Cuando, por fin, se despertó, el día ya rozaba la media tarde. Iris había dormido como un tronco durante horas, y eso le hizo recuperar la suficiente energía para iniciar el proceso de sanación. Tendida sobre la cama, cerró los ojos e inspiró en busca de una concentración total. Se hizo consciente de cada herida que tenía, de cada órgano interno contusionado y de cada hueso roto. Y, luego, canalizó su energía para acelerar la cicatrización.
Durante el proceso, pudo ver los destellos de la noche anterior. Se había creído inconsciente hasta despertar sobre la cama, pero descubrió que había recuperado la memoria por momentos. Gael atravesando el pasillo con ella en brazos. Dreiss irrumpiendo exaltado en la habitación. Álex observando desolado desde la puerta. El guardián ya había hecho parte del trabajo. Había impuesto sus manos sobre el vientre de Iris y había transmitido su energía para reparar las lesiones. Estaba tan lastimada que ni su extraordinario poder había sido suficiente para sanarla por completo. Al menos, sí había servido para mantenerla viva.
Durante el proceso, alcanzó tal nivel de abstracción que perdió la noción del tiempo. Y, cuando volvió a abrir los ojos, las horas habían pasado como un simple suspiro. No consiguió recuperarse por completo, y el empleo de toda su energía la había vuelto a dejar agotada. Sin embargo, todo lo que le quedaba ya eran heridas superficiales y pequeñas fisuras en algún que otro hueso.
Se levantó de la cama sin apenas dolor, aunque tuvo que apoyarse en la pared para no caerse por un mareo repentino. Y, cuando echó a andar, encorvada, se dio cuenta de que casi no podía tirar de su propio cuerpo.
Cuando salió al pasillo, no pudo evitar echar un vistazo a la puerta de Luna. Apretó los labios con una mezcla de rabia y melancolía. Luego, se dirigió al comedor, donde engulló de una vez toda la comida que solía consumir en una semana. El cocinero, que estaba preparando la cena, la miraba con asombro.
—Supongo que la señorita no cenará esta noche —comentó el mayordomo con voz jocosa, que entraba y salía de a cada rato.
Iris se limitó a soltar una risilla simpática. Al menos, aquel comentario tan sencillo había servido para levantarle un poco el ánimo.
Cuando salió de las concinas, recorría los pasillos como un alma en pena, haciendo un esfuerzo porque no se le cerrasen los ojos. Aun así, sacudió la cabeza en un intento de despejarse y se dirigió a la biblioteca. Ahora más que nunca, que estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier desafío, tenía mucho por delante que leer y practicar. Se obligó a sí misma a convertirse en una maga tan poderosa que pudiera vencer por sí sola a todos los secuaces de Astra. Incluso a la propia hechicera, por mucho que fuese en tiempos una de las guardianas de la hermandad.
Su decisión, sin embargo, se vio temporalmente aplazada por un encuentro fortuito con Álex. Aunque eso tampoco le pesó demasiado. Al fin y al cabo, aún buscaba algunas respuestas sobre lo ocurrido en la noche anterior.
—Iris, me alegro de verte —dijo él, recuperando la sonrisa y la pose seductora del primer día—. Pareces cansada, aunque ya tienes mucho mejor aspecto.
—Supongo que debería tomarme eso como un halago —bromeó ella, que, en parte, se sentía de mejor humor.
—Tómatelo como una realidad —le contestó él, mirándola a los ojos—. Tú siempre estás preciosa.
—Eso se lo dirás a todas.
—Solo a las que tienen tu sonrisa.
Iris dejó escapar una risilla tímida y su rostro comenzó a ruborizarse. Sin embargo, decidió aprovechar el comentario en su propio beneficio.
—Pues te propongo un trato. —Álex la miró con expresión juguetona—. Tú me cuentas por qué estabais ayer tan enfadados con Lira, y yo mantengo a cambio la sonrisa.
El joven frunció el ceño, inseguro de lo que debía hacer. Por fin, su rostro se iluminó.
—Está bien. Supongo que tienes derecho a saberlo.
Álex estiró el brazo, invitando a que Iris le acompañara a lo largo del corredor. En silencio, giraron el recodo y se sentaron en un banco que había cerca del vestíbulo.
—Ayer, Lira confesó lo que os había sucedido en el patio. Admitió que fue ella la que te atacó a ti, y que tú solo te defendiste.
—Claro, ahora lo entiendo todo —replicó Iris, torciendo la boca en un gesto de desagrado—. Por eso tu insistencia de anoche en pedir perdón.
—Me equivoqué. Lo reconozco y te pido disculpas. Lo haré tantas veces como sea necesario.
—Puedes hacerlo todas las veces que quieras y ninguna de ellas servirá de nada. —Iris se retrepó en el asiento y cruzó los brazos—. Me hablas como si de verdad te importase, pero no es cierto.
—¿Qué? ¡Claro que me importas! ¿Por qué dices eso?
—Te enfadaste conmigo porque solo estuviste dispuesto a escuchar la versión de Lira. Cuando escuchaste la mía, me llamaste mentirosa. Y ahora, que por fin creo que te has dado cuenta de que puedes confiar en mí, resulta que solo lo haces porque Lira ha decidido confesar la verdad. Da igual con cuántas disculpas vengas, o cuántas palabras bonitas me digas, porque Lira siempre será más importante para ti que yo.
—Iris —dijo él con voz melodiosa, descansando la mano sobre el muslo de la chica—. Me he equivocado. Y lo siento de veras. Pero no hay nada que me importe más en este sitio que tú.
Iris le miró indecisa por unos segundos. Luego, echó la vista a la mano que tenía apoyada sobre ella y sacudió la pierna para quitársela de encima. El chico no tardó en echarse atrás.
—Lo siento, no pretendí incomodarte.
La chica sacudió la cabeza, como restándole importancia, pero sin desistir de su enfado.
—De todos modos, no entiendo por qué Lira ha confesado. —Iris entornó los ojos y añadió—: ¿Por qué ahora? ¿Y por qué se ha enfadado tanto Dreiss con ella cuando a mí ni siquiera me reprendió?
—Lira ha confesado porque se sentía en deuda contigo. Le has salvado la vida en la cueva, ¿recuerdas? Nos la has salvado a todos.
Editado: 30.12.2023