Los girasoles también lloran

Capítulo veintitrés. Janeth.

 

 

JANETH

Siento cómo rincones en mi cuerpo yacen incapaces de rebajarle a cierto calor de incomodidad.

Sudo en varias zonas que se sienten asqueroso, sin importar la fuerza de la brisa otorgada por el abanico.

«Es horrible» me digo, mientras callo el impulso de irme corriendo hacia alguna esquina donde pueda hacerme un ovillo.

Hacerme un ovillo.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que pude cederle el paso a una persona con tijeras en mano, a mi cabeza, mi pelo… cerca de mi cuello, consciente y totalmente dispuesta a que me tocase en esos sitios. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me he sentido tranquila con alguien a mi espalda, con algo filoso envuelto entre sus dedos.

Las palabras de Kiareth causan que mi cuerpo se paralice casi de inmediato cuando, ante un vergonzoso sonido de incredulidad, ella me repite lo que acaba de decirme. Sonríe, tan despacio, a su manera, mirándome casi en todo momento en búsqueda de mis ojos que huyen de ella por mera inercia.

Me acaricio las cejas para despejarme del calor y luego bajo la cabeza en dirección a mi plato a medio terminar. La comida huele deliciosa y aunque de vez en cuando hay pequeñas punzadas extrañas en mi estómago, me aguanto porque percibo el hambre más grande, percibo mi necesidad de sobrevivir como un deseo, como un anhelo a seguir adelante.

            Balbuceo un poco.

—Cortarme el cabello —Me sostengo el pelo en trenza con una mano, con pánico. No puedo no sentirme aterrada de cierta forma, no puedo hacer que mi cuerpo no tiemble como si la invitación de Kiareth significase rastrillarme el cuello con las tijeras o lo que sea que tenga en mente usar. Todo en mí reacciona con tensión; pero no por ella, sino como respuesta automática a algo de mi pasado—. Sí, lo dije una vez; pero fue ya hace un par de años, ¿no?

«Cortarme el cabello» repito en mi mente y todo mi ser estremece con la sola idea.

Estoy consciente de que se encuentra muy largo y algo pesado. El solo hecho de que las puntas acaricien las partes traseras de mis rodillas solo es la pista más evidente para confirmarlo. No lo he cortado en todos estos años y, a decir verdad, hay partes dañadas que espero puedan solucionarse con… ¿tratamiento si acaso? A Darío nunca le ha gustado la idea de… de que yo me corte siquiera las puntas, aunque ande siempre con una trenza hecha moño todo el día, casi todos los días; de otro modo, el oficio en casa se me torna difícil porque me agarra un calor tremendo. Andarlo suelto es solo cuando él me dice que quiere verme así, cuando él me hace prepararme para salir junto a amigos suyos, ajenos la mayoría (si no es que todos) con respecto a lo que esconde esa casa dentro de sus paredes.

«Pero yo ya no me encuentro ahí» mi cabeza hace clic cuando me percato de que todavía hablo y pienso en esos recuerdos como si aun estuviese al lado de Darío, siempre receptora a lo que él quiere, siempre sometida a sus mandatos. «Yo ya no estoy ahí, estoy… estoy en búsqueda de mi libertad».

Le lanzo una mirada que expresa casi todas mis preguntas.

—Hace un momento me hablaste de la llamada… —De repente, cambio el tema, confusa ante la sugerencia tan sacada de la manga. O al menos se siente de esa forma después de haber estado quién sabe cuántos minutos en silencio, cenando.

—Si sigo aquí sentada es por acompañarte a que termines de comer —se ríe. Le hago compañía, sonrojándome por la evidente lentitud en mis bocados—. Y aunque me mata no poder hacerle la llamada a novecientos once por temor de que ese tipo se entere de alguna manera que no puedo explicarme cómo, uff… no significa que sea el único tema en el que gira mi cabeza.

Me enderezo un poco.

Ella vuelve a sonreírme con todo y dientes, mi vista centrada en sus colmillos y luego en sus ojos de nuevo. Sus ojos. Esos ojos que se esconden bajo aquellas mejillas que se empujan con su amable gesto.

—¿Sabes cortar cabello al menos? —pregunto, insegura y extiendo los cabellos sueltos que ella admira bajo esas pestañas albinas—. Yo… Yo quiero cortarme algunas partes.

—Sé cortarlo —ella asiente y juguetea con la cuchara que gira entre sus dedos como quien jugase con un lápiz en pleno examen—, sé cómo cortar cosas básicas. Ya si quieres algo elaborado tendremos que esperarnos a una peluquería.

Esperar… esperar a que Darío no pueda encontrarnos.

Ya estamos esperando (“erróneamente”) a poder denunciar a ese tipo. Ya esperamos mucho a que ambas demos inicio a lo que puede ser mi salvación. Ya duramos demasiado con…

—Me sugieres muchas cosas por hacer. No sé cuál escoger. —Entrecierro mis ojos un poco.

—Está la llamada a ese tipo —comienza y se levanta despacio para irse a lavar su propio plato. Me tenso y continúo con el mío—; la llamada a alguien que pueda ayudarnos, alguna persona que nos asesore con respecto a los pasos que debemos de tomar en tu situación, y tu cabello, por supuesto, que no tiene nada que ver con las otras; pero es… es como algo diferente entre eso. Claro que quisiese poder hacer algo más, juntas, en algún lugar tranquilo; pero entiendo el miedo de que ese tipo te encuentre, así que… eso.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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