Bajamos por la escalera lo más silenciosamente que pudimos. Yo iba alumbrando los escalones con mi linterna en mano, sólo faltaba que nos cayéramos. Entramos sin problemas en el viejo estudio de mi abuelo. Sólo tenía una linterna y mis oídos para guiarme por la oscuridad amenazante de aquel tenebroso lugar y poco faltó para que tropezara con una silla de madera tallada. Bárbara ahogó su risa y se manejó agilmente por la oscuridad, y eso que ella no llevaba una linterna consigo.
Rebuscó velozmente entre los estantes, pasando sus dedos por los lomos de los libros, no había nada que le interesara allí. Aproveché la oportunidad y también me puse a revisar otras estanterías en busca de aquel diario que Bárbara buscaba, pero no hallaba nada en ninguna parte.
Mientras lo hacía, me di cuenta que la manga de la chaqueta marrón que ella portaba se había descorrido hasta la mitad de su brazo, dejando a la vista su pulsera plateada con gemas rojas, la cual otra vez despedía cierto brillo rojizo que teñía las paredes de la habitación. No tenía idea de cómo funcionaba aquello y no quería presionarla a hablarme al respecto, pero realmente quería (necesitaba) saber que ocurría.
–Nada por aquí –informé mientras quitaba y ponía los libros en su lugar. Bárbara suspiró, frustrada en extremo.
–Tampoco por aquí ¿Y ahora qué? –inquirió con una clara expresión de desilusión.
–Si alguien lo tomó, mi padre muy probablemente, entonces es un caso perdido. Lo lamento – informé encogiéndome de hombros y ya dirigiéndome hacia la puerta para salir cuanto antes.
–¡Alto ahí! –exclamó furiosa, subiendo la voz.
–¡Baja el volumen! –la reprendí, también subiendo el tono. Entonces, un ruido vago llegó a mis oídos, alguien subía por las escaleras– ¡Diablos! –exclamé por lo bajo mirando en todas direcciones. Claramente alguien se había detenido en ese mismo piso, precisamente frente a esa misma puerta– ¡Corre! –alcancé a decir.
Inmediatamente, por acto de reflejo, busqué un escondite apropiado. "¡El baúl!" fue lo primero que pensé. Tomé a Bárbara del brazo, abrí el baúl y nos metimos dentro como pudimos (Claro que antes de hacerlo, en una décima de segundo, alumbré con mi linterna y vi que no tenía nada más que un par de papeles). Era del tamaño apropiado para que una persona se escondiera dentro, pero dos... no tanto.
Alcanzamos a meternos dentro justo antes de que alguien entrara. Escuché que se abría la puerta con un chirrido y alguien entraba, sus pasos descuidados retumbaban en el piso de madera. No sabía si era mi padre o no, pero quien fuese era mejor que no me viera, menos junto a una chica, en la oscuridad... dentro de un baúl... a la madrugada. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba en una posición vergonzosa sobre Bárbara, quien estaba avergonzada más que asustada, al igual que yo. En un acto de nerviosismo esbocé una torpe mueca de lamento, no podía detenerme a pedir disculpas por invadir su espacio personal en ese momento, ya habría tiempo después para los detalles.
Oí al sujeto que había entrado revolver papeles y mover algún que otro mueble (lo deduje por el sonido que hacían al raspar el piso de madera) También percibí el ruido de algo metálico, posiblemente pequeño, cayendo al piso. Fuese quién fuese, deseé que nosotros no hubiésemos hecho tanto ruido como él. Comencé a preguntarme si sería mi padre y qué estaría haciendo allí a esas horas de la noche. ¿Más secretos en la mansión?
Mientras el sujeto daba vueltas sin fin por ahí, Bárbara y yo tratamos de acomodarnos mejor dentro de aquél baúl... y así fue que nos dimos cuenta de que no era realmente un baúl sino una entrada secreta. La base de lo que creímos era sólo un baúl era removible.
"¿Qué había debajo?" se preguntarán, bueno, les responderé de parte de mi trasero y mi espalda: Escaleras. Era un auténtico pasadizo debajo de un falso baúl.
Al descorrer la base falsa en el poco espacio que tenía, conseguí que ambos cayéramos rodando, entre gritos ahogados, por una escalera caracol llena de telarañas y polvo. Bárbara cayó sobre mí espalda así que no se hizo mucho daño, mientras que yo caí de cara en una habitación de piso de madera y techo exageradamente bajo. Había una mesa circular y seis sillas alrededor, en las paredes había varias estanterías y un par de bibliotecas. Me paré como pude y sacudí mi ropa, claro, luego de que Bárbara me usara para no golpearse al caer (Miren si no soy caballeroso).
Lo más erguidos que podíamos estar allí dentro era encorvados. Encendí mi linterna y alumbré como pude ese lugar mientras descifraba en que parte de la casa estaríamos, un entrepiso entre el piso 1 y el 2, supuse. Aquel lugar era bastante espacioso y a Bárbara no le faltó tiempo para ponerse a revisar en busca de "su amado libro", mientras yo me aseguraba de tener todos los huesos enteros.