KIARETH
Otro más. Otro más. Dame otro más.
Janeth se ríe con fuerza, libre de mis brazos y la suavidad de una cama de la que no me quiero separar hasta que me duelan las nachas. Me da un beso en la nariz, despacio y luego se aleja mientras dobla la ropa que quién sabe cuándo ha lavado porque no recuerdo el sonido de la lavadora esta semana o anoche y mucho menos de la secadora (esa cosa suena como molestos tambores de una banda en pleno desfile si no le acomodas bien la ropa) en estos días.
Yo refunfuño en respuesta a su distancia, con las manos apretadas en torno a la sábana que ahora cubre mi cabeza para que el sol no me dé en los jodidos ojos así tan a lo descarado.
—Kia.
—No quiero.
—Ya son las doce de la tarde —mi compañera de casa y de corazón suelta un bufido—. Tampoco has desayunado.
Quiero restarle importancia con un gruñido; pero no me atrevo a hacerlo.
No me da hambre en las mañanas, si soy sincera, cosa que obvio es algo malo porque eso significa que no me alimento bien y se supone que el desayuno es la comida más importante en el día y blah-blah-blah. Igual, con eso de que estamos en días donde mis clases son en la noche o de plano no tengo porque he decidido saturarme ciertos días para tener libres el resto, pues no me preocupo tanto.
Así, con Janeth a mis espaldas, me hago un ovillo sobre mi cama, con la cabeza enterrada en una cobija, una almohada y mi sueño que todavía quiere permanecer aquí, como un oso perezoso, entre una cama que no es ni tan dura ni tan suave.
—¿Por qué mejor no vienes tú y te acuestas un rato conmigo a mimir? —sugiero y palpo el lado que queda libre.
—Oh, no. No voy a caer en eso de nuevo. La vez pasada que te hice caso nos dormimos casi hasta las tres de la tarde y no comimos ni una manzana como muy mínimo en todas esas horas del día, (cosa que tampoco está bien, así que…). ¡Oye! —rechista y su voz se siente tan malditamente cerca, cosa que es cierta ya que cuando abro los ojos para saber a dónde dirigir mi queja, puedo mirar su sombra a través de la sábana.
Quiero meterla conmigo. ¡Déjame!
Intento hacerlo, ¡lucho por lograrlo! Sin embargo, cuando estiro los brazos hacia ella y saco la cabeza para verla y no golpearle un seno o el estómago, Janeth se aprovecha y se deshace de mi “protección”.
No me queda más remedio que exclamar.
—¡Jane!
¡Mi cobija!
—Oh, vamos. ¡Prometiste que estaríamos juntas hoy! ¡Incluso ya preparé las cosas!
—¿Cosas? ¿Qué cosas? ¿Para qué? —murmullo, la boca pastosa y una sensación de querer vomitar haciéndose cada vez más presente.
Me repito que es el hambre y que soy tonta por elegir mi sueño a comer algo; pero es que…
Refunfuño de nuevo y me incorporo con los codos hasta que quedo sentada en medio colchón. Me saca un bufido la sonrisa de triunfo que le cruza desde una mejilla hasta la otra.
—Sí. Las botanas que comeremos después cuando estemos juntas —Su voz tintinea en risas alegres. La miro, media dormida y con ganas de cobijarme incluso con la sábana que cubre el colchón donde estoy tan cómoda ahora mismo. Estoy tentada a decirle que «aquí en el colchón, dentro de las cómodas sábanas, también estaremos juntas y que yo con gusto soy la cuchara pequeña» (por alguna razón le gusta ser la grande)—. Todavía quedan frutas así que hice una ensalada con ellas, menos la piña y otras cosillas por ahí. Mira, están en esa bolsa.
En el buró al lado de mi cama hay una bolsa grande, con envases tapados que tienen comida.
El hecho de que haya empacado hace que mi cabeza se ponga a trabajar. Mientras bostezo y me restriego los ojos, pienso en lo que puede estar sucediendo como para que se prepare así, temprano.
—¿Estás enferma?
«No más enfermedades, porfa».
Siquiera veo la necesidad de decirlo.
—No creo —balbuceo—. A ver. Me tomas dormida, ¿a dónde vamos?
—¿Cómo que «a dónde»?
Joder.
No me digas que hoy hay algo. Por el tono de su voz es importante para ella o capaz es hasta la impaciencia la que está aquí presente y hace que se ponga desesperada por irnos a la de ya.
Me muerdo el labio.
—Dame tiempo a que me bañe y carbure bien, ¿sí?
—Ahjá.
Tiene las manos entrelazadas cuando me levanto; se ha sentado en su lado autoasignado para acostarse en estos días y cuando paso por su lado ya es más que evidente la forma en que ha dejado marcado su olor en esa parte.
Huele a ella, al jabón de baño que usa y ama untarse en las manos hasta que los dedos le quedan arrugados (dice que ama su olor, para mí es como otros) y tiene también un toque de mí. Bueno, que el rincón de la cama es mi lado favorito. Desde que está aquí y se cuela a mi habitación, ha decidido que ese lado es suyo una noche en que me levanté para ir al baño y cuando volví a mi cuarto… bueno… se lo he cedido.