Los girasoles también lloran

Capítulo diecisiete. Janeth.

 

 

JANETH

Escribo porque no sé lo que

 pienso hasta que leo lo que digo.

—Flannery O’Connor

 

Solo alcanzo a relajar y enfriar mi mente con exhaladas largas de aire; mi estómago sensible pica con fuerza. Oleadas de calor llegan a mi pecho como círculos viciosos girando a mi alrededor y se quedan en un solo sitio para alterarme más allá. En cierto punto se vuelve insoportable debido a mi desesperación; pero me mantengo en mi sitio antes de perder más energías solo por ponerme a dar más vueltas alrededor de la habitación.

Es más, tengo que sentarme casi hecha echa un ovillo ya que no soporto el contacto de mi espalda contra la pared; es molesto, como un piquete insistente y no sé si es que soy cobarde o colmada en exageraciones.

De todos modos, me da ñáñaras la sola reacción de mi cuerpo cuando se da cuenta, cuando recuerda que ahí atrás hay una señal de que todavía no soy completamente libre. O quizás nunca voy a serlo.

Respiro hondo, con la cara metida entre las rodillas y los brazos rodeando estos.

Me duele todo el cuerpo, como si se sintiese cansado por alguna razón, pasa lo mismo con la cabeza, cuyas punzadas en los costados poco a poco se tornan cada vez más fuertes y ni hablar del piquete entre la piel lastimada de los dedos que, a decir verdad, no son para nada un orgullo en mi corazón.

Inhalo, retengo en cinco y libero en cuatro. No funciona como supone debe de hacerlo, según comentarios de otras personas.

Tomo el celular por quincuagésima vez, sin energías, la inquietud picando como mosquito en cada célula de mi cuerpo, y miro, miro de nuevo la barra de notificaciones; pero también al reloj. Ha pasado más allá de media hora desde que envié ese saludo escueto; con todas mis fuerzas deseo que el mensaje no se haya ido a la barra de solicitudes; en ese caso, estoy segura al entero cien por ciento de una cosa: mami nunca va a leerme.

Tamborileo sobre la parte trasera del celular, sobre la caricatura de un tierno gato con escarcha y espero un poco más; lo suficiente como para sentirme adormilada después de haber despertado temprano. Mi cuerpo siente que aquí sí tengo la libertad de dejar atrás las obligaciones forzadas disfrazadas de hogareñas; y mi cerebro parece habérselo tomado como algo personal.

De repente, el celular vibra con un ligero pitido. Se me resbala de los dedos hasta que cae en el colchón cuando la sensación es clara; pero puedo ver con total claridad la notificación de Messenger ahí puesta.<

> ¿Hola? ¿Sí? Disculpe, no tengo agregada esta cuenta.

> ¿Quién es usted?

 Claro que no lo tiene agregado. Deslizo la pantalla para desbloquearla y mirar bien.

¿Llamo? ¿Cómo respondo?

El ícono del micrófono para un mensaje de voz me llama la atención y lo selecciono; pero no sé qué decir, aunque los segundos comiencen a reproducirse, en un avance lento y tortuoso, las palabras no emergen.

Lo alejo de mi rostro por un momento, me limpio con la manga del abrigo y luego lo acerco.

Obvio se me quiebra la voz; aun así, en esos momentos lo ignoro lo mejor que puedo. Entre tartamudeos logro que mi boca hile algo, con lo que sea primero salga de mi mente o lo primero que suelte la punta de mi lengua.

Respiro hondo, con brusquedad, incapaz de mirar al frente o al celular. Aprieto los párpados y me quedo con el aparato sobre las rodillas.

—Mami —digo primero, como para darle una señal de quién soy sin la necesidad de mencionarle el nombre. Los segundos transcurren, medio minuto y solo digo eso. Elimino y comienzo—. Mami, yo… lo siento. Tenías razón, todos tenían razón. Darío se volvió agresivo, y yo hasta ayer pude salir de su casa. Estoy… Estoy escondida en la casa de una amiga y me han dado posada por mientras veo cómo me libro de él porque tememos que me busque y me haga algo. Quería ir a denunciarlo; pero él es policía y no estamos seguras de si va a funcionar el hacerle una denuncia como tal, entonces todavía buscamos qué hacer para que resulte bien. E-Estoy bien ahorita, eh… tuve que dejar la universidad por obligación; pienso hacer vueltas en la U para ver si puedo volver, aunque sea en otra sede dentro de un tiempo. Es que no quiero perderme.

Un tiempo que quién sabe cuánto va a extenderse. No creo que quiera alejarme de mi familia tan pronto, no después de haber perdido tantas memorias que van a pesarme a futuro.

—Me quedé sin celular, ¿sabes? Y encima Darío me tuvo encerrada ya hace quién sabe cuánto. ¿Puedo sugerir «secuestrada» como palabra correcta para describir todo lo que ha pasado en este tiempo? —detengo toda palabra, mi voz se rompe y no logro expresar algo con buena estructura—. Creo, sí, es la definición correcta. En verdad, , perdón por no haber contactado con ustedes; aun si hubiese querido, Darío no me dejaba ni hablarles a los vecinos. Es estúpido, ¿cierto? Lo siento mucho… yo… perdón, perdón. No tenía cómo, estuve muy restringida y… y ya no pude hacer nada.

Un bloqueo impide que hile más palabras en esa disculpa tan sacada de la mano; se detiene cualquier parte cuerda de mi cuerpo, por lo que envío el audio porque no sé qué más decirle; no sé cómo afrontar todo lo que tengo por delante y se me va a venir encima, no sé cómo tocarle el tema sin sentir que mi cuerpo va a paralizarse y caer de nuevo en ese hoyo profundo lleno de tantas imágenes negativas y horribles.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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