Iris recorrió los pasillos de la orden. Para aquella hora de la tarde, ya estaban lúgubremente iluminados por el fuego de unos candiles. No es que el sitio no tuviera una instalación eléctrica moderna, pero parecía ser que los residentes preferían esa atmósfera antigua y solemne. En cierto modo, dotaba a la orden de un misticismo sobrecogedor.
Después del incidente en su primer día de entrenamiento, a pesar de las felicitaciones de Dreiss, no conseguía quitarse el mal sabor de boca. Así pues, una vez terminada la comida, se había pasado el resto del día encerrada en su habitación, y solo había salido a última hora para tomar un poco de aire fresco, más allá de las paredes de la orden.
Era la primera vez que salía, y le sorprendió descubrir lo inmenso que era el edificio, a pesar de que el intricado laberinto de pasillos ya lo sugería. Un resplandor dorado bañaba los imponentes muros de piedra grisácea, meciéndose con el fuego al compás de la brisa. Unos altos torreones sobresalían de la construcción, y se alzaban hasta el cielo para recortarse contra la luna llena. A uno de sus laterales, unos montes escarpados parecían ocultarla de los ojos del mundo. Y, a sus pies, había una pequeña morada en la que vivía el sereno, un hombre encargado de vigilar las puertas de la orden durante la noche. Al otro lado, se extendían los jardines, de los que ya solo parecía quedar el recuerdo de la magnificencia de antaño, pues ahora estaban repletos de árboles sin podar, matorrales secos y malas hierbas. Al menos, el río mantenía unas aguas limpias que resplandecían bajo la luz de los luceros celestiales, atravesado por un puente de piedra que conectaba con el camino al otro lado. Y este, que serpenteaba a través de los campos, parecía bifurcarse en dos ramas principales en la lejanía.
A pesar de encontrarse en pleno invierno, la temperatura resultaba agradable, llevando un viento débil que sonrosaba las mejillas de la chica. En aquel momento, hubiera permanecido durante horas vagando entre los misterios de aquel lugar. Sin embargo, se acercaba ya la hora de la cena, de modo que decidió regresar a la orden para ir en busca de Luna.
Golpeó la puerta con suavidad. A tenor de cómo se sentía, prefería no llamar demasiado la atención del resto de los chicos. Sin embargo, ante la falta de respuesta, se vio obligada a insistir con algo más de ímpetu.
—Luna —susurró, con la boca pegada a la madera de la puerta.
Nadie respondió al otro lado. De modo que, ante la idea de que su amiga estuviera con los cascos puestos a todo volumen, decidió entrar en la habitación. Pero descubrió que estaba vacía. En un primer momento, se sorprendió de que no estuviera allí. Así que se quedó plantada en mitad del cuarto, pensando dónde podría haberse metido, y terminó por encogerse de hombros. No había hablado con la chica desde la noche anterior. Después de todo, ni siquiera sabía en qué estaba empleando su tiempo en la orden. Supuso que se encontrarían en la cena.
Iris dejó la habitación de Luna y se dirigió a su cuarto, que estaba unos metros más allá. Dio la casualidad de que su amiga llegaba en ese momento.
—Pero ¡qué ven mis ojos! —exclamó Luna—. Chica, no hay quien te vea.
—Habló la que ni siquiera está en su cuarto —bromeó Iris—. ¿Se puede saber de dónde vienes? No te habrás echado ningún novio por aquí, ¿verdad?
—Creo que Álex está coladito por ti. Y Dreiss ya pega más con mi abuela que conmigo.
—Dicen que el amor no tiene edad, ¿no? De todas formas, creo que harías buena pareja con Gael. ¿Es cosa mía o te hizo un poco de tilín anoche?
—Sí —rio Luna—, es cosa tuya. —La chica la miró con cara seria por un momento—. Te conozco demasiado bien, Iris. Aunque intentes disimular haciendo bromas, está claro que te pasa algo.
La chica dejó caer los hombros y suspiró.
—Supongo que sí me conoces demasiado bien.
Luna la tomó del brazo.
—¿Quieres que entremos a tu habitación y me cuentas?
—Prefiero que no. He estado todo el día ahí, encerrada. Y, al final, he tenido que salir a despejarme un poco porque se me caían las paredes encima.
—Pues vamos a dar una vuelta por este sitio tan acogedor —ironizó Luna, echando un vistazo a la penumbra que salpicaba los pasillos.
Las dos chicas comenzaron a caminar sin rumbo. Luna miraba alrededor con cierta curiosidad. Iris llevaba la cabeza agachada, haciendo patente su desánimo. Durante un rato, no intercambiaron palabra. Era evidente que Luna, a pesar de la impaciencia que le confería su personalidad entrometida, se estaba esforzando por darle a su amiga el espacio que necesitaba.
—¿Crees que soy una mala hija? —preguntó, por fin.
—¿Qué? —se sorprendió Luna—. ¡No! ¿Por qué piensas eso?
—Bueno, es lo que opinabas el otro día en el parque, cuando te confesé que había pensado en marcharme de casa.
Luna se rio, como quitándole importancia a sus palabras.
—Yo no dije eso.
Sin embargo, una leve sombra de vacilación en su voz denotaba un cierto nerviosismo.
—Me acusaste de inconsciente por querer dejar sola a mi madre. —Luna negó con la cabeza—. Y volviste a insistir con mi empeño de no querer saber nada de mi padre.
—Venga ya, Iris. —Luna tiró del brazo de su amiga para detenerla y poder mirarla a los ojos—. Solo te estaba dando una opinión. Lo único que pretendía es que pensaras bien las cosas antes de decidir. Pero en ningún momento dije, ni insinué, que fueras una mala hija. No saques las cosas de quicio, por favor.
—No hace falta que intentes quitarle hierro al asunto, Luna. No te estoy reprochando nada, pero ambas sabemos lo que dijiste.
Luna suspiró en un gesto arrepentido.
—No sé, Iris. Tal vez fuera así. —Le puso la mano en el hombro a su amiga—. No era mi intención hacerte sentir mal. Lo siento.
—No, Luna. —Iris le quitó la mano del hombro y la estrechó entre las suyas—. Hoy le he estado dando muchas vueltas. Y creo que tienes razón.
Editado: 30.12.2023