JANETH
Es media noche ya. El frío característico que ondea a estas horas golpea mi cuerpo con intensidad; traspasa desde el abrigo hacia mi piel y, aun así, pese a que siento cómo mis piernas se congelan hasta el punto en que quema, no quiero moverme.
No quiero adentrarme en la casa de nuevo, solo porque el frío me sienta perfecto; dentro de mí hay un calor bonito, un calor que me hace sentir de una forma un tanto extraña y libre. El frío hace el contraste perfecto porque recuerdo todas aquellas veces en las que estuve encerrada y no pude salir siquiera al pequeño jardín delantero porque Darío temía que yo quisiese escaparme al primer segundo en donde él ya no me prestase atención alguna, entonces tenía que quedarme encerrada, con calor provocado por lo cerrado de la casa y la falta de ventilación ya que nada podía estar abierto, nada a excepción de la habitación que Darío reclama como suya.
Y ahora puedo salir, mirar al cielo, a las estrellas que se vislumbran, a los aviones que pasan por encima y cuyos logos son apenas visibles a mis ojos. Creo reconocer uno; pero no pienso en su nombre con exactitud, solo pienso en todos los detalles que conforman ese vehículo y que hace mucho no he podido ver aun si se encuentra lejos del suelo donde yo me encuentro, en los que alguna vez me he olvidado de sus rincones porque son cosas tan mínimas que mi cerebro ha reemplazado con… órdenes, furia, decepción. Mi realidad ha sido otra desde hace mucho, y ver algo que hace mucho pasaba por encima de mi cabeza con total normalidad, es raro.
Las facciones en mi cansado rostro tiemblan un poco cuando doy apenas dos pasos más y los dedos de mis pies tantean la hierba que se encuentra un poco húmeda debido a la llovizna de la tarde que casi hizo amagos de convertirse en algo fuerte. Hice lo mismo cuando Kiareth y yo fuimos a aquel sitio juntas, donde compartimos nuestro primer beso y pude ver estrellas en medio de un atontamiento que se ha sentido especial y bonito… hice lo mismo y he llorado en silencio mientras me repetía a mí misma cuántas cosas me había perdido por cobarde y doblegada, por no atreverme a ponerle un alto a ese tipo que ha apagado mis luces.
¿Cuántas cosas nuevas me he perdido desde entonces?
¿Cuántos sentimientos positivos he olvidado porque nunca pude ponerle un alto a Darío desde la primera vez que levantó su mano contra mi rostro?
El primer bofetón fue doloroso, fue una impresión enorme que me dejó muda; y luego él hizo como si nada, mientras que al día siguiente me pidió disculpas; pero me dijo que había sido mi culpa por provocar que su ira despertase. Por haber sido imprudente en pocas palabras.
¿Sí es correcto? No.
—Es que yo estaba ocupado, Janeth —Él me ladró mientras sus manos apretaban mis hombros y su aliento a cerveza se disparaba hacia mi cara, a mi pobre nariz que no me atreví a cubrir por más asco que me produjera porque estaba consciente de que eso quizás podría hacerlo reaccionar mal.
Mi cabeza voló, se sintió aterrada, reprodujo cientos de imágenes negativas que no me atreví a ver cuál de todas ellas iba a hacerse realidad. Solo cerré los ojos, a la espera de que él me hiciera algo, a la espera de que sus manos nuevamente dejaran una marca en mi piel.
—…muy ocupado, maldita sea —prosiguió a los pocos segundos cuando no pudo despejarse de lo que “yo había hecho”. Su voz se volvía cada vez más irascible, un tono que me hacía temblar como un ratón acorralado, aunque a mis espaldas no hubiera nada que significase un impedimento para echarme a correr—. Y eso no te entró por esa bendita cabeza tuya ni por un segundo, ¿verdad? ¿No ves el montón de papeleo que me dejaron? Y encima tengo que entregarlo dentro de unos días —Y señaló a su espalda, como si tuviera la mesa ahí atrás, como si yo pudiera mirar esos papeles de los que él hablaba en ese sermón tan horrible. Me mantuve quieto, con las piernas paralizadas—. ¿Y tú vienes a hablarme porque ya tienes listo el almuerzo? ¡Sabes que tienes que hacerlo! ¡Es tu responsabilidad, Janeth! ¡Por Dios! ¿Ahora qué? ¿Acaso quieres que me sirva la comida? ¿Uh? ¿Es eso? ¿Entonces por qué me interrumpes así? ¡Maldición! ¿Eres idiota o algo? No lo sé… a veces creo que sí.
Me abrazo a mí misma mientras resoplo con fuerza y retrocedo los mismos pequeños pasos que ya he avanzado. Intento detenerme, no dejar que esas escenas avancen; pero es imposible, cada centímetro consciente en mi cuerpo se revuelve tan fuerte como un huracán y se dejan llevar por los recuerdos.
—¿Crees que tengo tiempo para ti?
—No pido tiempo —fue mi susurro y toda la cabeza comenzó a arderme.
Siempre esperé cinco segundos antes de hablar como respuesta; en caso de que él hiciera y no dijera nada en esos cinco segundos; pero continuaba mirándome, yo contestaba con el tono más sumiso que me nacía con tal de no enfadarle más, de otro modo, apretaba los labios para que ni el más mínimo suspiro despertara su enojo o algo.
Para entonces, sus ojos quedaron sobre mí en ese momento, y aunque no hizo ningún movimiento, entonces supe que era mi oportunidad de añadirle algo más a lo que había dicho.
—Usted me pidió almuerzo —fueron mis siguientes palabras o pudo haber sido algo parecido, alguna oración diferente como: «me dijo que le hiciera almuerzo» o «Usted quería comida y yo solo vine a decirle que le cumplí lo que me pidió…»