Ya era martes, inmediatamente le conté a Bárbara sobre mi pequeño accidente en las escaleras, pareció divertirle, aproveché a fingir que estaba molesto con ella. Ese mismo día también acepté unirme al equipo de fútbol del colegio. No miento, traté de advertirles que era un desastre en deportes pero no quisieron escucharme, necesitaban más jugadores sí o sí.
Al regresar a casa me encontré con mi padre frente a la entrada, un tanto serio y otro tanto nervioso. Era obvio que me esperaba a mí. Su cabello era castaño claro y sus ojos verdes, para tener recién 40 años, varias arrugas poblaban su rostro. Llevaba puesto su traje gris, el que usaba casi siempre en la oficina, posiblemente acababa de regresar de ahí. Mi madre no estaba por allí para salvarme de aquella inevitable charla. Sentí como si estuviera por comparecer ante un tribunal y fuese culpable.
Ligeramente sonriente, me llamó a sentarme junto a él un segundo y lo hice sin pensarlo dos veces. Comenzó a hablarme de cómo le iba en la ciudad y a preguntarme sobre mi nueva escuela y mis amigos, traté de desviar la mayoría de sus preguntas pero hubo datos que tuve que dar.
Llegó un momento en que la conversación se hizo un poco extraña, fue algo así como:
–¿Y qué piensas de los gatos? –no era la pregunta que esperaba oír de él. Alcé las cejas y me quedé mirando a la nada mientras pensaba.
–¿Acaso quieres que adoptemos uno? –pregunté extrañado, él rió al ver mi cara de terror.
–No. No es eso, lo digo porque los gatos parecen ser bastante importantes aquí –se removió incómodo– ¿Tú crees en todas esas cosas?
La pregunta, una vez más, me tomó por sorpresa, no sabía qué debería responder.
–¿A qué viene la pregunta? –rebatí arqueando una ceja.
–Es solo una pregunta casual –respondió mi padre encogiéndose de hombros, pero mentía muy mal.
–Claro ¡Y los gatos vuelan! –acoté sarcásticamente, luego me di cuenta de que el tema de los gatos surgía otra vez (¡están por todos lados!) Mi padre me miró de manera extraña, como si decir aquello lo pusiese incómodo, aún más– Ya, dime en serio qué tienes que decirme.
–Archie... –hizo una pausa y cambió al tono serio– Sé que estuviste en el estudio de mi padre allá arriba –soltó sin más, molesto pero no del todo enojado, más bien preocupado.
Mi cara debió haberse puesto al rojo vivo, ¡¿Cómo me había descubierto?! Ahora sí que estaba en problemas, sabía muy bien que tenía prohibido ir a allí sin su autorización y él sabía eso. Agaché la cabeza sumiso, esperando a que me reprendiera. Pero no lo hizo. Suspiró y siguió hablándome relajadamente.
–Dime, ¿Qué fuiste a hacer allí? ¿Qué viste? –inquirió seriamente interesado. Levanté de a poco la mirada, esquivando la suya. No pensaba contarle todo lo sucedido.
–Quería leer la última carta de mi abuelo... Sólo eso. Una sola ves lo vi y... bueno, simplemente quería saber más de él –tal vez soné más infantil y sentimental de lo que quería, pero me salvé de una buena y no era del todo una mentira. Él se quedó mirándome sin expresión unos segundos.
–¿Y qué más? –indagó. Tensé los labios.
–Bueno... Subí el otro día cuando ustedes no estaban. Sólo entré, tomé la carta y la leí –tragué saliva y tuve el valor de continuar charlando al respecto, ahogando mis remordimientos– Pero... había cosas en esa carta que no pude comprender, pero por lo visto tú si pudiste –dije torciendo mi expresión–Es claro que esa carta iba dirigida solamente a ti –dije con un poco de desprecio y tal vez envidia, mi abuelo apenas me había mencionado en la carta. Mi padre me miró a los ojos como si tratara de leerme la mente, no podía dejar quietas las manos, mucho menos la mirada.
–Hijo, ya estás grande para andar hurgando en las cosas de los demás, ¿No crees?
–Ya estás grande para guardar secretos, ¿No crees? –respondí con impertinencia. Al decirlo, mi padre me fulminó con la mirada, odiaba que le faltara el respeto– Lo siento... Lo dije sin pensar –agregué tartamudeando. Escondí la cabeza entre mis piernas y él apoyo su mano en mi hombro, apiadándose de mi.
–¿Qué quieres saber? –preguntó a regañadientes. Una sonrisa asomó en mi cara.
–¡Todo! –sentencié– Las palabras claves que usó, las cosas que insinuó, eso de la verdad que tú conoces, ¡¿Qué significan?! –escupí una cosa tras otra sin siquiera respirar, aquel momento no se repetiría, debía aprovechar.