–Archie. Ha pasado tanto tiempo –respondió sin expresión alguna.
–Estás muerto –aventuré de manera tajante y desconfiada– No puedes ser tú. Debe ser un hechizo extraño o algo –comenté más para mí. Me invadía una sensación de resentimiento, pero no sabía que la causaba.
–Te aseguro que soy yo –dijo extendiendo los brazos, hablaba con calma. Era su voz. Su rostro se veía arrugado y pacífico, el mío torcido y expectante. Apreté los puños– Archie, sé que te es difícil de comprender, puedo verlo en tu rostro, pero te aseguro que soy yo: Faivel Harper. Con algo de magia todo es posible –anunció él esbozando una sonrisa típica de un adulto mayor confiado.
Recordaba que ese era el nombre de mi abuelo, sabía que era él, pero en mi interior no podía asimilar tal cosa.
–¿Cómo? –logré preguntar en voz baja mientras lo miraba detenidamente, escaneando cada parte de su translúcido rostro.
–¡Es una trampa! ¡No lo escuches! –gritaban al unísono el par de intrusos tras las rejas mágicas, no dejaban de quejarse y hacer ruido.
–¡Silencio! –exigió mi abuelo extendiendo una de sus manos en dirección a ellos y al instante quedaron mudos. Lo miré con los ojos abiertos de par en par. Él se percató de mi sorpresa– Son un par de "magos poseedores", no son realmente tus amigos –anunció con calma, como si fuese algo normal– Descuida, cuando crezcas tú también podrás discernir a los hechiceros buenos de los que hacen cosas como este par de ladrones. Apuesto a que querían saquear este depósito para robar los elementos sagrados para los rituales –dijo mirando con desagrado a aquellos dos. Para ser una simple proyección de 80 años, era bastante audaz. Me devolvió la mirada– Veo que ya despertaste tus poderes.
–No entiendo nada –solté tras un suspiro. En realidad sabía que se trataba de él.
–Si pudiera moverme fuera de aquí o tuviese un cuerpo te abrazaría como nunca pude... –confesó con una sonrisa típica de abuelo– Estoy orgulloso de ti, Archie... mi nieto, ¡El nuevo brujo de la casa! –se lo veía orgulloso. Su hijo jamás había seguido los pasos de él, seguro se veía reflejado a sí mismo en mí.
–Pero... ¿Qué eres? O sea, ¿Cómo...? –mascullé tratando de encontrar las palabras adecuadas para preguntar cómo diablos estaba allí.
–¡Magia! Claro está –respondió como si fuese de lo más obvio.
–Oh, claro, pero esperaba una respuesta más... ¿Precisa? –exhalé frustrado– Te creí muerto, creí que jamás te había importado mi familia... y ahora te tengo frente a mí una vez más –expresé tensando los labios, él cerró los ojos y dejó caer la cabeza, parecía sentirse culpable. Era comprensible.
–Como ya debes saber, yo fui un hechicero muy poderoso, y no es por alardear. Está en los genes de nuestra familia serlo, pero tu padre jamás quiso seguir la tradición familiar. Mi hijo siempre prefirió el mundo normal como todos los demás lo ven, simple, fácil y aburrido –dijo con media sonrisa– No hubo manera de hacerlo cambiar de opinión, sobre todo luego de lo que pasó con Wallace... –comentó con pesar. Lo único que podía hacer yo era asentir.
–¿Quién es Wallace? –inquirí extrañado. Otra vez ese nombre, mi abuelo me dirigió una clara mirada de advertencia.
–Con el tiempo lo sabrás –respondió muy seguro de sí mismo, a diferencia de mí. De pronto abrió los ojos con sorpresa, como si hubiese recordado algo importante.
–¿Qué sucede? –me animé a preguntar, mientras estudiaba su rostro translúcido. Aún se podía distinguir detalles faciales.
–Hablando de tiempo, temo anunciar que esta conversación no durará mucho más –sentenció con dureza– Debo hablar rápido. La cuestión es que antes de morir logré lanzar un hechizo muy especial, que haría que mi alma, antes de ir al más allá, quedara temporalmente encerrada aquí abajo, entre todos las reliquias para rituales, entre otras antigüedades que usé en mi vida o nuestros antepasados utilizaron. Todo fue para estar presente cuando el próximo brujo de la familia descubriese su herencia y bajara hasta aquí con deseos de aprender más al respecto –volvió a estudiarme de pies a cabeza– Ahora seré tu guía inicial –informó con una sonrisa esperanzada. Mi rostro no tenía expresión alguna, sólo escuchaba atentamente, ignorando todo lo demás.
–Adelante –anuncié sin más. Él sonrió.
Comenzó a hablarme de los primeros brujos de nuestra familia, de los libros que había escondidos por toda la casa, que poco a poco iba a descubrir. También me advirtió de todos los pasadizos que había por todo la casa y debajo de ella, como en el que estábamos en ese momento, la mayoría se abría sólo ante un miembro de nuestra familia que poseyera las habilidades mágicas que manifestaba tanto yo como mi abuelo, mi padre tal vez.