Llegaron como si de una visita familiar se tratase. Tocaron la puerta y esperaron pacientemente a que la abrieran, ambos con las manos cruzadas en la espalda baja.
—Creímos que llegarían para la entrevista hasta dentro de dos horas y media… —Se escuchó la voz de Roger Myers en el interior, acercándose a la entrada.
Comenzó a abrir la puerta y al notar que se trataba de ellos, la expresión del rostro le cambió por completo y estuvo a punto de caerse de espalda, pero reaccionó rápido e intentó cerrar la puerta de nuevo.
Antoni puso su pie de por medio para impedirlo.
—Buenas tardes, papito —entró diciendo tras empujarla.
—¿Quién es cariño? —preguntó Martha mientras se acercaba con una cazuela en las manos. Al verlos la soltó, provocando que la comida caliente le cayera en los pies descubiertos, tenía puesto un vestido—. ¡Dios mío! —chilló del dolor.
Roger se acercó a socorrerla de un salto pero Giancarlo lo tomó del cuello de la camisa y lo jaló hacia atrás, haciéndolo caer estrepitosamente.
—¿A dónde vas? —le preguntó entre risas.
—¿Qué es lo que quieren? —les dijo tartamudeando.
—Las preguntas aquí las haremos nosotros. —Antoni tomó una silla del comedor y la puso frente a ellos para sentarse con el respaldo en su pecho.
—¿Cuánto les pagaron en la televisión por la exclusiva?
—No nos pagaron —dijo el señor Myers. Los sollozos de Martha hacían de todo un escándalo.
—Mientes. —Giancarlo hablaba firme.
—No encontramos ninguna otra razón por la cual hayan podido ir —dijo Antoni. De nuevo jugaba con su reloj de bolsillo.
—Está bien, está bien. Sí, nos pagaron… —Esta vez habló quién había sido su madre—. Por favor, déjennos en paz…
—Ustedes fueron los que nos debieron dejar en paz cuando nos fuimos.
—Y al parecer esperaban a otra persona para otra entrevista, eh, hijos de perra —les recordó Antoni.
—No era sobre ustedes —mintió Roger.
—No nos quedaremos más tiempo. Sólo queremos dejarles muy claras unas cosas. —Giancarlo se puso de cuclillas frente a ellos.
—La primera es que jamás en su vida volverán a hablar de nosotros. No saben quiénes somos ahora y lo que podríamos hacerles si siguen lucrando con nuestra bonita historia. —Antoni se levantó de la silla.
—Y la segunda, es que olvidarán que alguna vez existimos. Que alguna vez formamos parte de su vida…
—¿Cómo olvidaremos todos los bonitos momentos que pasamos juntos cuando eran unos bebés? —No sabían si Martha lloraba por la quemadura en sus pies o genuinamente por dolor emocional.
—Ustedes los olvidaron en cuanto cobraron ese dinero de la televisión tan sólo por dar información sobre nosotros, imbéciles.
—Si se comportan, les mandaremos dinero anualmente. Para que puedan vivir en paz, esperamos con esos pagos podamos devolverles lo que alguna vez gastaron en nosotros.
«Por mucho que en nuestras mantas haya habido el dinero suficiente para criarnos, como dijo el señor Rinaldi», pensó Antoni.
—Pero sí no lo hacen —añadió bruscamente, quería decir esto desde que llegaron—, mandaremos gente para que los torturen y maten.
Los Myers empezaron a llorar.
—Nos vemos, señores. —terminó Giancarlo mientras salían de la casa, acomodándose sus sacos y sacudiendo sus pantalones.