Viernes por la mañana: el día del gran partido.
Me dirigí a la escuela a pie mientras escuchaba mi música favorita para distraerme un poco de la rutina. A esas alturas ya estaba casi totalmente recuperado (vale resaltar ese casi). Aún tenía marcas por todo el cuerpo. Esa noche sería el partido de fútbol y por órdenes del doctor no participaría en aquel juego ( y no es que me queje).
Mi primera clase fue la de Química. Debíamos formar equipos. Sorprendentemente, Bárbara hizo equipo con Max para llevar a cabo un experimento y yo... Bueno, con decir que atraigo la mala suerte más que los gatos negros es suficiente...
Clear se la pasó revisando su celular por debajo de la mesa del laboratorio y arreglándose el cabello repetidas veces en vez de prestar atención a las normas de seguridad del laboratorio y a las indicaciones de la profesora. Durante la clase, no dejé de intentar ni un minuto estampar la cabeza contra la pared. A la hora de hacer el experimento de mezclar algunas sustancias inofensivas y ver sus reacciones, ella por fin levantó la vista de su celular, aunque sólo para ordenarme que hiciera todo bien y sin su cooperación. La peor compañera de trabajo de la historia, definitivamente.
Luego de asegurarme de tener toda la protección necesaria, y de echar un vistazo a Max trabajando con Bárbara (luego de lo del otro día, mi confianza en él no era la misma, ni por asomo), preparé las mezclas en los tubos de ensayo. Ni bien mezclé dos sustancias, comenzó a salir espuma del tubo de ensayo. Tomé nota en mi cuaderno mientras lo depositaba cuidadosamente en su lugar. Luego le agregué un polvo que me había entregado la profesora, lo que causó una pequeña explosión, también lo anoté en el cuaderno. Mientras tanto Clear se hacía la manicura por debajo de la mesa.
–Oye, ¿Qué tal si haces algo? –sugerí con hartazgo.
–Odio Química –gruñó Clear. Me limité a rodar los ojos y suspirar.
–Al menos toma las notas, ¿quieres? –dije pasándole el cuaderno. Ella lo tomó de mala gana y comenzó a escribir lo que le iba dictando a regañadientes.
Entonces fue cuando escuchamos una fuerte explosión, más fuerte que la nuestra. Me volteé por acto de reflejo y me encontré con que se le había incendiado el cabello a Max. Bárbara luchaba por apagarlo con un extinguidor mientras él corría de un lado al otro, presa del pánico. La profesora corrió asustada hacia ellos, confirmó que las quemaduras en su piel eran superficiales y que había sido un (pequeño) accidente de laboratorio. No quise ser un desalmado, pero muy en el fondo de mi ser sentí una cierta satisfacción al verlo huir gritando. Había algo sobre él que no me convencía y me inspiraba terror, aparte del hecho de que me hubiera lesionado al propósito en la práctica. Admito que fue muy mal momento para esbozar una sonrisa porque la profesora me vio y con su demacrada e iracunda cara se aproximó a mí frunciendo el ceño, deteniéndose a dos centímetros de mi cara.
–¡¿A usted le parece cómico un accidente?! –exclamó la iracunda profesora, arqueando la ceja izquierda tras sus gafas.
–No, no quise... –y ahí estaba yo, una vez más en problemas con un profesor.
–¡Está castigado! –gritó pinchándome el pecho con su dedo índice, incluso me salpicó algo de saliva.
Ni bien se volteó puse cara de asco y me pasé la mano por la cara con tal de quitarme sus microbios de encima. Percibí a lo lejos el irritado rostro de Max, mirándome con odio. Esto se había vuelto personal. Me aproximé a Bárbara temblando del miedo.
–¿Qué fue lo que pasó? –inquirí cruzándome de brazos, seguro había tenido que ver (no es que desconfiara de ella ni nada, pero ya la conocía).
–¡Yo no hice nada! –exclamó a la defensiva, levantando las manos y dando un paso hacia atrás.
–Y yo nací ayer –atajé con una sonrisa expectante.
–¡Feliz cumpleaños! –exclamó con una sonrisa, revolviéndome el pelo, y luego caminó a paso acelerado a la salida del salón.
–¡Bárbara! –llamé yendo tras ella, pero ya la había perdido de vista. Había desaparecido entre los corredores inundados de adolescentes dirigiéndose a sus respectivas clases y de profesores buscando más café– La próxima no te me escaparás –mascullé y sentí un escalofrío bajar por mi espalda. Recordé que a esas alturas Max debería estar planeando como aniquilarnos a todos (Al final creo que no estuve tan errado).
Al salir de la escuela y llenar mis pulmones con el aire otoñal, automáticamente recordé mis recientes heridas. Tosí una y otra vez, encorvándome. Estaba muy ocupado tratando de no morir, cuando Clear salió de la nada y se detuvo frente a mí.