KIARETH
No lo entiendo. No logro hacerlo. No puedo.
Mi corazón acelera su ritmo en latidos cuando la tengo cerca y puedo oler esa suave esencia que le pertenece; al mirarla sonreír y esos ojitos se iluminan como dos bellas galaxias presumiendo la belleza de cada uno de sus astros. Cuando mira al cielo, cuando se ve tan en paz, tan feliz, tan…
¿Cómo puede ocurrírsele a alguien el hacer daño de esa forma a otro ser vivo? ¿Cómo puede siquiera ese mendigo tipo pensar y disfrutar la sensación de causarle daño a alguien, de infringirle heridas que van a tardar en sanar, de mirarla y que siquiera deje cruzar en su mente la imagen de sus manos creándole una… grieta? ¿Cómo puede soportar el seguir su vida como si nada después de que ha llenado la vida de otra persona con porquerías insanas?
Joder, que me hierve la sangre.
En verdad que no logro entenderlo. No logro ponerme en los zapatos de otra persona y ahí creer que la violencia es una buena idea. Una buena idea hacer que el otro reemplace su amor a miedo puro y nefasto, como si la negatividad de todo eso fuese la mezcla perfecta para darte placer. ¿O por qué más?
Con el enojo, la garganta se me seca, hasta llego a sentir que mis orejas se calientan y tengo que tallarme la cara después de admirar a esa chica que hace garabatos sobre un papel de un viejo cuaderno.
Solo… Solo no puedo creerlo.
Ella sonríe a cómo puede; de vez en cuando gira y me mira, luego a la computadora frente a ambas donde se reproduce un capítulo de una de series coreanas de romance que han salido en estos meses. Nada de romances tóxicos; personas siguiendo a otras como acosadores en potencia que luego, por algún loco destino, terminan juntas como la pareja más perfecta; nada de personas gritándose entre sí y luego reconciliándose por imposición del otro o porque el guion establece que es lo mejor. No, no, hombre, gracias. Hoy buscamos algo diferente, distinto y bonito. Aunque lo que menos necesita Jane es algo que hable de amor; pero, bueno, ha sido elección suya y negarme no ha entrado en una de mis opciones.
El papel con el número de Darío sigue en mis bolsillos y ni hablar de la nota; se siente extraño de alguna forma el saber que están ahí y que, por ahora, no puedo sacarlos porque eso puede desencadenar otra mala reacción de su parte. Tengo miedo de que algo entre nosotras, algún mal paso la haga sentir incómoda y quiera irse.
A Janeth le ha costado relajarse; pero al menos lo ha logrado, con mi promesa de quedarme aquí, aunque la compañía que más necesite sea o la de su familia o la de un profesional que pueda ayudarla. Lo mío son solo palabras que no tienen fundamento, lo mío… lo mío es querer ayudarla; pero el querer y lograrlo ya son dos pasos distintos. Sin embargo, ahora estamos lidiando con otro problema y la ayuda psicológica, encima en este país, es complicada.
—¿Qué sucede?
¿Eh?
Parpadeo un par de veces para volver a la mera realidad de… yo mirándole. Oh.
Janeth sonríe para mí, sus dientes ocultos debajo de la mueca.
De repente, el lado donde está el papel con la nota de Darío se siente como si extrañamente hubiese creado un peso extra en el bolsillo de mi abrigo. Tengo que apretarlo con dedos temblorosos hasta cerciorarme de que la he arrugado, porque pesa bastante la sola culpa de haberle hablado a ese hombre, la culpa de haberle aceptado estas dos notas puesto que implican demasiado.
Tengo que respirar hondo, tengo que hacerlo.
—¿Está todo bien contigo?
Dejo caer mi cabeza en su hombro mientras aún pienso en lo que puedo decirle.
Ella se ríe con suavidad, en un tono ahogado, algo silencioso.
—En realidad, nada está bien conmigo —gruño en un tono bajo—. Tengo muchas cosas metidas. Me gira todo lo llamado “cabeza”
—Lo siento.
—Oh, no —Picoteo su brazo con un dedo. Janeth me lo devuelve entre sutiles risas—. No te disculpes, no tienes culpa de nada.
Ella está tranquila. Está relajada, está feliz, está… está…
Pero tengo que decirle.
Por el momento, una parte de todo está bien, una parte en todo esto es paz.
Tomo aire mientras saco el papel hecho “ñonga”, más arrugado que una zanahoria vieja. Quiero reírme por la comparación; pero solo arrugo más ese papel por un par de segundos mientras me muerdo el labio para liberar algo de tensión. Sigo con miedo de que ella vuelva a alterarse; pero huirle al tema no es una opción viable a estas alturas. Quiero hablarlo, no hacerle presión; encima algo en mí quiere insistir… intentar que ella se abra con respecto al tema, aunque ya lo ha hecho bastante cuando quiso y nos dijo todo lo que pudo.
—Me miras mucho desde hace un rato —sus palabras interrumpen las de mi cabeza—. ¿Qué pasa?
—Pienso en muchas cosas y, bueno —vacilo de nuevo, con los ojos fijos en la libreta y en esas flores de espiral que ha dibujado alrededor de toda la hoja—, no me di cuenta. Perdón.
—¿Segura? ¿Qué traes ahí?