Era de madrugada, y no se escuchaba ningún otro ruido en la orden que el suave rumor de las hojas al ser mecidas por el viento. Aquella resultó ser una noche muy tranquila. Pero la calma siempre antecedía a la tormenta. Al menos, esa era la idea que Luna no lograba quitarse de sus pensamientos. Llevaba más de una hora dando vueltas en su habitación, presa de un intenso nerviosismo que no conseguía apaciguar. Sentía que estaba traicionando a Iris. Algo paradójico para un ser que debía carecer de consciencia. Sin embargo, en todo este tiempo, había conseguido desarrollar un vínculo muy especial con ella. Y, de algún modo, también había llegado a apreciarse a sí misma.
Con las manos temblorosas y envuelta en un sudor frío, pasaba las últimas horas de la noche con la angustia de un condenado a muerte. Y, una vez que no pudo resistir más el remordimiento, decidió ir a la habitación de Iris. Llamó varias veces a la puerta. Al principio, lo hizo de forma suave para no sobresaltarla. Luego, ante la falta de respuesta de su amiga, que debía dormir en un sueño profundo, acabó aporreando la madera con energía.
—¿Quién es? —gruñó Iris en el interior.
—Soy Luna —susurró la otra.
Al otro lado, oyó refunfuñar a Iris mientras se acercaba. Abrió la puerta, desmelenada y con unos ojos hinchados que se entrecerraron cuando los cegó la luz del pasillo.
—¿Qué quieres? —preguntó, malhumorada—. Es muy temprano todavía.
Luna quiso decir algo, pero, en su lugar, decidió empujar a su amiga al interior de la habitación y cerró la puerta. Luego, se la llevó hasta la cama, donde ambas se sentaron al borde del colchón.
—Creo que es una mala idea.
Iris apretó el botón de su móvil para iluminar la pantalla y le echó un vistazo rápido con un solo ojo abierto.
—¿Molestarme a las tres de la mañana? —replicó—. Pues no. No parece muy buena idea.
—No me refiero a eso, Iris —contestó Luna, que no sabía muy bien qué decir—, sino a lo otro, ya sabes.
—No sé, Luna —resopló Iris—, no estoy para adivinanzas a estas horas. Además, ya sabes que tengo que descansar bien para mañana.
—A eso me refiero, a lo de mañana.
—Tú también no, por favor. —La chica bufó, exasperada—. Álex también ha venido a verme preocupado. Y a mí me ha costado un buen rato calmarme para poder dormir.
—¿Lo ves? Eso es porque, en el fondo, tú tampoco estás segura de lo que vas a hacer.
—Claro que estoy segura. Dreiss confía en mí, y he entrenado mucho para ello. Solo que es imposible no estar nerviosa cuando tienes tanta presión encima. —Iris la agarró del brazo—. Tranquila, Luna, todo saldrá bien.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? —replicó la chica—. ¿De verdad confías en Dreiss?
—¿Por qué no iba a hacerlo? —rebatió Iris, molesta por el comentario de Luna—. Él repelió el ataque de los secuaces de Astra en mi casa, y sanó mis heridas más graves cuando me atacaron en el campo. Gracias a él, he podido aprender todo lo que sé ahora mismo.
—Ya —se limitó a decir Luna, con voz seca.
—Él me dio la protección de la orden. He estado a salvo aquí todo este tiempo gracias a eso. Además, se siente en deuda con mi padre por haber dado su vida para encerrar a Astra. Él jamás permitiría que me pasara nada malo.
—Hay veces que uno no puede evitar que pasen ciertas cosas, por mucho que quiera oponerse.
—¿De qué hablas?
—Me refiero a que, tal vez, mañana no salgan las cosas como esperáis. ¿Qué pasa si ni siquiera Dreiss es capaz de protegerte?
Iris miró a la chica con la vista entornada.
—¿Es que hay algo que no me hayas contado, Luna?
—¡Claro que no! —replicó la chica en el acto—. Solo que nada de esto me daba buena espina desde el principio. Ya te lo dije. Deberíamos habernos marchado lejos de todo esto. Al fin y al cabo, es Dreiss quien debería resolver sus diferencias con Astra, en vez de ponerte a ti en peligro.
—Ya lo has visto. Mi padre tenía una habilidad innata que yo heredé. Soy la única que puede detener la catástrofe que se avecina.
—¿Qué estás diciendo, Iris? —replicó, angustiada, la chica—. Tú antes no eras así. —Luna se levantó de la cama y deambuló nerviosa por la habitación—. Dreiss te ha lavado el cerebro. Ha conseguido que dejes de pensar por ti misma.
—¿Sabes? —replicó Iris, suspicaz—. La que parece que ha cambiado demasiado eres tú. —Luna la miró con preocupación—. Hace un tiempo que estás muy rara y nadie sabe a qué te dedicas cuando andas por ahí. Lo cierto es que da la sensación de que ocultas algo.
Luna, con la respiración de repente agitada y el corazón a mil, quiso convencer a Iris de lo contrario. Pero se dio cuenta de que estaba demasiado nerviosa.
—Está bien —dijo, tras un momento—, ha sido una estupidez que viniera. Será mejor que me vaya. —La chica se dirigió a la puerta y salió de la habitación—. Espero que no sea demasiado tarde cuando te arrepientas de todo esto.
Luna dio un portazo y regresó a su dormitorio. Allí, deambuló de un lado para otro durante un rato, tratando de calmar toda la rabia que sentía. Entonces, un profundo sentimiento de tristeza la invadió. Se acurrucó en la cama y lloró hasta quedarse dormida.
Editado: 30.12.2023