Los girasoles también lloran

Capítulo treinta y tres. Kiareth.

  

 

KIARETH

 

Con un dedo entrelazado en otro suyo ambas caminamos fuera de ese gran edificio que ha otorgado a Janeth una pizca de esa bendita libertad que ambas esperamos pueda cumplirse como es debido. No importa si Darío está enfermo y luego se recupera, con que venga a por ella es suficiente para que llamemos a la policía y vengan a llevárselo. La sola orden de alejamiento lo justifica, ¿no? Si ella lo tiene es porque la necesita, porque se siente y se encuentra en peligro con ese hombre cerca.

Policía. La idea de que un tipo como ese resulte ser policía es algo que aterra y dispara los nervios en cada célula sensible de mi alma. Me sudan un poco las manos cuando intento imaginarme las escenas que ya Janeth me ha contado de su cautiverio, y de todos modos estoy segura de que no es suficiente, de que… no puedo hacerlo con total exactitud.

El dedo de Jane se aprieta mejor sobre el mío apenas llegamos al espacio del estacionamiento donde se encuentra el auto que me ha prestado mi madre y que muy raras veces usa porque resulta que ella es más amante de las motos. Nada más levanto la cabeza descubro los preciosos ojos fijos de mi acompañante fijos en la parte descubierta de mi cara, sus labios se encuentran estirados en una sonrisa tenue, de aquellas que no muestran tanta emoción; pero en la que es bastante obvio el sentimiento positivo del alivio.

—Lo hice —repite y yo me rio al ver que aún no se lo cree ni ella misma.

—Por supuesto que puede no sea suficiente —le digo y le doy de nuevo la carpeta.

No pretendo que mis palabras suenen pesimistas después de todo; pero algo en mí no se siente cómoda todavía con respecto a Darío.

Janeth me suelta cuando de nuevo tiene la carpeta en su posesión y se pone a saltar como una niña que al fin puede abrazar algo tan anhelado, querido y necesario para ella.

—La agresividad con la que ha actuado ese tipo es algo preocupante para mí.

—Lo sé —Sus brincos no se detienen. Se me contagia un poco esa felicidad suya tan preciosa y comienzo a mecerme desde un solo punto—. Estoy igual. Al menos con este papel puede que una llamada a las autoridades sea tomada más en cuenta de lo que es sin una, ¿no?

—Recemos para que sí.

—La fiscalía va a encargarse de avisarle a Darío. Así al menos puede que se lo piense un poco en caso de que desee buscarme.

—Recemos para que se olvide de ti.

Ambas nos reímos muy apenas, aunque ninguna lo sienta como un verdadero chiste. Deseamos con fervor que se haga realidad. Una vez se le notifique a ese tipo y sepa esto, que no puede acercarse más a Jane, es un sueño al pensar que va a rendirse, que ama más su reputación o lo que sea, de lo que ama lastimar a Janeth.

—¿Sabes? Me alegro muchísimo de que esto al fin se cumpla. —Tomo aire, beso la mejilla de esta linda muchacha y me separo para irme a mi lado en el auto.

Por su lado, Janeth se queda quieta, casi petrificada.

—Estamos en… bueno, en público —ella susurra de repente y por poco no me percato de la pena que se mezcla en esas palabras.

—¿Qué? —Levanto la cabeza de la puerta del auto para cerciorarme de que su voz efectivamente se dirige a mí y no es solo mi mente que me juega chueco con tantas voces e imágenes circulándome; todo en mí corre demasiado por la emoción, euforia o como pueda llamársele ahora a la empatía que me llega hacia ella. La mascarilla que de nuevo está sobre su boca impide un poco más el volumen de lo dicho, así que estoy peor.

—Público —repite y sus cejas se levantan.

Miro a nuestro alrededor por inercia. No hay mucha gente; pero sí localizo a sujetos por allá, detrás de ambas, al final del estacionamiento e incluso algunos que entran aquí para irse también de este lugar.

—¿Y? —pregunto, riéndome.

—¿No te… avergüenza?

—En ese caso no lo hubiese hecho, Jane. No hice nada tan… íntimo porque respeto ciertas cosas aquí… en cierto modo —respondo ya con la puerta del auto abierta. No tomo demasiada importancia a su preocupación por alguna razón, aunque me sienta algo rechazada—. ¿A ti? ¿Te molesta lo que hice?

Riéndose con nervios, sus hombros suben.

—En lo absoluto.

—¿Segura? Mira que quizás me precipito y…

—Segura. Me… gusta cuando eres así.

—Jane…

—No lo siento como presión —se apresura a decirme y toma aire de tal forma que su pecho se infla—, ¿sí? No es así. Me siento cómoda… porque viene de ti.

Hago una mueca.

—¿Qué es lo que piensas del… umh, contacto físico? —En voz baja saco la pregunta de mi pecho, mientras ella se acerca al auto para subirse del lado del copiloto.

—Creo que esa es una respuesta bien complicada —contesta y se acomoda—, a ti te relaciono con muchas cosas menos con las malas. Tus abrazos no me disgustan nada… hay ciertas cosas que me chocan; pero no son de ti, ni por ti. Créeme, si algo me molesta voy a decírtelo, ¿así es como quieres…? No, digo… como debe de ser.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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