Iris volvió a casa para la hora de comer y trató de guardar las apariencias, aunque estaba sumida en un silencio poco habitual. Las miradas de Delia, que habían sido suspicaces ya desde el día anterior, se volvían cada vez más insistentes. No llegó a decir nada al respecto en todo el día, aunque su expresión dejaba patente un esfuerzo por morderse la lengua. Pero, cuando llegó la noche, ya no pudo resistirse más.
—Iris —le dijo con voz cariñosa—, ¿es que no piensas decirme lo que te pasa en realidad?
—Nada —respondió ella con miradas evasivas—. Estoy bien, como siempre.
—Estás muy rara desde ayer. —Delia suspiró—. No hace falte que disimules conmigo, cielo. Ya sabes que puedes confiar en mí y contarme cualquier cosa.
En ese momento, entre la angustia que sentía y la sonrisa cautivadora que le dedicó su madre, estuvo a punto de confesárselo todo. Sin embargo, rememoró la conversación que había tenido con Luna por la mañana, y eso evitó que lo hiciera.
Después de huir del parque, se colaron en el instituto por un pequeño agujero que había en las vallas de la parte de atrás. Y, una vez allí, se acomodaron en el alféizar de una ventana.
—Esto es una locura —comentó Iris, que aún le temblaban las piernas—. Debería contárselo todo a mi madre.
—¿Qué dices? —la contrarió Luna—. ¿Es que te has vuelto loca?
—Al final se acabará enterando, así que será mejor que se lo diga cuanto antes. Además, ella debía saber lo que había en la caja, por eso nunca quiso que la tuviera. Tal vez sepa cómo arreglarlo.
—¿Y si no hay nada que arreglar? —terció la amiga, haciendo enarcar las cejas de Iris—. Puede que esto sea algo puntual y se te acabe pasando. Si fuera así, no tendría por qué enterarse. Además, me dijiste que esa caja era tuya, ¿no? —Iris asintió con la cabeza—. ¡Pues ya está! No tienes por qué darle ninguna explicación. En todo caso, debería ser ella quien te contase por qué la ha mantenido oculta todo este tiempo.
—La última vez se puso histérica cuando me vio con la caja. No quiero saber cómo se pondría si se entera de que la he abierto. Y, encima, me he cargado la esfera.
—Pues más a mi favor, Iris. Si se lo cuentas, lo único que vas a conseguir es darle un disgusto. Se va a poner de los nervios por algo que quizá mañana ya se te haya pasado. —Luna inclinó la cabeza, como sopesando algo por un momento—. Y si no se te pasa, ¡pues todavía mejor!
—¿Todavía mejor? —replicó Iris, con el ceño fruncido.
—¡Venga ya! —contestó la otra, con la cara llena de emoción—. ¡Ese gas te ha dado poderes! ¡Es alucinante!
—Sí, y por poco no salgo ardiendo en la cama. Y, después, casi le prendo fuego a media ciudad.
—¡Hala! —Le dio un golpecito en el hombro y se rio—. Por un árbol de nada, tampoco exageres.
—Por un árbol milenario de nada —susurró, con voz reprobatoria—. ¡Luna, soy un peligro!
—A ver, tranquila. —Luna le puso la mano en el muslo y la miró con ojos esperanzadores—. Puede que todo lo que te está pasando tan solo sea un recuerdo dentro de unos días. No sabemos si se te va a pasar. Y si no es así, lo único que tienes que hacer es aprender a controlarlo.
Iris arrugó la cara en un gesto desagradado.
—¿Insinúas que debería aceptar la propuesta de Dreiss?
—¡Cielos, no! —Luna se dio un golpecito en la frente—. Ni siquiera sabemos quién es ese tío.
—Pero dijo que estaba en peligro. —Iris se apeó del alféizar y deambuló por allí con los brazos en jarra—. ¿Y si tiene razón? Ha dicho que él podría ayudarme, y que había más como yo.
Luna también se bajó de la ventana y se acercó a ella con el rostro ensombrecido.
—No sé quién es ese Dreiss, ni qué es lo que quiere de ti —le dijo—, pero tiene algo que no me da buena espina. No me fío de él.
—Y, entonces, ¿qué se supone que debería hacer?
Luna esbozó una sonrisa radiante y exclamó:
—¡Para qué están las amigas! —Luego, la sujetó del brazo y añadió—: Antes de contárselo a nadie más, has acudido a mí. Eso es porque la confianza que tienes conmigo no la tienes con ninguna otra persona. —Aunque con cierta reticencia al no saber por dónde iba, Iris asintió—. Me tienes a mí, y no necesitas a ese Dreiss, ni preocupar a tu madre, ni nada. Saldremos de esto juntas, Iris. Y, si tienes que aprender a controlar tus poderes, pues yo te ayudaré y punto. —Iris la miró algo más tranquila—. Nos las apañaremos —le dijo, acariciándole el brazo—. Como hemos hecho siempre.
—¿Y bien? —resonó la voz de su madre, que irrumpió en el recuerdo como un eco lejano.
—Nada, mamá —respondió ella—. Solo es un pequeño bajón, eso es todo. Debe ser porque se acerca la primavera.
—Todavía quedan dos meses para la primavera, Iris. Y a ti nunca te han afectado los cambios de estación.
—Supongo que siempre hay una primera vez para todo —respondió, encogiéndose de hombros.
—Hum, hablando de primeras veces... —comentó Delia, acariciándose la barbilla. Mientras tanto, el repiqueteo nervioso de los pies de Iris resonó entre las paredes—. Esto no será por un chico, ¿verdad?
Pensando que su madre le acababa de ponerle en bandeja la excusa ideal, la joven respiró con alivio.
—Tal vez —mintió, con una sonrisa avergonzada.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Delia con alegría—. ¡Así que el amor está en el aire! —Hizo un gesto ondulante con las manos y añadió con sorna—:The love is in the air!, como diríais los modernos.
—Por favor, mamá... —replicó ella—. Shakespeare no es moderno.
—Perdona que te diga, pero eso es de una canción de John Paul Young. —Levantó el dedo y puntualizó—: Y me parecía un tipo de lo más moderno cuando yo era jovencilla.
—Ah —rio Iris—, si es de hace solo medio siglo, entonces me callo.
—Más te vale —la reprendió—. Y dime, ¿puedo saber de quién se trata?
—¡Claro que no! Solo hemos hablado un par de veces, nada más. Y tampoco quiero darle muchas vueltas.
Editado: 30.12.2023