos dejó un poco confundidos. Pienso que deberías saber lo que decía la carta y yo lo que buscabas de aquel libro –propuse con una sonrisa generosa.