Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 29

Iris había entrenado sin descanso durante las tres últimas semanas. Ya estaba recuperada de las heridas que sufrió, y todo en la orden había dado un giro de ciento ochenta grados. Luna había regresado sana y salva, Gael la había ayudado a descubrir los grandes secretos de los libros, Lira había dejado de molestarla, y aquel primer beso que se dio con Álex en el vestíbulo hacía mucho tiempo que había dejado de ser el último. Pero si quería que todo fuese sobre ruedas de una vez por todas, le faltaba una última cosa por hacer: confrontar a Dreiss para acabar con su desesperante secretismo. Así pues, la joven fue a buscarlo a sus dependencias, pero nadie le contestó al otro lado de la puerta. Tampoco en su biblioteca personal. Hacía un par de días que ya no se pasaba las horas encerrado allí dentro y, ante la ausencia del guardián, Iris se recorrió toda la orden, preguntando por él a compañeros y personal del servicio. Nadie sabía dónde se había metido el mago. Le sorprendió encontrarlo, mucho tiempo después, a las afueras del edificio, observando el plácido paisaje primaveral de los campos que lo rodeaban. Estaba sentado sobre la hierba en posición de loto, pero no estaba meditando. Parecía despreocuparse de cualquier cosa que pasase por su cabeza.

—¿Estás bien? —le preguntó Iris, sorprendida por la actitud del hechicero. Este la miró con rostro apacible.

—Sí. —Después de recorrer el horizonte una vez más, suspiró y se puso en pie, sacudiéndose el polvo del traje—. ¿Por qué me buscabas?

Iris, aún estupefacta por la escena tan insólita que acababa de presenciar, se quedó aún más sorprendida al ver que el mago ya no tenía las manos manchadas de tinta.

—Creo que ya es suficiente —atinó, por fin, a decir. Dreiss enarcó las cejas, sin entender a qué se refería la chica—. He entrenado muy duro durante semanas, y he progresado mucho en todo este tiempo. Estoy preparada para afrontar cualquier desafío que se me presente.

Iris puso todo su empeño en sonar con convicción. Y, sin duda, lo consiguió, a juzgar por la mueca impresionada de Dreiss. Sin embargo, pareció que sus palabras dejaron todavía un pequeño atisbo de duda en él.

—¿Estás segura?

La pregunta descolocó a Iris. Tanto que tuvo miedo de balbucear al hablar.

—Por supuesto —consiguió decir, pese a todo, con voz firme.

Dreiss la miró con dureza a los ojos, casi sin pestañear. La chica supuso que estaba poniendo a prueba su voluntad, de modo que se obligó a sí misma a sostenerle la mirada. Entonces, el mago asintió complacido.

—Está bien, sígueme.

Juntos, volvieron a la orden y recorrieron el edificio hasta la biblioteca privada de Dreiss. El mago se sacó una llave del bolsillo y se la entregó a la chica.

—Ahora es tuya —le dijo—. Adelante, abre.

Iris encajó la llave en la cerradura con cierta dificultad, viéndose obligada a controlar el leve temblor que le provocaba la mirada escrutadora de Dreiss. Al abrir la puerta, una suave brisa le acarició el rostro, trayendo consigo el aroma del incienso que se quemaba en su interior.

Iris entró caminando despacio, atenazada por la imponencia que desprendía aquel lugar. Las paredes quedaban ocultas tras las altas estanterías de roble oscuro, atestadas por cientos de libros prohibidos y pergaminos misteriosos. La luz provenía de unas delicadas lámparas de cristal que colgaban del techo, e inundaban la habitación en un tenue resplandor dorado. Mientras avanzaba al encuentro de una mesa que había al fondo, no pudo resistirse al impulso de echar un vistazo a los títulos de los libros: «El Códice de la Eternidad», «El Libro del Abismo Perdido», «El Elixir de la vida», «La Sinfonía de las Almas Condenadas», «El Legado de los Ángeles Caídos», «Dioses de Otros Mundos: La Leyenda de Amek Allis». Todo cuanto veía no hacía sino alimentar la llama de su curiosidad. Sobre la mesa, del mismo roble oscuro que las estanterías, había una pila de libros y pergaminos. Estos últimos, escritos a mano con dos tipografías distintas.

—Esta que ves aquí es la letra de tu padre —anunció Dreiss—. Y esta otra es la mía. —El mago extendió los manuscritos sobre la mesa—. Me he pasado las últimas semanas aquí encerrado, completando el trabajo de tu padre para que puedas poner fin de una vez por todas a lo que él empezó. Gracias a ti, podremos reconstituir la gloria de la que siempre ha gozado La Hermandad. Por fin, todos los magos del mundo podrán abandonar sus escondites y respirar tranquilos. —Dreiss la sujetó por los hombros y la miró a los ojos—. Siempre que tú estés dispuesta a hacer lo necesario.

—Por supuesto —se reafirmó la joven, aunque vaciló impresionada por la grandilocuencia de sus palabras.

—Bien. —Dreiss volvió a los libros y continuó—: Tu padre descubrió en estas obras que la realidad era maleable. Aprendió la habilidad de manipular el tiempo y el espacio para fragmentar el mundo ante sus ojos. Le fascinaba, y llegó a alcanzar un dominio excepcional, incluso mayor que el de los antiguos hechiceros que plasmaron su sabiduría en estos libros. Y, cuando Astra traicionó a la orden, él consiguió dar forma a esa especie de doblez atemporal de la realidad que la encerró para siempre.

—Pero Astra ha encontrado la forma de deshacerlo —completó la chica, adelantándose a Dreiss.

—Así es —suspiró el mago—. Hace unos meses, pude percibir que había conseguido alterar el tiempo. El flujo temporal de la prisión comenzó a discurrir hacia el pasado, acercándose lentamente hacia la realidad. Si consigue alcanzarla, se liberará de su cautiverio y, entonces, sembrará el caos y la destrucción en el mundo. —Dreiss la miró con el rostro ensombrecido—. Y me temo que eso sucederá muy pronto.

—¿Quieres decir que casi no tenemos tiempo? —balbuceó Iris, que había palidecido de repente.

—Así es —le espetó el mago—. Según mis cálculos, puede que tan solo nos queden unos días.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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