Los Gatos Negros

Capítulo 13 - Conociendo mi mundo

Supongo que pensarán que por haber descubierto de lo que era capaz y quienes eran mis compañeros de la escuela todo se había solucionado en mi vida, que me convertí en un brujo de la noche a la mañana, que hacía magia a voluntad, que gané el corazón de muchas y que todo fue fácil a partir de ahí ¿No? 

Ja, no tienen idea de lo complicado que se volvió todo. Sobre todo al enterarme de que había grupos en nuestra contra.

 

Era lunes por la mañana, estaba hablando con Bárbara en el receso cuando un grupo de chicos pasaron frente a nosotros. Podría jurar que su "líder" me miró con odio, una mirada similar a la que ya había visto en ojos de Max y no pude evitar sentir temor y revivir lo pasado anteriormente. Aún tenía marcas... y pesadillas. Soñaba que ese grupo de psicópatas "Invocadores" me ataban y quemaban, otras veces que no tenía ninguna habilidad especial para defenderme de ellos. Todas las veces me despertaba sudando y con el corazón acelerado. Esa clase de chicos hacían que yo reviviera esos pensamientos. Había algo mal en ellos. Bárbara notó mi confusión y me tomó las manos. Me miró con una sonrisa calma y de inmediato me calmé y olvidé todo eso. Pero sabíamos que deberíamos cuidarnos de ellos.

Ella, junto con su singular grupo de viejos amigos, me habló de los grupos "anti brujos". Sonará tonto y a cuento para niños, pero era más grave de lo que sonaba. Algunos eran clases específicas de brujos, como los invocadores, también había criaturas de doble apariencia o simples humanos, pero "olían" a los brujos "buenos", por así decirlo, y no les "agradaban" (demasiadas comillas). Era como invadir su territorio, obstruyendo su vía. Para mí era al revés, pero mantenían distancia, casi siempre. Evitaban atacar sólo por conveniencia propia. Al parecer todo estaba más organizado de lo que pensaba. 

Toda esa información sobre aquel nuevo mundo sobrecargaba diariamente mi mente. Simplemente evité a ese grupo de chicos durante toda la semana, el mes y el año.

Bárbara se encargaba de darme lecciones diarias acerca de los brujos, lo necesario como para sobrevivir y no causar ningún accidente. Ahora que "había despertado mis poderes" (Usando sus mismas palabras) era mi obligación "entrenarme", traducido como: Escucharla hablar como loro sobre historia, cosas que no terminaba de entender como "hechizos", "poder que viene desde dentro", "Libros de las sombras" y "Gatos negros". 

A veces pensaba que quería volverme loco, pero apreciaba su esfuerzo por enseñarme. Hasta aquellas alturas seguía costándome aceptar todo eso.

 

Parecerá una ironía, pero los gatos negros eran básicamente la piedra angular de Salem y sus brujos (Que no eran muchos). Todo estaba íntimamente ligado a ellos, los hechizos, los rituales y bla bla bla. Yo era un chico que le gustaba la acción no la lección. Bárbara me había prohibido echar o hacer daño al gato negro que cada tanto se aparecía por mi casa, pero me resultaba un tanto sospechoso. Sí, lo sé, ¿Sospechoso un gato? Me crean o no, ese gato aparece solo en momentos cruciales o para hacerme notar algo en un momento especial. Si eso no es sospechoso ¡Pues que me llamen loco! Al fin y al cabo que pasaba las noches en una habitación secreta entre los pisos principales, en la oscuridad, con la compañía de mi linterna, cientos de libros bastante antiguos y dañados, la mayoría en otros idiomas. Oh, olvidé mencionar que Bárbara me presionaba a aprender latín "La lengua madre". 

Cada vez que hablaba de estudiar, leer o escuchar una larga y aburrida historia sobre brujos antiguos que salvaron al pueblo de desastres, ataques y etcétera cosas complicadas, la evitaba de cualquier manera posible, aunque tuviese que ofrecerle libros de mi colección privada para que olvidara el tema. 

 

No crean que no me interesaba aprender. Sólo que yo aprendo a mi manera, que usualmente incluye hacer movimientos raros una y otra vez, elevando los brazos o formando figuras con mis manos, y repetir frases incomprensibles en mi jardín trasero a mitad de la noche. Hasta ahora mis padres no habían notado nada diferente en mí, pero mi hermanito, Henry, sí. Más de una vez me cachó tratando de mantener flotando en el aire un vaso de agua, abriendo y cerrando ventanas con sólo un gesto o hablándole al gato que se aparecía en el porche. Nunca me dijo nada, posiblemente porque siempre encontraba una excusa o razón para todo y él las creía (o eso parecía).

 

Tardé dos semanas en encontrar el momento apropiado para charlar con mi padre (¿Yo? ¿Haciéndolo al propósito para evitar el momento incómodo? Pfff, ¿Por qué piensan así?). Mi padre estaba en su día libre, leyendo el periódico y tomando un exprimido de naranja en la sala de estar. Me senté junto a él. Pareció notar mi sonrisa forzada y mi titubeo al hablar, porque rápidamente pregunto qué pasaba. Suspiré y fui directo:

 

–Papá, tenemos que hablar –él dejó el periódico en la mesa y tomó un último trago a su jugo. Suspiró con pesadez y me miró a los ojos con esa típica mirada de un padre de "Todo está bien".



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En el texto hay: adolescentes, brujos, brujos de salem

Editado: 11.05.2018

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